Capítulo 41

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Mientras Ruiz desenterraba y ponía el vídeo de vigilancia, Garzón hizo su llamada de rigor y su ronda en el ordenador para comprobar los hurtos, asaltos y robos en cajeros automáticos para ver si los últimos informes le daban alguna idea de dónde podía estar Pochenko. No había ni rastro de él desde el robo en el supermercado. Un amigo de Poché, un policía de Narcóticos que estaba infiltrado en los barrios rusos de Brighton Beach, tampoco había descubierto nada. Poché se dijo a sí misma que estas comprobaciones compulsivas eran un buen trabajo de detective, ya que el éxito dependía en gran medida de diligencias para tontos.

Pero en el fondo de su corazón no le gustaba en absoluto la idea de que hubiera un hombre peligroso suelto por ahí, que se lo había tomado de forma personal con ella y se le había escabullido. Eso menoscababa la apreciada habilidad de la detective Garzón para mantenerse al margen de los aspectos emocionales de su trabajo en un caso. Después de todo, se suponía que ella debía ser la policía, no la víctima. Poché se permitió momentáneamente pisar el césped de lo puramente humano, y luego volvió al camino.

¿Adónde habría ido? Un hombre como ése, grande y llamativo, herido, a la fuga, sin poder volver a su casa, se tendría que convertir en carroñero en algún momento. A menos que tuviera algún sistema de apoyo y algún dinero escondido, su presencia se notaría en algún lugar. Tal vez los tenía. Tal vez. No le daba esa impresión. Colgó el teléfono tras la última llamada, y se quedó mirando fijamente a la nada.

—Quizá haya entrado en uno de esos reality shows en los que se llevan a los participantes a alguna isla desierta a comer bichos y gritarse unos a otros — observó Calle—. Ya sabes, algo así como «Soy un asesino idiota, sacadme de aquí».

—Solo y con sacarina, ¿no? — Poché puso un café sobre la mesa de Ruiz.

—Vaya, gracias, te lo agradezco. —Ruiz estaba escudriñando el vídeo de vigilancia del vestíbulo del Guilford—. A menos que signifique que me voy a tener que pasar otra noche en vela así.

—No, esto no nos llevará mucho tiempo. Pásalo hasta Miric y Pochenko, y pónmelo a cámara lenta. —Ruiz tenía mucha experiencia en esa parte y encontró el punto exacto en el que entraban de la calle—. Bien, cuando veas a Pochenko, páralo.

Ruiz congeló la imagen e hizo un zoom sobre la cara del ruso.

—¿Qué estamos buscando?

—Eso no —dijo ella.

—Pero querías que congelara este fotograma.

—Exacto. ¿Y qué hemos estado haciendo? Centrarnos sólo en su cara para identificarlo, ¿cierto?

Ruiz la miró y sonrió.

—Ah, ya lo pillo —retiró el zoom sobre la cara de Pochenko y reconfiguró la imagen.

A poché le gustó lo que estaba viendo.

—Exacto, ahí le has dado. Ruiz, lo pillas rápido. Sigue así, a partir de ahora te dejaré visionar todos los vídeos de las cámaras de vigilancia.

—Has calado mi intención de convertirme en el zar del vídeo de la comisaría. —Se movió con el ratón hasta la otra parte del fotograma congelado y lo arrastró para hacer un zoom. Cuando consiguió lo que quería, se recostó en la silla. —¿Qué tal así? —preguntó.

—No más llamadas, por favor. Tenemos un ganador.

La mano de Pochenko llenaba toda la pantalla. Y en ella se veía bastante bien su anillo hexagonal, el mismo que Mariana le había enseñado en el depósito.

—Guárdalo e imprímemelo, zar Ruiz.

Minutos después, poché añadía la foto del anillo de Pochenko a la galería cada vez mayor de la pizarra. Calle estaba de pie, apoyada en la pared, asimilándolo, y levantó la mano.

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora