Capítulo 25

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Mientras se dirigían a la zona residencial, Calle sostenía una caja enorme con dos docenas de magdalenas en el regazo. Poché detuvo el coche con cuidado en un semáforo en rojo para que el regalo de la periodista para la sala de descanso de la comisaría no se convirtiera en una caja de migas. 

—¿Qué pasa, agente Calle? —preguntó ella—. Aún no le he oído decir que meta a Morgan Donnelly en la cárcel. ¿Qué sucede?.

—No puede estar en la lista. 

—¿Por qué?.

—Es demasiado feliz. 

—Estoy de acuerdo —asintió Poché. 

—Pero —continuó Calle— aun así vas a comprobar su coartada y si Paxton le extendió un jugoso cheque de despedida. 

—Exacto. 

—Y tenemos una misteriosa invitada sorpresa que investigar: la niñera nórdica. 

—Vas aprendiendo. 

—Sí, estoy aprendiendo mucho. Tus preguntas han sido muy reveladoras. —Ella la miró, a sabiendas de que algo se avecinaba—. Sobre todo cuando acabaste las preguntas sobre el caso y empezaste a meterte en el terreno personal. 

—¿Y? Tenía una historia interesante y me apetecía oírla. 

—Ya. Pues te puedo asegurar que tu cara no decía lo mismo.— Calle esperó hasta que vio cómo se ruborizaba y luego se limitó a mirar fijamente hacia delante a través del parabrisas, de nuevo con esa estúpida sonrisa. Lo único que dijo fue: «Envidia» . 

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—Oye, tío, la intención es lo que cuenta —dijo Ruiz. Calle, Roach y una serie de detectives y agentes estaban apiñados en la sala de descanso de la comisaría, alrededor de la caja abierta de Llamas y Azúcar Helado que Calle había acunado amorosamente durante el viaje. El surtido de magdalenas glaseadas con crema de mantequilla, nata montada y chocolate se habían mezclado y se habían convertido en lo que, siendo generoso, podría describirse como el resultado de un atropello. 

—No, no lo es —lo contradijo Villalobos—. Esta tipa nos prometió magdalenas, yo no quiero intenciones, quiero una magdalena. 

—Os aseguro que estaban perfectas cuando salieron de la pastelería —se disculpó Calle, pero la habitación se estaba vaciando alrededor de sus buenas intenciones—. Es el calor, que lo derrite todo. 

—Déjalas fuera un poco más. Volveré con una pajita —dijo Villalobos. Él y Ruiz se fueron a la oficina abierta. Cuando llegaron, la agente Garzón estaba actualizando la pizarra blanca. 

—Repostando —dijo Ruiz. 

Había siempre unos sentimientos encontrados en ese punto de un homicidio abierto, cuando la satisfacción de empezar a ver la pizarra llena de datos se veía compensada por el hecho más notable: nada de lo que había en ella los había llevado a una solución. Pero todos sabían que era un proceso, y que cada detalle que escribían los acercaba un paso más a la resolución del caso. 

—Bien —dijo Poché a su brigada—, la coartada de Morgan Donnelly concuerda con el comité de Tribeca Film. 

Mientras Calle entraba en la sala comiendo con una cuchara una magdalena derretida sobre un papel, ella añadió: 

—Por el bien de sus magdalenas, espero que la ola de calor se acabe en abril. Roach, ¿habéis ido a ver al cirujano plástico de Kimberly Starr?.

—Sí, y estoy pensando en quitarme una cosa horrible que lleva dos años molestándome. —Ruiz hizo una pausa, y añadió—: A Sebas. 

—¿Lo ves, detective Garzón? —dijo su pareja—. Yo doy y doy, y esto es lo que recibo a cambio. —Sebas comprobó sus notas—. La coartada de la viuda encaja. Había pedido una cita a última hora para una «consulta» y apareció a launa y cuarto. Eso cuadra con su salida de la heladería de Amsterdam a la una. 

Ola De Calor (Caché)Where stories live. Discover now