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»Berenice«

Jamás había pasado tanto tiempo sin hablar con Iker.

Las horas de clase eran eternas, los recesos eran una tortura y las noches de llanto... Álvaro me reprochó una y otra vez, y aunque su relación con Iker seguía prácticamente igual, se podía sentir la pesadez en el ambiente cuando él y yo estábamos cerca.

Luego de nuestra última conversación en el auto, cuando me dejó en casa de Álvi, no hablamos al día siguiente, ni al día siguiente, ni al día siguiente a ese. Por las noches, entraba a su chat convencida de mandarle un mensaje disculpándome por mi comentario, pero luego terminada enfadada conmigo misma. ¿Por qué iba yo a disculparme? No lo sabía con exactitud, tal vez solo era una excusa para volver a tenerlo cerca o un intento desesperado por conservar una pequeña parte de lo que fuimos antes de que confesáramos nuestros sentimientos.

Un par de días después volví a la casa de mis padres.

Intenté no salirme de mi rutina; el colegio por las mañanas, la florería por las tardes, tutoría a mis amigos por la noche... tutorías en las que Iker no participaba. Liam, Omar y Rey intentaron hablar del tema conmigo, al parecer, una noche Iker se desahogó con ellos, y con Álvaro incluido, este último no quiso darme detalles específicos de su conversación, pero los cuatro coincidieron en la misma oración: "Iker lo está pasando realmente fatal".

Lloré por horas luego de escuchar aquello. ¡Era tan ridículo! Yo no quería arruinar la amistad que teníamos con un romance de bachillerato, y al final, no solo lo había arruinado con Iker, había acabado con mi grupo de amigos, que un día debía estar conmigo y al siguiente con Iker, como si nosotros fuéramos a derrumbarnos si nos dejaban en la misma habitación.

Jamás había peleado con Álvaro al punto de desear no verlo.

—¡Lo está pasando realmente mal, Bere! —Me dijo un día antes de dejarme en la florería—. Te lo juro, ha faltado a algunas prácticas, él no falta a las prácticas y lo sabes.

—¡No quieras hacerme responsable! —Respondí yo, sintiéndome herida y enfadada al mismo tiempo por su acusación indirecta—. Iker no es un niño, es capaz de controlar su propia vida.

—¡Lo dices en serio? Bere, sé que las cosas en casa no van bien, pero...

—Esto no tiene que ver con mi familia y lo sabes, se trata de mi amistad con Iker.

—¿Amistad? —Su tono de voz resultaba hiriente—. ¿Estás de coña?

Recordé esa conversación mientras caminaba a casa sola después de cerrar la florería, en el cielo había nubes grises, pero al menos no llovía. Decidí que ir a casa no era lo que debía hacer en ese momento, comencé a caminar de prisa, doblando en la dirección opuesta a mi camino de siempre, y caminé, caminé con la mirada sobre la acera y las manos apretadas en puños dentro de mi chaqueta.

Pasé de largo la casa de Álvaro sin siquiera mirar la puerta principal. Continué caminando ya bajo las débiles luces de los alumbrados públicos, intenté resguardarme aún más dentro de mi chaqueta, empezaba a tener frio y aunque no llovía cuando salí de la florería, treinta minutos después, ya se escuchaban los truenos.

Seguí caminando hasta que me detuve frente a una puerta con el picaporte color dorado, en un intento por distraerme, me pregunté si acaso era de oro. Que tonta. Tenía la respiración agitada, ¿había corrido? Tenía la chaqueta mojada y mis rulos aplastados como chicle a mis mejillas, al parecer me había puesto demasiado fijador en la mañana. Golpeé un par de veces, sentía el corazón palpitar en mi cuello y las manos húmedas, no era por la lluvia, era el sudor.

Tan inevitable como quererteWhere stories live. Discover now