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»Iker«

Llegué al baño de hombres y me encerré en un cubículo. ¿Qué fue lo que le dije exactamente? Intenté rehacer la oración en mi cabeza, pero tenía tantas versiones que ya no sabía cuál era la correcta. Lancé la cabeza hacia atrás sintiéndome inevitablemente dolido, inevitablemente molesto. ¿Cómo era posible que Santino supiera aquello y yo no? Intentar recrear la conversación con él también fue difícil, pero me bastó tener la premisa para que el resto viniera solo.

—¿Así que la llevas a su casa? —preguntó Santino sentándose en un pupitre.

—Oye, sé que tú y yo no hemos empezado bien —dije—. Pero no pienso contarte detalles de mi vida privada, si llevo o no a Berenice a su casa, no es cosa tuya.

—Lo sé —se encogió de hombros—. Es solo que me sorprende que la lleves a su casa cuando ella no vive allí, al menos por ahora.

—¿Qué?

—¿No te lo dijo? —Frunció los labios y me miró encogiéndose de hombros—. Se queda en casa de Álvaro, así que no sé porqué la llevas a su casa.

—¿De dónde sacaste eso?

—¿Te preocupa cómo lo sé, en vez de preocuparte de por qué no te lo dijo?

Salí del cubículo cuando escuché el sonido de la campana. Los pasillos estaban casi vacíos cuando yo fui hasta el salón. La profesora de lengua, Liliam, estaba a mitad de una lectura cuando yo me disculpé y pedí permiso para entrar. Ella me miró y asintió levemente, su anteojo estaba en la punta de su nariz, lo que la hacía lucir cómica y aterradora al mismo tiempo. Ocupé mi asiento sin hablar con nadie, seguí la lectura en silencio e hice los ejercicios de análisis que pidió, sin colaborar con nadie, Omar no tardó en captar mi lejanía, así que se ofreció a hacerlo conmigo, pero me negué, le dije que quería trabajar solo.

La clase acabó y continuó con Filosofía, la profesora Luciana era muy buena enseñando, hacía que la filosofía no fuera tan pesada como todos la describían, pero no importaba lo entretenidas que pudieran ser sus clases, yo solo podía pensar en que, la chica de la que estaba perdidamente enamorado, había pasado de mí.

Estaba en una situación complicada, dolorosa, podía imaginarme un montón de motivos para que ella tuviera que irse de su casa, y decidió compartir eso con Santino, alguien que conoció el lunes, antes que conmigo, que me conoce desde hace años.

La clase de ciencias de la salud pasó.

Llegó la hora del almuerzo y fue entonces que ella me abordó:

—Tenemos que hablar —dijo, el salón estaba vacío de nuevo, yo estaba a punto de salir, pero me quedé allí, observándola, apreciando lo maravillosa que era y lo mal que lo debía estar pasando y yo en lugar de apoyarla, solo le reclamé. Tuve más ganas de salir corriendo de allí—. Iker... —alargó el brazo y sujetó mi mano, justo como lo hice yo en la tienda ayer—. Lamento que te hayas enterado así...

—¿Confías en mí, Bere?

—¡Claro que sí! —Los labios le temblaban y entonces la abracé, no podía resistir verla así—. Yo quería decirte... pero me sentía avergonzada.

Sus brazos rodearon mi cuerpo tímidamente, la alejé lo suficiente para verle el rostro.

—¡Avergonzada? —Ella asintió—. Pero...

Tan inevitable como quererteWhere stories live. Discover now