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La mansión era más grande de lo que se percibía por fuera. Tenía un comedor amplio con una mesa de vidrio en el centro y sillas con tela blanca, en la sala había una escalera de escalones blancos, con barandas marrones que llevaba a la planta superior que se abría en largo pasillo que llevaba al oeste y este de la casa. Solo conocía el ala este por lo que no sabía bien lo que había detrás. Después contaba con un jardín amplio que estaba en la parte trasera de la casa, con una piscina que era rodeada por cuatro filas de flores, amarillas por la izquierda, violetas, rosas y blancas.

En la mansión a nadie la parece extraño que el dueño tenga presa a una mujer y que ellos estén siendo cómplices. Empiezo el lunes levantándome temprano, aburrida de esperar que Azusa aparezca,  y al bajar veo,  apenas bajo veo a todos sus empleados moviendose de un lado a otro, como una calle a la hora pico. Cinco hombres llevaban canastas con flores, tres mujeres rocían una especie de aromatizador con fragancia a rosas y desde las puertas laterales viene un ruido ensocercedor, que proviene por las puertas laterales que llevan al jardín, como si alguien estuviera usando un tractor o algo asi.

– Buenos días, señorita Venecia – me dice la misma mujer rubia que me llevaba la comida al sótano – Pensamos que se iba a levantar más tarde. El señor Azusa tuvo que salir por trabajo muy temprano y nos pidió que le pidamos disculpas, no va a poder acompañarla en el desayuno, esperaba poder llegar temprano pero no pudo.

– ¿Que sucede? – pregunto, sin que me importe menos la compañía de Azusa.

– El señor Azusa va a festejar su cumpleaños esta noche. Estamos preparando la mansión para sus invitados.

– Oh,

– Su padre, su madrastra y su hermana planean asistir esta noche asi que debemos llenar la casa de flores para la señorita.

– A su hermana le gustan – digo

– No, es alérgica.

¿Qué?

– ¿Es alérgica y va a llenar su casa de flores?

– Eso le dará una excusa para que se vaya. Lo hacen todos los años – me explica – El año pasado sirvió camarones y tuvo que retirarse antes.

– Pudo haber muerto a este paso ¿Por qué lo hace?

– Lo siento, eso no puedo responder.

Considerando toda la información que me acaba de dar es un poco tarde, o tal vez eso para ellos se volvió tan normal que ya no les parece importante.

– ¿Dónde pongo esto, Astrid? – pregunta una empleada

Astrid me mira. No sé porque si no soy nadie aquí.

– ¿Cuál prefiere, señorita Venecia?

– Las flores amarillas son bonitas – digo sin embargo, al ver que Astrid y la otra empleada me miran esperando – No, mejor las blancas – a Azusa parecen gustarle más. – Pon un grupo cerca de la puerta y deja ese florero grande en el comedor, en el rincón, por favor,

Al menos así no va a morir…

Ella se va enseguida y yo me quedo compungida, sin saber que hacer o que decir, ni que sentir. Tal vez no es nada y solo me hago la cabeza. Debo dejar de pensar en eso.

– El señor Azusa nos puso a su entera disposición – me dice.

– ¿Puedo hacer lo que quiera?

Asiente.

– Si te pido que me dejes ir ¿lo harían?

Ella aprieta los labios y traga duro.

– Tomo eso como un no – sonrió con amabilidad – Gracias, Astrid. Quisiera desayunar en el comedor como siempre.

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⏰ Last updated: Feb 23 ⏰

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