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»Berenice«

Estaba sentada en la parte más alta de las gradas con las manos apretadas en puños contando los segundos para que el árbitro soplara el silbato. Faltaba poco, ya estaba casi de pie, preparada para festejar. El tan anhelado silbato sonó y terminé de incorporarme soltando un grito y elevando las manos hacia el cielo, a mí alrededor, todos estaban haciendo lo mismo. Bajé de las gradas con prisa, disculpándome con las personas que empujaba involuntariamente a mi paso, quería llegar al vestidor de los chicos lo antes posible, corrí en esa dirección y esperé recostada por una pared mientras recobraba el aliento. Los murmullos se hacían cada vez más fuertes y no tardé en ver a los chicos del equipo llenar el pasillo con gritos, saltos y abrazos de festejo. Ahí estaba él, el capitán del equipo, el chico castaño de ojos marrones, y musculoso. Levantó la cabeza cuando pudo zafarse del agarre de uno de sus compañeros y entonces me vio. Mi sonrisa se ensanchó, estaba orgullosa de él, había metido el gol ganador, el que determinaba si el equipo entraba o no al intercolegial. Y él lo hizo, como siempre.

Corrió hasta donde yo estaba y me cargó en sus brazos gritando de felicidad. Yo me partía de la risa mientras dábamos vueltas sobre él mismo. Mis manos se aferraron a sus hombros y de inmediato se empaparon con su sudor, todo su cuerpo estaba caliente y en sus ojos pude ver lo que yo tan bien conocía de él; felicidad. Y no lo digo porque él fuera amargado o triste, sino porque ese destello de felicidad aparecía cuando jugaba al futbol. Aún recuerdo con cariño el momento en el que me confesó que quería ser jugador profesional, jugar en las grandes ligas y en los estadios más impresionantes, portando una casaca que le hiciera sentir orgulloso. Lo dijo como si se tratara del secreto del universo, como si le avergonzara que más personas supieran de eso. Era fácil perderme en su mirada, era dulce y siempre sentía paz al verlo. Pero también era fácil perderme en mí misma al ver a Iker rondar por ahí. Pasó a nuestro lado y me sonrió, sus manos estaban libres de guantes y también lucía sudado y guapo, porque nadie era más atractivo que Iker ante mis ojos, su cabello era castaño también, muy parecido al de mi mejor amigo Álvaro, sus ojos eran de un verde claro y aunque usaba gafas la mayor parte del tiempo, dentro del campo se ponía lentes de contacto, sin color por supuesto. ¿Quién querría ocultar ese bello tono natural con uno artificial?

—Vaya, vaya... —comentó Álvaro bajándome de sus brazos—. Algunas veces me pregunto si vienes a verme a mí o a él.

—A ambos —respondí con sinceridad encogiéndome de hombros—. Pero a ti puedo abrazarte y decirte lo orgullosa que estoy. ¡Lo lograste! Eres el mejor, filmé el momento del gol, está en una historia de Instagram, fue una excelente casualidad.

—¿Y también filmaste las dos atajadas espectaculares de ese de allá? —Preguntó señalando a Iker con la mirada, que ya le estaba regalando sonrisitas a una muchacha que enredaba su cabello en sus dedos. Si la había visto en el colegio, no me acordaba. No era difícil que Iker consiguiera la atención de las chicas, tampoco era un problema para Álvaro, pero él prefería estar justo ahí, sonriendo a mi lado—. Creo que filmaste más que sus atajadas.

Le di un empujón juguetón y le pasé la botella de agua que tenía en mi diminuta mochila, él lo aceptó con ganas y mientras bebía y conversaba con Omar, uno de nuestros amigos que también estaba en el equipo y que se acercó a felicitarlo por el gol, yo me entretuve mirando a Iker. La muchacha le plantó un beso en la mejilla y luego se marchó meneando las caderas de la forma más provocativa que alguna vez había visto, pero sonreí al ver que Iker ni siquiera lo había notado, ya que apenas ella le dio ese beso, él ya se había perdido dentro del vestidor de hombres. Álvaro y Omar también fueron a darse una ducha rápida como siempre después de los partidos.

Tan inevitable como quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora