Capítulo 41

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Miraba el hierro negro en la palma de mi mano, en la negrura del apartamento. Aquella arma destinada a mis manos como una eterna maldición. La guardé en la parte de atrás de mi pantalón mientras mis ojos caían en los zapatos negros, sabía que amarrado a mis tobillos se encontraba un cuchillo, afilado. Llevo puesta una camisa de botones azul eléctrico, por fuera, que se ajusta a mi cuerpo, que le otorga un toque salvaje a mi apariencia haciendo combinación con mi cabello perfectamente desarreglado y rebelde que no conoce cepillo alguno.

En ese instante que alcé la vista y miré mis ojos oscuros sobre el espejo, supe lo vacío que estoy, tan vacío como mi alma en esa expresión fría, perfectamente moldeada para los desafíos de una triste vida. Las cosas que mi subconsciente ahnela olvidar son las que inevitablemente recuerdo cada noche antes de dormir, como si los recuerdos fueran esa puta enfermedad que sólo se logra aliviar con la soledad.

Siempre he estado solo.

Salí del ascensor, con pasos firmes entré al auto aparcado al frente del edificio. Sin dejar que algún tipo de pensamiento u cualquier sentimiento me distrajera en el acto de mis acciones; me mostré concentrado y maduro en cada gesto. No es momento de debilidades, Ariam. Aunque sin duda no me había pasado esto con ninguna otra chica. Esto a lo que le llaman «sentir algo», y ni siquiera puedo aceptar que ese «algo» tiene un nombre. Porque si lo digo, lo estaré aceptando. Y es como si mis propias palabras pudieran hacerse realidad. Ni siquiera ahora en mis propios pensamientos puedo pronunciarlas en voz alta porque la parte irracional de mi subconsciente está convencida de que si lo hago estaré invocando a la mala suerte y mi peor pesadilla se materializara. Sí, es bastante bipolar lo reconozco. Pero curiosamente ese aire melancólico es lo que me enamoró de ella. Le da sentido a la sola palabra de ser "perfecta".

No sé cuánto tiempo ha pasado, no le había prestado atención al hecho de que Marcos iba sentado a mi lado. Llegamos rápido al aeropuerto, ya todo el plan estaba armado a la perfección. Volamos desde Bolívar hasta el estado Mérida, donde la droga sería enviada desde Cúcuta en Colombia. El vuelo duraría una hora, de allí, desde aquel mismo aeropuerto privado iríamos en coches y camiones hasta la frontera.

Cuando nos bajamos del avión nos recibieron unos hombres bajo el mando de Jonás, era toda una reunión. Luego de un corto intercambio de palabras nos montamos todos en los vehículos, muchas caras nuevas para mi, claro que Jonás me comentó que luego de un tiempo me familiarizaria con sus rostros.

Me monté en el asiento de atrás junto con el pelirrojo, en ciertos momentos me pregunté que tan metido estaba ese chico en todo esto, y parece que hasta el fondo.

Después de más de dos horas en carretera por fin nos detuvimos y me bajé del auto junto con los demás. Menos mal, porque ahora siento como se me empezaban a dormir las nalgas estando ahí sentado. Mis zapatos tocaron el suelo, de tierra casi anaranjada.

Por ningún lado es más fácil que por el otro. Todos tienen sus desventajas. Y lo fastidioso de ir por tierra son las arcabalas, las fronteras, los militares. No nos hemos topado con ninguno de ellos, y tampoco podemos estar en medio de la nada por mucho tiempo. Aunque la oscuridad de la noche nos ayuda a ocultarnos.

—¿Cuando van a llegar? —pregunta Jonás con el ademán de estar perdiendo la paciencia.

Estas vueltas son así, en todo momento se siente la tensión, el peligro, estar alerta.

—Pronto —dije para calmar las cosas —, hay que ser pacientes.

Una vez que los camiones cruzaran la frontera, se desviarían a nuestro punto. Desembarcarían en Venezuela para después perderse.

Nosotros también teníamos vehículos, nosotros también éramos muchos. Hasta los guardaespaldas de la discoteca estaban metidos en esto, y había uno, uno de los que cuidaban la entrada principal a la discoteca, ese, ese mismo que ahora me lanzaba miradas que no me gustaban nada.

Bipolar© [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora