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»Berenice«

Era el primer sábado desde que las clases empezaron que no tenía que ir a la tutoría. Papá fue a trabajar, se despidió de mí y me dejó el desayuno sobre mi mesita de noche, algo que nunca había hecho. Sobre las diez de la mañana salí de la cama luego de debatir en levantarme o no, me merecía un descanso, pero ya había dormido un par de horas, así que decidí bajar y desayunar en la mesa, como lo había hecho toda mi vida.

Cuando llegué a la cocina me encontré con Hillary, tenía un vestido floreado suelto y el cabello recogido en una trenza a un lado, la saludé y ella me respondió con una sonrisa que me contagio, me invitó un vaso de jugo de durazno y yo acepté. Dejé la bandeja sobre la mesada y ella me dijo que si quería desayunar otra cosa podía pedírselo a Ethel.

—Felicitaciones por tus notas, Bere —dijo—. Sé que piensas que no es así, pero tu papá está muy orgulloso de ti.

—Sí bueno... sé que se esfuerza —murmuré.

—Tengo que ir a una cita con el ginecólogo —dijo—. ¿Quieres ir? Luego podemos pasar al centro comercial.

—¿En serio quieres que te acompañe? —Pregunté con la taza de café al borde de los labios, incrédula.

—Sí, claro —sonrió—. Hoy sabremos el sexo, o eso es lo que me dijeron.

Me quedé en silencio, con el trozo de la tostada casi atravesado en la garganta. Muchas cosas habían cambiado en las últimas semanas, pero jamás pensé que llegaría a este punto. La barriga de Hillary ya era bastante evidente, ese era uno de los motivos por los cuales ya no se lo pudimos ocultar a mi hermana.

—Yo... no sé si sea buena idea.

—¿Por qué? —Preguntó para mi sorpresa, cabizbaja.

—Es que... —Y me sorprendí a mí misma cuando me di cuenta que no tenía motivos para no ir—. Claro, solo me cambio la ropa y bajo.

—¡Genial! —Exclamó dando aplausos cortos y repetidos que me hicieron sentir mal por no estar tan emocionada como ella—. Te prepararé el café para llevar.

—Hillary... —alargué antes de abandonar la cocina—. ¿Crees que pueda invitar a Larissa? No quiero que se quede sola aquí.

—¡Claro! Será más divertido. Y si Kara quiere...

—Dejémoslo en Larissa —interrumpí de la forma más amable que pude—. Bajamos enseguida.

Corrí escaleras arriba y cuando llegué a la habitación de Larissa la abrí sin golpear, ella se sobresaltó al punto de casi caer de la cama, reprimió un insulto y se limitó a arrojarme una almohada que me dio justo en la cara. Olía a su shampoo, ella siempre usaba el mismo con olor a coco, así como yo era incapaz de dejar el aroma a durazno, me parecía tan dulce y exquisito que deseaba usarlo en todo.

—Vamos, cámbiate, acompañaremos a Hillary a una cita médica y luego iremos al centro comercial.

—¿Quiere relajarte? —Murmuró sacándose las sábanas—. ¿Cómo es que siempre tienes tanta energía?

—¡Vamos, vamos, vamos! —Dije abriendo las cortinas para que entrara la luz del sol, ella gruñó con disgusto y casi consigue acostarse de nuevo, así que la estiré de las piernas hasta que suplicó que la soltara—. Será divertido.

Tan inevitable como quererteOnde histórias criam vida. Descubra agora