Capítulo 31

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Calle intentó pescar un taxi en Park Avenue South y enganchó un buen ejemplar, un taxi furgoneta. Le abrió la puerta a Poché, que entró echando un último vistazo por encima del hombro, preocupada por si el capitán García había dejado un coche de policía para protegerla y la habían visto aquella mañana con Daniela Calle.

—¿Buscas a Pochenko? —preguntó Calle.

—No, no es eso. Una vieja costumbre.

Le dio al taxista la dirección de Calle, en Tribeca.

—¿Qué pasa? —dijo Daniela —. ¿No íbamos al depósito municipal de vehículos?

—Una de nosotras va a ir al depósito municipal de vehículos. La otra se va a ir a su casa a cambiarse de ropa.

—Gracias, pero si a ti no te molesta, hoy también llevaré esto puesto. Prefiero ir contigo. Aunque inspeccionar un cadáver no es exactamente la mejor guinda para el pastel. Tras una noche como ésta, lo que haría una neoyorquina sería llevarte a tomar un brunch. Y fingir que apunta tu número de teléfono.

—No, vas a ir a cambiarte. No se me ocurre una idea peor que aparecer en el mismo taxi a primera hora de la mañana en el escenario del crimen de mi amiga con el pelo revuelto y una de nosotras con la ropa de ayer.

—Podríamos aparecer cada una con la ropa de la otra puesta, eso sería mucho peor. —Se rió y la cogió de la mano. Ella se soltó.

—¿Te has dado cuenta de que no suelo hacer manitas en el trabajo? Ralentiza mi gran habilidad para desenfundar.

Continuaron en silencio durante un rato. Cuando el taxi iba por la calle Houston, Daniela dijo:

—No tengo muy claro si me mordí la lengua cuando me disté una patada en la cara o si me la mordiste tú. —El comentario hizo que el conductor echara un rápido vistazo al espejo retrovisor.

—Tengo que meterles prisa a los forenses para que me den de una vez el informe sobre los vaqueros de Pochenko —dijo Garzón.

—No recuerdo que sucediera ninguna de las dos cosas —dijo Calle.

—Probablemente el apagón ha provocado retrasos en el laboratorio, pero ya ha pasado suficiente tiempo.

—Las cosas sucedieron muy rápido, y me atrevería a decir que con furia.

—Apuesto a que los tejidos coinciden —replicó ella.

—Pese a todo, lo normal sería recordar un mordisco.

—Que le den al vídeo de la cámara de vigilancia. No sé cómo entró allí, pero lo hizo. Sé que le gustan las escaleras de incendios.

—¿Estoy hablando demasiado?

—Sí.

Pasados dos benditos minutos en silencio, Calle estaba fuera del taxi delante de su edificio.

—Cuando hayas acabado, ve a la comisaría y espérame. Te veré allí cuando termine en el depósito.

Calle se enfurruñó como un cachorro abandonado y empezó a cerrar la puerta.

Ella la mantuvo abierta.

—Por cierto, sí. Te mordí la lengua —dijo, y dejó que se cerrara la puerta.

Poché la vio sonriendo con cara de tonta en la acera por la ventanilla trasera mientras el taxi continuaba su camino.




Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora