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»Iker«

Cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue subir a mi habitación, todo estaba como debía estar, encendí la luz y ella no estaba por ninguna parte. Iba a salir de nuevo cuando alguien me tomó de la mano, me sobresalté lo suficiente para hacerla reír.

—Oye no hagas eso —dije cerrando la puerta con llave—. Pensé que te habías ido.

—Dijiste que podía quedarme todo lo que yo quisiera —respondió acercándose a mí, tenía puesto una de mis remeras, le quedaba muy grande, así que al parecer prefirió dejar el short de lado—. Me puse uno de tus bóxers, espero que no te moleste.

Levantó la remera y pude ver que, efectivamente, tenía mi ropa interior puesta.

—Quédatelo —sonreí alejándola un poco de mí—. Tu hermano me llamó hoy, se escuchaba muy preocupado, no sabía si hablarle a tus padres. ¿Por qué no me dijiste que tus padres no estaban en el país? ¿Hace cuánto?

Se sentó en el borde de mi cama y abrazó sus rodillas. La Larissa que tenía frente a mí lucía como la que conocí aquel fin de semana. No estaba arreglada, pero aún así se veía bonita, tenía pecas esparcidas en la cara pero nunca las dejaba a la vista, siempre estaban cubiertas con maquillaje, sus ojos parecían más brillantes sin todo ese delineado y rímel. Me senté a su lado y ella recostó su cabeza por mí, Larissa era fuerte, dura, o no lo era en realidad.

—Mis padres se fueron hace un tiempo —dijo—. Hace más de tres meses... más o menos. Mi padre... él... lo perdió todo.

¿El padre de Larissa quebró? Eso era nuevo. Ellos siempre habían tenido mucho dinero, su padre era dueño de una casa de apuestas. No sabía que tenían problemas económicos. Recordé la cartera de Larissa y los muchos fajos de dinero dentro... ¿Era por eso? ¿Ella...?

—Larissa... tú...

—Sé que lo viste —se anticipó—. Y sé lo que piensas de mí.

—Yo no pienso nada sobre ti —me apresuré a decir, no quería que creyera que la estaba juzgando, yo solo quería entender lo que ocurría—. Pero si quieres decirme lo que ocurre, yo te escucharé.

—No tengo nada que decir —se puso de pie, tomó su vestido, sus zapatos, se colgó la cartera en el hombro y se digirió a la puerta—. Lo tienes todo claro y no quiero quedarme a ver tu cara de asco... o de desprecio.

—Oye, oye, oye, espera —la tomé del brazo y cerré la puerta de nuevo—. Quédate, habla conmigo o si no quieres hablar, está bien.

—¿No dirás que soy una puta, una zorra?

—No lo haré y no tienes que permitir que nadie te lo diga —zanjé sintiéndome molesto, no con ella, sino con la situación—. Ven...

Volví a llevarla a la cama. No necesitaba explicaciones, ella no tenía que exponerme sus motivos. Su mirada estaba baja, sus mejillas sonrojadas y yo solo podía preguntarme dónde estaba toda la seguridad que ella desparramaba por los pasillos del instituto. Me sentí una terrible persona, me sentí fatal.

La abracé y dejé que ella llorara contra mi pecho, nunca la había visto llorar, hasta ese momento, yo la creía incapaz de eso, pero resulta que verla así, oírla así me hacía desear haber estado con ella cuando probablemente lloraba sola en su habitación. ¿Cómo debió sentirse para tomar las decisiones que tomó? ¿Alguna vez estuvo en peligro? ¿Qué tipo de peligro? ¿Por las resacas faltaba al colegio las primeras horas? ¿Sus amigas lo sabían? ¿Sus padres, su hermano lo sabían? Y si lo sabían, ¿Cómo mierda pudieron permitírselo? Ella se quedó en mi cuarto mientras yo me fui a dar una ducha, Darwin tenía la costumbre de entrar a mi cuarto sin golpear, pero afortunadamente estaba muy divertido viendo una película con Hellem y Jaspers en la sala. Bajé por algo de comer para ella y para mí, no sabía si se iba a quedar toda esa noche, pero si iba a ser de ese modo, tenía que encontrar el modo de mantener a mi hermanito lejos.

Tan inevitable como quererteWhere stories live. Discover now