Capítulo 15

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—Vity a Pochenko, ha estado usted muy ocupado desde que llegó a este país.
Pochė pasó las páginas de su expediente, leyendo en silencio como si no supiera ya lo que ponía en ellas, y luego lo cerró. Estaba lleno de arrestos por amenazas y actos violentos, pero nada de condenas. La gente o evitaba testificar en contra de Hombre de Hierro o se iba de la ciudad.

—Hasta ahora ha salido limpio siempre. O le cae muy bien a la gente, o le tienen mucho miedo.

Pochenko permanecía sentado mirando hacia delante con los ojos fijos en el espejo unidireccional. No parecía nervioso, como Barry Gable. No, tenía la mirada fija y centrada en un punto que había elegido. No la miraba a ella; era como si no estuviera allí. Como si estuviera encerrado en su propia mente en
lugar de en cualquier otro sitio. La agente Garzón tendría que cambiar eso.

—Su colega Miric no debe de tenerle miedo. —El ruso ni pestañeó—. O eso
parece, por lo que me ha dicho. —Nada—. Tenía algunas cosas muy interesantes que decir sobre lo que usted le hizo a Matthew Starr en el Guilford anteayer.

Lentamente, despegó su mirada del ozono y volvió la cabeza hacia ella. Al hacerlo, su cuello rotó mostrando las venas y los tendones insertados
profundamente en unos voluminosos hombros. La miró fijamente desde debajo de unas espesas cejas rojizas. Desde aquel ángulo, bajo aquella luz tenue, tenía cara de boxeador profesional con una reveladora nariz curvada y aplastada de forma poco natural en el punto donde estaba rota. Ella pensó que debía de haber sido guapo en su día, antes de ser un tío duro. Con el pelo cortado a cepillo, se lo imaginó de niño en un campo de fútbol o empuñando un palo de hockey en una pista. Pero ahora Pochenko era todo dureza, y la hubiese adquirido por haber estado en la cárcel en Rusia o por aprender cómo no ir a la cárcel, el niño había
desaparecido y lo único que ella veía en aquella sala era el resultado de haberse convertido en alguien muy, muy bueno en sobrevivir con cosas muy, muy malas.

Algo similar a una sonrisa se formó en las profundas comisuras de sus labios, pero nunca salió a la luz. Luego, finalmente, habló.

—En la estación del metro, cuando estabas encima de mí, pude olerte. ¿Sabes a qué me refiero? ¿A olerte?.

Marìa José había estado en todo tipo de interrogatorios y entrevistas tanto con todas las variedades de personas de los bajos fondos que existían sobre la faz de la tierra, como con aquellos demasiado perjudicados para poder colarse en la lista. Los listillos y los sobrados creían que, como era una mujer, podían ponerla nerviosa con un poco de charleta en plan peli porno y una mirada lasciva. Una
vez, un asesino en serie le pidió que fuera con él en el furgón para masturbarse de camino a la penitenciaría. Su armadura era fuerte. Pochė tenía el mejor don
que podía tener un investigador, la capacidad de distanciarse. O tal vez era capacidad de desconexión. Pero las palabras que Pochenko había pronunciado con indiferencia, la grosera mirada que le estaba dirigiendo, la intrusión de su
naturalidad y la amenaza que revelaban aquellos ojos ambarinos, la hicieron estremecerse. Sostuvo su mirada e intentó no entrar en el juego.

—Veo que sí lo sabes. —Y luego, lo más escalofriante de todo fue que le
guiñó un ojo—. Va a ser mío —dijo, hizo un gesto obsceno con la lengua y se rió.

Luego Pochė escuchó algo que nunca antes había oído en una sala de interrogatorio. Unos gritos amortiguados procedentes de la cabina de observación. Era Calle, su voz sonaba ahogada por la insonorización como si estuviera gritando a través de una almohada, pero pudo oír las palabras «animal… cabronazo… asqueroso…» , seguidas de un puñetazo en el cristal. Se
dio la vuelta por encima del hombro para echar un vistazo. Era difícil
permanecer indiferente con el espejo curvándose y vibrando. Luego se oyeron los gritos apagados de los Roach, y se acabó.
Pochenko miraba alternativamente al espejo y a ella con un brillo de
inquietud en sus ojos. Fuese lo que fuese que había hecho clic en el cerebro de guisante de Calle para que la situación se le fuera de las manos allá dentro había logrado reducir el efecto del momento intimidatorio del ruso. La detective Garzón aprovechó la oportunidad y evitó el tema sin hacer ningún comentario.

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora