Capítulo 26

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El edificio donde vivía Poché no era el Guilford. No sólo su tamaño equivalía a una ínfima parte de él, sino que no había portero. Calle rodeó con los dedos el pomo de latón y sujetó la puerta mientras ella entraba en el pequeño vestíbulo. Sus llaves chocaron contra el cristal de la puerta interior, y una vez que Poché la hubo abierto, le hizo una señal al coche azul y blanco aún aparcado enfrente. 

—Ya estamos dentro —advirtió ella—, gracias. 

Los policías dejaron encendida la linterna para iluminarlos, y gracias a su haz de luz el vestíbulo no estaba totalmente a oscuras. 

—Ahí hay una silla, ¿la ves? —Poché dirigió hacia ella la linterna fugazmente—. Mantente cerca. 

Una hilera de brillantes buzones de correo metálicos recogieron el reflejo que tenían al lado. Ella agrandó un poco el haz de luz, y aunque así no era tan intenso, le daba una idea mejor del espacio y dejaba ver el largo y estrecho vestíbulo que era una réplica a pequeña escala de la planta del edificio. A la izquierda había un solo ascensor, y a la derecha, separado por una mesa en la que había varios paquetes de UPS y periódicos sin dueño, había un pasillo abierto que daba a la escalera. 

—Sujeta esto. —Le dio la caja y cruzó hacia el ascensor. 

—A no ser que esa cosa vaya a vapor, no creo que funcione —dijo Calle. 

—¿Tú crees? —Iluminó desde abajo el indicador estilo art déco de latón para ver en cuál de los cinco pisos estaba el ascensor. La flecha señalaba el uno. Poché golpeó la parte trasera de su linterna contra la puerta del ascensor y resonaron una serie de fuertes gongs. Gritó: « ¿Hay alguien ahí?» , y pegó la oreja al metal.—Nada —le dijo a Calle. Luego arrastró la silla del vestíbulo hacia la puerta del ascensor y se puso en pie sobre ella—. Para que esto funcione, hay que hacerlo desde arriba, en el cabezal. —Sujetó la diminuta linterna entre los dientes para tener las manos libres y las usó para abrir unos centímetros las puertas por el centro. Poché inclinó la cabeza hacia delante e insertó la luz en la separación. Satisfecha, soltó las puertas y se bajó, informando—: Vía libre. 

—Siempre la policía —apuntó Calle. 

—Mmm... No siempre. 

Se dio cuenta de lo oscuro que aquello podía llegar a estar cuando empezaron a subir las escaleras, que estaban encajadas entre las paredes, y a las que no llegaba la luz de la policía como en el vestíbulo. Poché iba delante con su Maglite; Calle la sorprendió con una luz propia. En el descansillo del segundo piso, ella preguntó: 

—¿Qué diablos es eso?.

—Una aplicación del iPhone. ¿Mola, eh? —La pantalla de su móvil irradiaba una brillante llama de un mechero Bic virtual—. Ahora causan furor en los conciertos. 

—¿Te lo ha dicho Mick?.

—No, no fue Mick. —Reiniciaron el ascenso y añadió—: fue Bono. 

No costaba mucho subir hasta su apartamento, situado en el tercer piso, pero el aire sofocante de la escalera hizo que las dos se secaran con la palma de la mano el sudor de la cara. Una vez dentro de su recibidor, ella intentó encender el interruptor de la luz por costumbre y se reprendió por hacer las cosas de manera tan automática. 

—¿Esa cosa tiene cobertura?.

—Sí, y con todas las rayas. 

—Milagro de milagros —dijo ella, abriendo su propio teléfono para llamar con el sistema de marcación rápida al capitán García. Tuvo que intentarlo dos veces para conseguir línea y, mientras sonaba, dejó a Calle en la cocina e iluminó la nevera—. Ponte hielo en la mandíbula, mientras yo... Hola, capitán, pensé que debería ponerme en contacto con usted.

