✓DEMON'S FEARS ⎯⎯ ᴛᴡᴅ

chapter XXV

— Lobos cerca... —habían escrito en spray sobre el capó de un coche.

Decidí ignorarlo mientras me encaminaba a un pueblucho al lado de una carretera secundaria. Era desconocido para mí, y solo podía esperar encontrar suministros allí. Y, con suerte, quizás algún juguete para Judith.

¿Por qué pienso en esa cría?

Debería preocuparme de mi propio trasero, pronto anochecerá.

Caminé entre las callejuelas por varios minutos, encontrando únicamente coches a medio desguazar junto a tiendas completamente saqueadas. 

— Vamos, no me jodas. —solté una carcajada al ver una juguetería intacta— El destino, ¿supongo?

Con precaución abrí las puertas de vidrio y por el suelo rodó un sonajero atrayendo mi atención. Sonreí alzándolo con una de mis manos.

— ¿Cucú? ¿Algún muerto por aquí? —canturreé recibiendo como respuesta varios gruñidos— ¡Uf! Que mal aspecto... —arrugué la nariz al ver un muerto tambaleándose por el pasillo, con las tripas arrastrándose entre sus pies— Mal día para trabajar, eh, Tom. —leí el bordado de su chaqueta, justo antes de rebanar su cuello con mi machete.

Zigzaguee entre las estanterías agudizando el oído, pero todo lo que captaba era un tétrico silencio.

— ¡Putas! —maldije al encontrarme de cara con unas muñecas de ojos saltones— Mira que sois feas... —las rodeé con la piel erizada por el susto, asomándome a un nuevo pasillo. La figura de una pequeña niña me recibió, pero no fue una imagen tierna, ni mucho menos agradable— Retiro lo dicho... —torció su cabeza mostrándome la sangre acumulada en su boca— Tú me das más miedo. —y en mitad de la frase, la niña se abalanzó con la mandíbula desencajada, dejando ver sus dientes ennegrecidos. La hoja de mi machete se clavó en su cráneo, provocando un crujido desagradable— Perdona, pero eras tú o yo. —luché por desincrustar el arma de su cabeza, hasta que de una patada conseguí lanzar su cuerpo hasta el otro extremo del pasillo— Mundo de mierda, no me culpes a mí. —aproveché mi reciente soledad para buscar algo interesante entre tanto trasto. Sin embargo, la mayoría de juguetes me provocaban un sudor frío, por lo que apenas podía sostener la vista por mucho tiempo en las estanterías. Y estuve a punto de desistir de aquella absurda búsqueda, hasta que mi pie aplastó un patito de goma amarillo— Tú... —me agaché tomándolo entre mis manos— Eres una monada. —lo metí en la mochila, imaginando en mi mente la reacción de la pequeña Judith ante aquello.