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»Berenice«

Luego de que Iker se fue, mi padre subió a mi habitación para conversar. Dijo que necesitaba saber cómo me sentía, cómoda respondiendo esa pregunta definitivamente no. Él nunca me la había hecho en otro momento de mi vida y era extraño percibir cierta preocupación de su parte. Como si toda nuestra relación haya estado mal y de pronto él quisiera solucionarlo.

Accedí.

Nos sentamos en mi cama y le dije que no estaba convencida de que vivir con Hillary fuera buena idea, pero que entendía que esa era la opción que teníamos en ese momento. Me contó que ella tenía apenas cinco semanas de embarazo, que era su primer hijo y que quería esperar más tiempo para contárselo a Kara. También accedí a eso. Temía que emociones tan fuertes como saber que tendría un nuevo hermano, le hiciera más daño. O sentirse traicionada por papá... A pesar de que ya se sentía de ese modo.

—¿Estás feliz? —Le pregunté cuando un silencio que eventualmente iba a aparecer, nos rodeó—. Por tener otro bebé.

—Sí —asentí agachando la cabeza, por supuesto que no iba a decir que no—. Pero no significa que me alejaré de ustedes, Bere.

—Lo sé —me puse de pie, ya no me sentía capaz de continuar con esa conversación que era digna solo de un mundo paralelo en el que nuestra relación era fenomenal—. ¿Puedo invitar a Álvaro?

—Y a todos tus amigos las veces que tú quieras.

Estaba esperando a Álvaro fuera de la casa, parada en la vereda de ese ridículo barrio de ricos, ciento noventa y cinco pasos, de calce treinta y siete había desde la puerta principal hasta el portón. Papá me dijo que podía invitar a mis amigos las veces que yo quisiera y resaltó a Iker entre ellos, agregando que él y Darwin eran bienvenidos las veces que quieran, los días que quieran, a la hora que quieran. ¿Dónde estaban sus límites? ¿Por qué intentaba ser el papá "buena onda"?

—¡Hola, princesa! —Exclamó azotando la puerta—. Es todo un honor, que siendo yo un asqueroso plebeyo, me invite usted a su imponente palacio.

—Ya cállate —solté yendo hasta él para hundirme en sus brazos—. Fue horrible, Álvi.

—Cuéntame, linda —susurró depositando un beso sobre mi frente y acunándome como solo él sabía hacer—. En tu habitación con barrotes de oro, por favor.

De nuevo volví a reír con ganas, aunque con la mirada nublada por las lágrimas. Eso provocaba él en mí, él conseguía que yo soltara risas, incluso derramando lágrimas. Subimos a su auto de nuevo e hicimos ese tedioso recorrido hasta la puerta principal. Él no dejaba de soltar comentarios sobre el lugar, que me daban risa. Estacionó el auto y Michael apareció de pronto.

—¿Quiere que lo estacione en algún lugar específico, señor? —Álvaro me observó y luego volvió la mirada al chico—. Aquí podría darle el sol en un par de horas.

—Oh... bueno es que... no lo sé —volvió a mirarme y yo agaché la cabeza para que no viera que me estaba riendo—. Sí, bueno, nunca nadie se ofreció a estacionar mi auto.

—Será un placer —Álvaro le entregó las llaves y vio cómo Michael se adentró en su vehículo y lo llevó a alguna parte.

—¿A dónde lo lleva? —Preguntó—. No quiero que le haga algo a mi auto.

Tan inevitable como quererteWhere stories live. Discover now