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»Berenice«

—¡Miren quien llegó! —Gritó Álvaro cuando entramos a su casa.

Fuimos hasta la cocina donde estaban sus padres y su abuela, la casa entera olía a salsa de tomate. La primera en ponerse de pie fue la abuela, era bajita y menuda, su cabello era blanco y muy fijo, siempre lo tenía recogido en una trenza.

—¡Mi niña! —Me abrazó y me estiró amigablemente del cuello para que me agachara a recibir sus besos—. Qué lindo verte, te extrañé este fin de semana.

—Pues no la extrañarás ahora —comentó mi amigo bajando el bolsón a un lado de la mesa—. Se quedará unos días.

—Ven aquí linda —la mamá de Álvaro me acunó en sus brazos y me dio un beso en la cabeza, ella sabía cómo era la relación con mi familia, ella sabía los motivos por los cuales yo me quedaba en su casa, en muchas oportunidades me había abierto con ella y le había dicho cómo me hacían sentir—. ¿Me ayudas con el arroz? Le falta queso.

El papá de Álvaro llevó mis cosas a la habitación de Álvaro y luego bajó para que cenáramos. Aunque yo no tenía muchas ganas de hablar, la cena se mantuvo animada, les conté como me fue con la familia de Iker y les hablé de Hellem, con ellos podía conversar de eso y de cualquier otro tema, ellos me hacían sentir cómoda. Cuando la cena terminó, Álvaro y yo nos ofrecimos para recoger la mesa para que ellos pudieran ir a descansar, las primeras en marcharse fueron la abuela Nona y la señora Margot. El señor Gerónimo me estaba contando sobre la cena que tuvieron el fin de semana y de cómo un chico casi subió a la mesa para bailar de lo ebrio que estaba.

Solo quedaban dos platos por lavar, cuando los tomé para enjuagarlos se me resbalaron de las manos y cayeron al suelo haciéndose pedazos e interrumpiendo al papá de mi amigo en la parte final de su historia, de inmediato me arrodillé en mi piso y empecé a juntar los pedazos.

—Que tonta, que tonta, que tonta, que tonta... —murmuré sintiendo que los ojos me picaban—. Lo siento mucho, soy tan torpe.

—Eh, eh, Bere —Gerónimo se colocó a mi lado y me obligó a levantarme del piso alejándome de los pedazos—. Son solo dos platos, no pasa nada...

—Es que... yo... lo siento, yo no quería...

Me dio un abrazo corto y una sonrisa que pretendía tranquilizarme y funcionó ligeramente. Dijo que él se haría cargo y que nosotros fuéramos a la habitación porque mañana había clases. Álvaro entró a bañarse primero, no tardó mucho, volvió al cuarto listo para dormir, así que yo hice lo mismo, me di una ducha, me lavé los dientes y regresé a la habitación con mi pijama, un short amarillo y una remera blanca con un girasol enorme en el centro.

—Lo siento por tus platos —dije cuando me acosté a su lado.

—Oh si, sus hermanas tazas seguro estarán molestas contigo —contestó mirándome con el ceño fruncido y hablando con un tono más serio que de costumbre—. Creo que Iker te mandó un mensaje.

—No quiero leerlo —murmuré metiéndome aún más bajo las sábanas—. Hoy nos lanzamos de un tobogán, juntos... él se colocó detrás de mí, me dijo que era bonita y que me quería.

—No es la primera vez que Iker te dice que te quiere —me recordó—. Tampoco es la primera vez que te dice que eres bonita.

—Lo sé, solo que...

—Que en tu cabeza dura eres incapaz de creer que Iker está enamorado de ti.

—No está enamorado de mí.

Tan inevitable como quererteKde žijí příběhy. Začni objevovat