Capítulo 38

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En la sala de interrogatorios de la comisaría, el motero, Brian Daniels, parecía tener más interés en la gasa de la parte trasera superior de su brazo, que en la detective Garzón.

—Estoy esperando —dijo ella. Pero él la ignoró mientras se contorsionaba enganchando la barbilla en el hombro para volverse y ver el vendaje bajo la manga rasgada por la parte de atrás de su camiseta.

—¿Esta mierda sigue sangrando? —preguntó. Se volvió para poder verlo en el espejo, pero estaba demasiado lejos para que funcionara y lo dejó, dejándose caer en la silla de plástico.

—¿Qué ha pasado con los cuadros, Brian?

—Doc. —Sacudió su cabello gris plomo. Cuando lo ficharon se quitó la goma de la cola de caballo y el pelo le colgaba por la espalda como una cascada contaminada—. Brian es para Hacienda y para Tráfico. Llámeme Doc.

Ella se preguntó cuándo habría sido la última vez que aquel pedazo de mierda había pagado algún impuesto o la cuota del carné de conducir. Pero Poché se guardó el pensamiento para sí y se ciñó al guión.

—Cuando se fueron del Guilford anoche, ¿adónde llevaron la colección de arte?

—No tengo ni idea de qué demonios está hablando, señorita.

—Estoy hablando sobre lo que había en ese furgón.

—¿Sobre las mantas? Todas suyas —resopló, se rió y se hizo un nudo para mirar de nuevo la herida que se había hecho con el alambre de espino en el brazo.

—¿Dónde estuvo anoche entre las doce y las cuatro?

—Maldita sea, ésta era mi camiseta preferida.

—¿Sabe una cosa, Doc? No sólo es usted un pésimo tirador, sino que también es estúpido. Después de su numerito de circo de esta mañana, tiene los cargos suficientes en su contra como para hacer que su estancia en Sing Sing parezca un fin de semana en el Four Seasons.

—¿Y?

—Y... ¿Quiere ver cómo aumenta su condena? Siga actuando como un gilipollas. —La detective se levantó—. Le daré un poco de tiempo para que reflexione sobre ello. —Alzó su expediente—. A juzgar por esto, ya sabe lo que es el tiempo —dijo, y salió de la habitación para que él se pudiera quedar allí sentado imaginando su futuro.




*****************



Calle estaba sola en la oficina abierta cuando ella entró, y no parecía muy contenta.

—Oye, gracias por dejarme tirada en la pintoresca Long Island City.

—Ahora no, Calle. —Ella pasó apresuradamente de largo y se dirigió hacia su mesa.

—Tuve que hacer todo el camino hasta aquí sentada en el asiento de atrás de un coche patrulla. ¿Sabes qué significa eso? La gente de los otros coches me miraban como si estuviera detenida. Tuve que saludarlos con la mano un par de veces para que vieran que no llevaba esposas.

—Lo hice para protegerte.

—¿De qué?

—De mí.

—¿Por qué?

—Pues por no escuchar, para empezar.

—Me cansé de estar allí de pie, solo. Imaginé que ya habríais terminado, así que fui a ver cómo había ido.

—E interferiste con mi sospechoso.

—Pues claro que interferí. Ese tipo quería dispararte.

—Soy policía. La gente nos dispara. —Encontró el archivo que buscaba y cerró de un golpe el cajón—. Tienes suerte de que no te pegaran un tiro.

—Llevaba chaleco. Y, por cierto, ¿cómo podéis aguantar esas cosas? Son demasiado cerrados, sobre todo para esta humedad.

Sebas entró dándose golpecitos con su cuaderno en el labio superior.

—No hay ninguna fisura en ningún lado. He comprobado las coartadas de nuestros principales sospechosos. Están todas confirmadas.

—¿La de Kimberly Starr también? —preguntó Garzón.

—La suya vale para dos. Estaba en Connecticut con su doctor amor en la casita que él tiene en la playa, así que dos menos. —Cerró su cuaderno y se volvió hacia Calle—. Oye, tía, Mario me contó lo que dijiste cuando apuntabas a ese motero.

Calle miró a Poché.

—Mejor no hablemos de eso —dijo.

Pero Sebas continuó con un ronco susurro:

—«Adelante. Necesito practicar». ¿Mola, ¿eh?

—Sí, mucho —dijo Garzón—. Calle es como nuestro propio Harry el Sucio. —El teléfono de su mesa sonó y ella contestó—. ¿Garzón?

—Soy yo, Ruiz. Ya está aquí.

—Voy para allá —dijo.

***************

El viejo portero se quedó con Poché, Calle y Roach en la cabina de observación, mirando a través del cristal a los hombres de la fila.

—Tómese su tiempo, Henry —dijo Poché.

Él se acercó un paso más a la ventana y se quitó las gafas para limpiarlas.

—Es difícil. Como ya dije, estaba oscuro y llevaban gorras.

En la sala de al lado había seis hombres de pie mirando hacia un espejo.

Entre ellos, Brian «Doc» Daniels y los otros dos hombres de la redada del taller de coches de aquella mañana.

—No se preocupe. Sólo queremos saber si le suena alguno. O no.

Henry se volvió a poner las gafas. Pasó un rato.

—Creo que reconozco a uno de ellos.

—¿Lo cree o está seguro? —Poché había visto cómo muchas veces las ansias de ayudar o de vengarse llevaban a la gente a hacer malas elecciones. Advirtió de nuevo a Henry—: Asegúrese.

—Ajá, sí.

—¿Cuál de ellos?

—¿Ve a ese tío zarrapastroso con una venda en el brazo y el pelo largo gris?

—Sí.

—Pues el que está a su derecha.

Detrás de él, los detectives agitaron la cabeza. Había identificado a uno de los tres policías infiltrados en la ronda de reconocimiento.

—Gracias, Henry —dijo Garzón—. Gracias por haber venido.

















Maratón?

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora