Capítulo 45

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Poché se embutió en su blusa mientras desfilaba escaleras abajo por la entrada principal, corrió hasta el coche patrulla y les pidió a los policías que la llevaran.

Ellos se alegraron de romper la monotonía y salieron zumbando con ella en el asiento trasero.

A las cinco de la mañana no había demasiado tráfico en la autopista del oeste y pisaron a fondo.

—Conozco la zona, no hay acceso para vehículos en esta dirección —le dijo Poché al conductor—. En lugar de perder el tiempo volviendo hacia atrás desde la 96, métete por la siguiente salida. Yo me bajaré en la parte superior de la cuesta y haré andando el resto del camino.

El policía estaba aún frenando al final de la rampa de cambio de sentido de la 79 cuando Garzón le dijo que se bajaba. Les dio las gracias por encima del hombro por haberla llevado. Pronto Poché estaba corriendo bajo la autopista, dejando sus huellas sobre excrementos secos de paloma mientras se dirigía hacia el río, donde podía ver, a lo lejos, las luces de la policía.

Mariana Camacho estaba examinando el cadáver de Pochenko cuando Garzón llegó corriendo, jadeando y sudorosa por la carrera.

—Relájate, Poché, no se va a mover de aquí —dijo la forense—. Te iba a llamar para contarte lo de nuestro hombre, pero Sebas se me adelantó.

El detective Villalobos se unió a ellas.

—Parece que este tío no te va a volver a molestar más.

Garzón rodeó el cadáver para echarle un vistazo. El enorme ruso estaba tendido de lado en un banco del parque mirando hacia el Hudson. Era uno de esos lugares pintorescos para detenerse y descansar, situados sobre el césped entre el carril bici y la orilla del río. Ahora se había convertido en la última parada para descansar de Pochenko.

Se había cambiado de ropa desde la noche que había intentado matarla. Sus pantalones cargo y su camiseta blanca parecían nuevos, que era como los delincuentes fugados se vestían, usando las tiendas como si de sus propios armarios se tratase. La ropa de Pochenko parecía venir directa del expositor, a no ser porque estaba cubierta de sangre.

—La patrulla de control de los sin techo lo encontró —dijo Sebas—. Han estado haciendo rondas para intentar coger a gente dentro de los conductos de aire acondicionado. —No pudo resistirse a añadir—: Parece que él sí que va a estar fresquito y a gusto.

Poché captó el humor negro de Sebas, pero con el cadáver allí delante no tenía ganas de bromas. No importaba cómo hubiera sido. Pochenko era ahora un ser humano muerto. Cualquier alivio personal que pudiera sentir por el fin de su amenaza, era eso, personal. Él había pasado ahora a la categoría de víctima y se le debía justicia como a otro cualquiera. Uno de los talentos de María José Garzón para el trabajo era su capacidad de meter sus propios sentimientos en una caja y ser profesional. Miró de nuevo a Pochenko y se dio cuenta de que iba a necesitar una caja más grande.

—¿Qué tenemos? —preguntó a Mariana.

La forense le hizo señas para que fuera detrás del banco.

—Un solo tiro en la parte de atrás de la cabeza.

El cielo estaba empezando a resplandecer, y la luz del color de la mantequilla derretida permitía que Garzón viera más claramente el agujero de bala en el pelo cortado a cepillo de Pochenko.

—Ha sido a quema ropa.

—Sí. Desde muy cerca. Y mira la posición de su cuerpo. Es un banco grande, lo tiene todo para él, pero está en un extremo.

Garzón asintió.

—Alguien estaba sentado a su lado. ¿No hay signos de lucha?

—Ninguno —contestó la forense.

—Así que lo más probable es que fuera un amigo o un socio el que se acercó tanto.

—Lo suficiente para un ataque sorpresa —aventuró Sebas—. Va por detrás y pum —exclamó, haciendo el gesto detrás de ellas hacia la autopista del oeste, que ya estaba llena de personas que iban a trabajar—. Nada de testigos y el ruido del tráfico ocultó el disparo. Tampoco veo ninguna cámara del Departamento de Transporte.

—¿Y la pistola? —preguntó Poché a la forense.

—De pequeño calibre. Yo diría que, de veinticinco, si me ponen una pistola en la cabeza.

—Marí, cariño, necesitas salir más.

—Lo haría, pero el negocio va demasiado bien —replicó, y señaló al ruso muerto—. ¿Esa quemadura en la cara y el dedo roto son cosa tuya? —Garzón asintió—. ¿Algo más que deba saber?

—Sí —intervino Sebas—. Nunca te metas con María José Garzón.

Ola De Calor (Caché)Where stories live. Discover now