Capítulo 23

2.1K 127 2
                                    

Cuando la detective Garzón dirigía el morro del Crown Victoria hacia la salida del aparcamiento subterráneo de la torre del Starr Pointe, oyó el zumbido continuo y grave, característico de los helicópteros, y bajó la ventanilla. Había tres flotando en el aire a su izquierda, a unos cuatrocientos metros hacia el oeste, sobre el lejano perfil del edificio Time Warner. Al que volaba más bajo lo reconoció, era el helicóptero de la policía, y los dos acompañantes que volaban a mayor altura debían de pertenecer a cadenas de televisión. 

—¡Noticias de última horaaaa! —exclamó a su coche vacío. Conectó la frecuencia táctica en su radio y pronto se enteró de que una tubería de vapor había estallado y su contenido había salido disparado como si de un géiser se tratara, una muestra más de que las antiguas infraestructuras de Gotham no eran apropiadas para el horno de la naturaleza. Llevaban casi una semana con la ola de calor, y Manhattan estaba empezando a bullir y burbujear como una pizza de queso. 

Columbus Circle estaría imposible, así que tomó la ruta más larga pero más rápida hacia la comisaría, entrando en Central Park desde el Plaza para atravesarlo y coger el East Drive hacia el norte. El ayuntamiento mantenía el parque cerrado a vehículos de motor hasta las tres, así que, con la ausencia de tráfico, su camino tenía reminiscencias de domingo campestre, maravilloso, siempre y cuando mantuviera encendido el aire acondicionado. Había unas vallas de la policía que bloqueaban el camino en la 71, pero la policía auxiliar reconoció su coche camuflado y abrió la barrera mientras la saludaba con la mano. 

Poché se detuvo a su lado. 

—¿A quién habrás cabreado para que te hayan puesto aquí?.

—He debido de ser muy mala en mi otra vida —respondió la policía riéndose. Poché miró la botella empañada de agua fría sin abrir que estaba en su posavasos y se la pasó a la mujer.

—Refrésquese, agente —dijo, y continuó su camino. El calor lo aplanaba todo. Quitando un puñado de corredores dementes y de ciclistas locos, el parque estaba vacío de pájaros y ardillas. Poché redujo la velocidad al pasar por la parte trasera del Metropolitan y, mirando la pared de cristal cuadriculada del entresuelo, sonrió, como siempre hacía, al recordar la imagen del clásico del cine en la que Harry estaba allí con Sally, enseñándole cómo decirle a un camarero que el paprikash tenía demasiada pimienta. Una joven pareja deambulaba por el césped de la mano. Involuntariamente, Poché detuvo el coche y se quedó mirándolos, viendo cómo se limitaban a estar juntos, con todo el tiempo del mundo. Le sobrevino una oleada de melancolía que la conmovió y que apartó pisando lentamente el acelerador. Hora de volver al trabajo. 

Calle saltó de la silla de su mesa de trabajo cuando Poché entró en la oficina abierta. Estaba claro que estaba esperando que volviera y que quería saber dónde había estado, lo cual significaba, implícitamente, «¿por qué no me has llevado?». Cuando le dijo que había ido a ver a Noah Paxton para seguir hablando con él, Calle no se tranquilizó en absoluto, o eso le pareció. 

—Bueno, ya sé que no te entusiasma que te acompañe, pero me gustaría pensar que soy un par de ojos y orejas bastante útil para ti en esas entrevistas. 

—¿Puedo recordarte que estoy en plena investigación de un asesinato? Necesitaba ver al testigo a solas porque quería que se abriese a mí sin la presencia de más ojos u orejas, por útiles que puedan resultar. 

—¿Quieres decir que te parecen útiles?.

—Lo que quiero decir es que no es el momento apropiado para personalizar ni para necesitar sentirse útil. —La miró. Sólo quería estar con ella y, tenía que admitirlo, parecía más entrañable que necesitada. Poché se descubrió sonriendo—.Y sí, a veces son útiles.

—Bien. 

—No siempre, eh. 

—Habías quedado muy bien, no lo estropees —dijo Calle. 

—Tenemos noticias de Pochenko —dijo Villalobos cuando entró por la puerta con Ruiz. 

—Dime que está en Rikers Island y que no se le permite hablar con un abogado, eso serían buenas noticias —afirmó ella.

—¿Qué tenéis?.

—Bueno, más o menos —dijo Villalobos—. Un tipo que encaja con su descripción ha robado hoy medio pasillo de material de primeros auxilios en un Duane Reade del East Village. 

—También tienen vídeo de la cámara de vigilancia. —Ruiz introdujo un DVD en su ordenador. 

—¿Seguro que era Pochenko? —preguntó ella. 

—Dímelo tú. El vídeo de la cámara del supermercado era fantasmagórico y se veía entrecortado, pero allí estaba, el enorme ruso llenando una bolsa de plástico con pomadas y aloe, y luego agachándose en la sección de primeros auxilios para coger esparadrapo y tablillas para los dedos. 

—El colega está bastante perjudicado. Recuérdame que nunca me pelee contigo —bromeó Ruiz.

—Ni que te deje plancharme las camisas —añadió Villalobos.

Siguieron un rato en ese plan. Hasta que alguien apareciera con una pastilla mágica, el humor negro continuaría siendo el mejor mecanismo de un policía para lidiar con su día a día. De lo contrario, el trabajo los devoraría vivos. En circunstancias normales, Poché se habría unido a ellos, pero lo tenía demasiado fresco todavía como para reírse. Quizá si consiguiera ver a Pochenko esposado en la parte trasera de un furgón de camino a Ossining para pasar allí el resto de su vida, dejaría de olerlo y de sentir sus grasientas manos alrededor de su cuello en su propia casa. Tal vez entonces podría reírse.

—Puaj, mirad el dedo, creo que voy a vomitar —dijo Villalobos.

—Ya puede ir rechazando esa beca de piano para Julliard —añadió Ruiz. 

Calle, increíblemente, guardaba silencio. Poché la observó y la pilló mirándola de forma parecida a la noche anterior, en la mesa de póquer, pero más intensamente. Desvió la mirada, sintiendo la necesidad de librarse de lo que quiera que fuera aquello, como cuando Calle le había regalado el grabado enmarcado. 

—Vale, definitivamente es nuestro hombre —dijo, cambiándose de sitio para mirar la pizarra blanca. 

—¿Es necesario que señale que aún está en la ciudad? —preguntó Calle. 

Ella decidió ignorarla. El hecho era obvio y la preocupación inútil. En lugar de ello, se volvió hacia Ruiz: 

—¿No hay nada en tu cinta del Guilford?.

—Estuve mirando hasta quedarme bizco. Es imposible que volvieran a atravesar ese vestíbulo después de marcharse. También he visionado el vídeo dela entrada de servicio. Nada. 

—Está bien, lo hemos intentado. 

—Visionar el vídeo del vestíbulo es lo peor —observó Ruiz—. Es como verla C-SPAN, pero menos emocionante. 

—Haremos una cosa, entonces. Te mandaré a dar un paseo. ¿Por qué no os pasáis Sebas y tú por el despacho del doctor Van Peldt y comprobáis si la coartada de Kimberly Starr encaja? Y como está claro que ella habría avisado a su verdadero amor de que lo haríamos... 

—Ya lo sé —la interrumpió Sebas—, lo confirmaremos con las recepcionistas, enfermeras y/o personal del hotel, etcétera, etcétera. 

—Caramba, detective —dijo Garzón— casi parece que sabe lo que está haciendo. 

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora