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»Berenice«

Me sentí horrible por mentirle a Iker. Pero no podía decirle que no me estaba quedando en mi casa, así que dejé que me llevara hasta allí y luego de entrar y asegurarme que se había ido, volví a salir cuando mi mejor amigo me dijo que estaba en frente. Álvaro insistió en que se lo contara, que tal vez hablar con él me haría sentir mejor y no lo discuto, Iker en general me hacía sentir mejor con su sola existencia, pero no quería hablar de eso. No quería dar detalles, ni explicaciones, ni justificaciones, ni nada.

—Sabes que puedes hablar con él —dijo Álvaro desdoblando la sábana para acostarse, yo me acosté a su lado—. Es decir, nunca será tan genial como hablar conmigo, pero... ya sabes.

Le di un empujón y luego de conversar un rato más, él se quedó dormido. Le sonreí mientras miraba como su pecho subía y bajaba rítmicamente. Que Álvaro se quedara despierto hasta las tres de la mañana para pasar por mí, era la demostración más grande de amor, teniendo en cuenta lo mucho que él adoraba dormir.

Pensé en todo lo que había hecho por mí en los últimos años, las veces que lloré sobre su pecho o las veces que él lloró en el mío. Los miles de secretos que nos habíamos contado y el sinfín de carcajadas que habíamos compartido. Álvaro era mi familia, era mi lugar seguro y feliz. Yo no sabría compartir mi vida con alguien más que no fuera él, es decir, nadie nunca sería como él. Acaricié su mejilla y él se removió, acercándose un poco más, yo contuve mi risa. Entendía porque las chicas se morían por él, era muy guapo, pero sus otros atributos eran los que lo hacían adorable; su simpatía, su soltura, su simpleza, su amabilidad y ese enorme, gigantesco corazón que en él, hacía mucho más que bombear sangre, su corazón era algo mágico, él lograba ver la belleza en los demás, belleza que uno no sabía que existía y se encargaba de sacarla a flote, como lo hizo conmigo.

Álvaro era mi familia, lo era todo.

A la mañana siguiente su abuela nos preparó una espumosa taza de café con torta de naranja, lo que necesitábamos para poder parpadear al menos. Durante el desayuno, conversé con ellos sobre la noche de películas, la mamá de Álvaro quería más detalles sobre Iker, pero no había mucho que decir, estuvimos con su familia todo el tiempo y aunque me pareció que tuvo la intención de rodearme con el brazo un par de veces, no lo concluyó. Tal vez no ocurrió porque solo eran ideas estúpidas mías.

Fuimos al instituto y nos encontramos con Santino, me quedé hablando con él mientras que Álvaro iba al baño o a saludar a Sora, o a ambas cosas. Iker también llegó, saludó a la profesora Calie y luego cruzó entre nosotros con unas disculpas poco creíbles. Dejé a un lado el cuaderno con el que le estaba poniendo al tanto sobre la materia y volteé a verlo. Se veía cansado, así que a modo de excusar su actitud, se lo dije a Santino, que segundos atrás le dijo al chico más genial del mundo, que no era genial.

El nuevo hizo un comentario que honestamente había que ser tonto para no entender, Iker soltó un insulto que seguramente no se esforzó por reprimir. Y aunque las cosas no mejoraron cuando Álvaro llegó, si empeoraron cuando lo hizo Larissa.

Santino la llamó "puta". ¿Por qué le dijo algo así sin siquiera conocerla? Que vamos a ver, ella no era Santo de mi devoción, pero no estoy a favor de ese tipo de insultos. ¿Quién era él para calificarla de esa manera? Pero lo que más me sorprendió, además de la osadía del chico nuevo, fue la reacción de Iker y la no-reacción de Larissa. ¿Desde cuándo ella necesitaba que Iker la defendiera? ¿Y desde cuándo él lo hacía?

Durante el almuerzo fuimos al polideportivo, suponíamos que Iker estaría allí y no nos equivocamos, pero no contamos con que Santino era completamente libre de ir a donde quisiera, igual que todos nosotros, así que estaba bien que haya decidido ir también al poli. Me molesté con él cuando mencionó que quería jugar en la posición de portero, el día anterior le había dicho que ese puesto era de Iker y que él era lo bastante celoso como para pelearse con quien tuviera que pelearse. Así que no me extrañó que se haya marchado sin más cuando el entrenador le pidió que le cediera el arco solo por esa vez, pero lo que sí me sorprendió, fue darme cuenta que la única que lo estaba siguiendo, era yo.

Tan inevitable como quererteWhere stories live. Discover now