La agente Garzón sabía que la ciudad estaría en alerta táctica y quería saber si tenía que ir a la comisaría o a alguna de las zonas afectadas. García confirmó que Gestión de Emergencias había declarado la alerta táctica y que los permisos y los días libres estaban temporalmente suspendidos. 

—Podría necesitarte para cubrir algún turno, pero por ahora la ciudad se está comportando bien. Esperemos hacerlo mejor que en 2003 —afirmó—. Teniendo en cuenta las veinticuatro horas que acabas de tener, lo mejor que puedes hacer por mí es descansar para estar fresca mañana, por si esto continúa. 

—Oiga, capitán, me ha sorprendido ver que tengo compañía delante de casa. 

—Ah, sí. He avisado a los de la comisaría 13. Espero que te estén tratando bien. 

—Fenomenal, muy formales. Pero la cuestión es si con esta alerta táctica ése será el mejor uso de los recursos. 

—Si te refieres a escoltar a mi mejor investigadora para asegurarme de que nadie interrumpe su sueño, no se me ocurre mejor uso. Ruiz y Villalobos insistieron en hacerlo ellos mismos, pero yo se lo impedí. Eso sí que sería malgastar recursos. 

Dios, pensó. Eso era justo lo que habría necesitado, que los Roach aparecieran y la pillaran allí fuera rozándose en la oscuridad con Calle. Tal y como estaban las cosas, no le gustaba nada la idea de que esos policías supieran a qué hora se iba Calle, aunque fuera pronto. 

—Es muy amable por su parte, capitán, pero soy mayorcita, estoy en casa sana y salva, la puerta está cerrada con llave, las ventanas están cerradas, estoy armada y creo que nuestra ciudad estará mejor si deja que ese coche se vaya. 

—Está bien —dijo—. Pero cierra la puerta con dos vueltas de llave. No quiero ninguna persona ajena en tu apartamento esta noche, ¿me oyes?. 

Vio a Calle apoyada contra la tabla de cortar con un paño lleno de cubitos de hielo sobre la cara. 

—No se preocupe, capitán. Y capitán... gracias. —Colgó y dijo—: No me necesitan esta noche. 

—Así que tu evidente intento de acortar mi visita no ha funcionado. 

—Cállate y déjame ver eso. —Se acercó para inclinarse sobre Calle y le retiró el paño para poder examinar su mandíbula herida—. No se ha hinchado, eso es bueno. Un centímetro más cerca de mi pie, y estarías bebiendo sopa por una pajita durante los próximos dos meses. 

—Espera un momento, ¿me golpeaste con el pie?.

Ella se encogió de hombros. 

—¿Y? —Puso las yemas de los dedos sobre su mandíbula—. Muévela de nuevo. ¿Te duele algo? 

—Sólo el orgullo. 

Ella sonrió y puso los dedos sobre Calle, acariciándole la mejilla. Las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba, y la miró de una manera que hizo que se sonrojara.  Poché retrocedió antes de que la fuerza magnética fuera realmente intensa, repentina y profundamente preocupada por si se había convertido en una especie de friqui a la que le ponían las escenas de los crímenes. 

Primero en el balcón de Matthew Starr, y ahora aquí, en su propia cocina. No es que fuera algo malo ser un poco friqui, pero ¿en los escenarios de los crímenes? Estaba claro que ése era el común denominador. Bueno, eso y Calle. Sacudió el paño para tirar el hielo dentro del fregadero y, mientras estaba ocupada, la mente de ella fue a toda velocidad para intentar comprender en qué demonios estaba pensando cuando la invitó a subir. Tal vez le estaba dando demasiada importancia a esta visita, haciendo planes. A veces un cigarro es sólo un cigarro, ¿no? Y a veces subir a por hielo es subir a por hielo. Sin embargo, aún tenía el corazón acelerado por haber estado cerca de ella. Y aquella mirada. No, se dijo a sí misma, y la decisión quedó tomada. Lo mejor era no forzar las cosas. Calle había conseguido su hielo, ella había cumplido su promesa, sí, lo más inteligente sería detener esto ahora y echarla. 

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora