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»Berenice«

Cuando miré mi celular en la mañana leí el mensaje de Iker. Lo leí tantas veces que me sentía capaz de reescribirlo sin error alguno. Su última conexión era exactamente a la misma hora que me mandó ese mensaje. Estaba sentada en el comedor con una taza de té humeante frente a mí, que mi madre muy amablemente se ofreció a prepararme. La miré de reojo moverse por toda la cocina, que a pesar de que era una habitación aparte no había ninguna pared o puerta que las dividiera en realidad, se movía con soltura, moviendo las caderas como si estuviera bailando. Vi como untaba crema de avellanas sobre varias rodajas de pan de molde y podía oler también el chocolate caliente. Frente a mí la taza seguía echando humo y arrugué la frente cuando el olor inundó mis fosas nasales. Odiaba como olía el té verde.

Mamá colocó frente a mí una bandeja con el pan embadurnado de crema de avellanas que estuvo preparando con tanto esmero, luego acomodó la taza también humeante pero de esa no salía un olor a té verde, sino a chocolate recién hecho. Pude escuchar los pasos de mi hermana acercándose, se paró en el umbral de la puerta del comedor y se quedó allí con una sonrisa exagerada, sus labios tenían un color rosa chillón y sus ojos estaban delineados de más. Sus jeans le ajustaban tanto que me preocupaba que se quedara sin respiración y la blusa, aunque le cubría todo el abdomen plano, sabía que al más ligero movimiento dejaría al descubierto su ombligo.

—¡Buenos días, mami! —Exclamó abrazando a mamá de manera efusiva—. ¿Qué piensas de estos jeans? ¡Brutales!

—¡Eres una diosa, cariño! —Comentó su madre guiándola a la silla para que se sentara frente a su azucarado desayuno—. ¿Quieres que te prepare algo para que lleves al colegio?

—Fruta mami, ya tengo suficiente calorías en mi desayuno —mi mamá desapareció del comedor para perderse en la cocina de nuevo—. Buenos días, Bere.

—Buenos días, Kara —sonreí dándole el primer trago al té, sabía asqueroso y estaba hirviendo aún—. ¿Dormiste bien?

—¡Excelente! —exclamó lanzando la cabeza hacia atrás—. Oye... ¿Pudiste sacarte todo el alcohol de encima?

Le dio un gran bocado al pan de molde hasta llenarse la boca a tope. Me quedé con la taza pegada a los labios y el amargo té colándose dentro de mi boca. Entonces tosí bajando la taza de golpe. ¿Lo había visto? ¿Cómo demonios Kara había visto aquella imagen? Sentí que mis mejillas se teñían de rojo intenso y desee desaparecer de allí. La mirada burlona de Kara estaba apareciendo y su sonrisa malvada se abría paso dejándome ver su blanca dentadura.

—¿Cómo te enteraste? —Pregunté con calma, no iba a alterarme, no tan temprano.

—¡Por favor! —Exclamó partiéndose de la risa—. Todos en el instituto la han visto. Te han hecho memes... otra vez.

Mamá entró a la cocina con una sonrisa, quería saber qué ponía tan de buen humor a su hijita adorada. No, no hablaba de mí. Kara le contó a grandes rasgos lo que ocurrió y hablo de a grandes rasgos, rasgos majestuosos en los que no mencionaba la cantidad de cosas que Larissa me dijo antes de agredirme físicamente. Le mostró la imagen a mamá y pude ver cómo se llevaba la mano a la boca, con sus dedos estaba manteniendo sus labios juntos, se quería reír. Dejé la taza de té y me puse de pie, Kara pateó la mesa desde abajo para simular que yo la había movido con mi panza al levantarme. Me quedé de espaldas, apretando los puños y sintiendo el sabor amargo del té en mi boca.

Pero no era el té.

Era mi vida dentro de esa casa. Me colgué la mochila en el hombro y me dirigí a la sala, podía esperar a Álvaro allí, lejos de la mirada de mi madre y de mi hermana. Podía escuchar los murmullos de ambas, estaban hablando de cómo me veía en la fotografía, mencionaban algo de mi panza y de la papada que parecía más grande de lo que en realidad era. Papá bajó las escaleras y me saludó con un corto »Buenos días«, le respondí con un susurro, cuando él llegó al comedor pude escuchar como Kara relataba la misma historia por segunda vez. Mi celular vibró en mi mano y el ver la imagen de Álvaro sentí que mi día estaba por mejorar, salí de mi casa sin despedirme, ellos estaban muy ocupados desayunando juntos como la familia perfecta que eran.

Tan inevitable como quererteWo Geschichten leben. Entdecke jetzt