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»Iker«

Llevaba conduciendo en un completo silencio por veinte minutos. Darwin puso música, pero Kara se estiró desde el asiento trasero para apagarla. Así que si no quería escuchar música, y no quería que nadie más la escuche, mucho menos iba a querer hablar.

¿Y de qué hablaría con nosotros, para empezar?

Pasaron unos pocos minutos más cuando la sentí removerse en el asiento de atrás, miré por el espejo retrovisor y la encontré cambiando de posición en posición, como si no hubiera nada más incómodo en todo el mundo que el asiento trasero de mi auto.

—Iker —llamó, mi sorpresa fue tanta que apreté el volante. De la boca de esa niña podían salir cosas terroríficas, no iba a disculparme por sentirme asustado a tan directa llamada—. Quiero preguntarte algo y necesito que me respondas con la verdad.

—De acuerdo —asentí, fijando la mirada en el camino y sintiéndome ligeramente intimidado. Ligeramente una mierda, estaba muy intimidado, por una niña de la edad de mi hermanito—. Dime.

—¿En serio estás enamorado de mi hermana? —Inhalé con fuerza, sin saber cómo iba a reaccionar si la escuchaba soltar un insulto para referirse a Bere—. ¿En verdad te gusta?

—Sí, Kara —reconocí aflojando las manos sobre el volante—. Estoy enamorado de tu hermana desde hace mucho tiempo.

—¿No es por una apuesta?

—No es por una apuesta —respondí con más paciencia de lo que yo mismo podía creer—. No sé qué fue lo que te dijeron acerca de las relaciones de pareja o los sentimientos, pero nada de eso se basa en el aspecto físico de las personas. Nada que pudiera ser considerado como amor real puede tener como primera premisa el físico como tal. Y si aún quieres que se base en el físico, la belleza es subjetiva, y lo que a ti te parece bello, a mí puede no gustarme. Por eso los sentimientos son propios, no son un acuerdo social.

—Pero ella... —Darwin volteó a verla, interrumpiendo su oración.

—Te recomiendo que no lo digas, él va al volante.

Kara guardó silencio por el resto del camino. Miraba por la ventanilla con expresión confundida, sus ojos estaban rojos e hinchados y su cabello estaba recogido en una cola de caballo floja con un montón de mechones esparcidos por su cuello y rostro. No se veía como la Kara que todos conocíamos.

Llegamos a un barrio cerrado que ya conocía, pues, era de los pocos que había en la ciudad. Dos guardias de seguridad estaban parados en la entrada, saludaron al papá de Bere y éste señaló con el dedo pulgar mi auto, uno de ellos mironeó y al final pudimos entrar.

Luego de un par de minutos recorriendo esas calles tan exclusivas que incluso tenían su maldito nombre, llegamos a lo que deseaba, por fin fuera nuestro destino. Un portón color negro se abrió de par en par, era tan grande como todos los portones que había visto desde que entramos al barrio cerrado. El auto del papá de Bere por fin se detuvo después de atravesar lo que supongo, se trata del patio delantero, el más grande que alguna vez había visto, me estacioné detrás de él y bajamos, Kara fue la última, Darwin incluso tuvo que ir hasta la puerta para abrirla, cuando lo hizo, ella lo miró y luego de una tortuosa espera, por fin bajó.

—Los malditos tienen un bosque aquí —murmuró Darwin acercándose a mí.

La casa era de tres pisos, las paredes de color beige con detalles en marrón oscuro y negro aquí nada se veía común y corriente. Yo seguía contemplando el patio delantero, no podía evitarlo, era ridículamente amplio, tan amplio como todos los patios delanteros que vi por los alrededores. Estaba completamente seguro que el patio delantero era más grande que mi casa. Las plantas y flores estaban bien cuidadas, y aunque ninguna casa se parecía a la de al lado, todas tenían algo en común: lujos, lujos en abundancia. Gonzalo estaba subiendo las escaleras que lo separaban de la puerta principal, que era más grande de lo necesario, cuando esta se abrió y un perrito blanco del tamaño de la palma de mi mano salió disparado a saludar al papá de Bere. Éste lo cargo y dejó que le lamiera la cara.

Tan inevitable como quererteWhere stories live. Discover now