Capítulo 14

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Hay muy pocas posibilidades de llevar a cabo una persecución a gran velocidad en cualquier calle del Midtown en Manhattan. La detective Garzón aceleró, luego frenó, retrocedió, dio un volantazo a la derecha y volvió a acelerar hasta que se vio obligada a frenar de nuevo en unos cuantos metros. Siguió así, recorriendo la avenida hacia la zona residencial con cara de concentración, con los ojos pendientes de todos los espejos, luego en la acera, en el paso de peatones, en el repartidor aparcado en doble fila que tenía la puerta abierta y casi muere atropellado de no haber sido por la experiencia de ella y su habilidad al volante.
La sirena y las luces no servían para nada con todo aquel tráfico. Tal vez para los peatones, pero los carriles estaban tan saturados que hasta los conductores a los que les preocupaba lo suficiente como para apartarse a un lado y hacer hueco tenían escaso espacio para maniobrar.

—Por Dios, vamos, muévete —gritó Calle desde el asiento del copiloto al maletero de otro taxi plantado allí, delante de su parabrisas. Tenía la garganta seca de la adrenalina, sus palabras se entrecortaban por el aire que salía de forma intermitente tropezando contra su cinturón de seguridad con cada frenazo repentino y que rompía sus sílabas en dos.

Pochė mantenía su tensa serenidad. Éste era el video-juego de policías real que se jugaba cada día en aquel distrito, una carrera contrarreloj por una pista de obstáculos de obras, puestos callejeros, atascos, temerarios, idiotas, hijos de puta
e imprevistos varios. Sabía que la 8 estaría colapsada al sur de Columbus Circle.
Entonces, por una vez, el atasco jugó a su favor. Un enorme Hummer, que
también se dirigía a la zona residencial, estaba bloqueando el tráfico perpendicular de la 55. Pochė aceleró a través del vacío que se había creado y giró bruscamente a la izquierda. Sacando provecho del tráfico más descongestionado que el Hummer provocaba, aceleró cruzando la ciudad hasta la 10 con los improperios de Calle y la charla radiofónica de Villalobos llenándole los oídos.
La cosa mejoró, como se esperaba, cuando giró derrapando en la esquina con la 10. Tras una carrera de obstáculos por la intersección de doble sentido en la 57 Oeste, la 10 se convirtió en Amsterdam Avenue, el arcén se hizo más amplio y apareció una vía de emergencia por el medio que algunos conductores hasta respetaban. Se dirigían hacia el norte y a un poco más rápido, pasada la parte de atrás del Lincoln Center, cuando recibió una llamada de Ruiz. Había detenido a Miric. Villalobos había localizado al sospechoso número dos yendo hacia el oeste por la 72.

—Debe de ser Hombre de Hierro —dijo. Sus primeras palabras desde que le había dado instrucciones a Calle en Times Square para que se abrochara el cinturón y se agarrara.

Villalobos jadeaba por el walkie mientras ella iba disparada por la 70, dónde Amsterdam y Broadway se cruzaban en una « X» .

—Sos… pe… choso… corriendo… hacia… el… este… cerca… ahora de
Broadway…

—Se dirige hacia la estación de metro —le dijo a Calle, más a gritos que hablando.

—Atravesando… —Se oyó el claxon de un coche—. Sospechoso atravesando
Broadway… hacia la estación… de metro. —Ella pulsó la tecla de « descripción del sospechoso» en su radio.
—Recibido… caucásico, varón, uno ochenta y cinco… camiseta roja y
pantalones… de camuflaje… zapatos negros.
Para complicar más las cosas, había dos estaciones en la 72 y en el metro de Broadway : el antiguo edificio histórico de la parte sur y una estación con atrio más moderna, justo cruzando la calle hacia el norte. Marìa José se dirigió al antiguo edificio de piedra. Sabía que las apuestas se hacían media manzana hacia el norte de la 72, por lo que el Hombre de Hierro en fuga probablemente se metería en la estación más cercana —la nueva— y Villalobos lo seguiría. Su idea era cortarle el paso para impedirle escapar por el túnel de la misma.

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora