Capítulo 39

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Ya de vuelta en la oficina abierta, los detectives y Calle estaban sentados de espaldas a sus mesas, lanzándose con pereza una pelota Koosh. Era lo que hacían cuando estaban bloqueados.

—No vamos a permitir que el motero se nos escape, ¿verdad? —dijo Calle—. ¿No podéis detenerle por atacar a la detective Garzón?

Ruiz levantó la mano y Sebas le lanzó la pelota a la palma.

—El problema no es retener al motero.

—Es conseguir que nos diga dónde están los cuadros. —Sebas levantó la mano y Ruiz le devolvió la pelota. Tenían la técnica tan perfeccionada que Sebas no tuvo ni que moverse.

—Y quién lo contrató —añadió Garzón.

Calle levantó la mano y Sebas le lanzó la bola.

—¿Y cómo conseguís que un tío como ése hable si no quiere?

Garzón levantó la mano y Calle le envió un lanzamiento fácil de coger.

—He ahí la cuestión. Se trata de encontrar el punto sobre el que puedes ejercer presión. —Agitó la pelota en la mano—. Puede que se me haya ocurrido una idea.

—Nunca falla. Es el poder de Koosh —dijo Ruiz.

—El poder de Koosh —repitió Sebas, levantando la mano.

Poché lanzó la pelota y le dio a Calle en la cara.

—Ajá —dijo ella—. Nunca lo he probado antes.

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María José tenía un nuevo cliente en la sala de interrogatorios, Gerald Buckley.

—Señor Buckley, ¿sabe por qué le hemos pedido que venga a hablar con nosotros?

Buckley tenía las manos cruzadas, fuertemente enlazadas sobre la mesa que estaba delante de él.

—No tengo ni idea —dijo con una mirada escrutadora. Garzón se dio cuenta de que se había teñido las cejas de negro.

—¿Sabe que hubo un robo en el Guilford la pasada noche?

—Éramos pocos y parió la abuela. —Se humedeció los labios y se rascó la nariz de bebedor con el reverso de un nudillo—. Seguro que, durante el apagón, ¿no?

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, no sé. Ya saben. No es políticamente correcto decirlo, así que sólo digo que a «ciertos tipos» les gusta desbocarse en cuanto bajan la guardia. —Él sintió los ojos de ella sobre él y no logró encontrar un lugar seguro al que mirar, así que se concentró en toquetear una antigua costra en el dorso de la mano.

—¿Por qué llamó para anular su turno en el Guilford ayer por la noche?

Levantó lentamente los ojos hasta toparse con los de ella.

—No entiendo la pregunta.

—Es una pregunta muy sencilla. Usted es portero del Guilford, ¿no?

—¿Y?

—Anoche llamó al portero que estaba trabajando, Henry, y le dijo que no iba a ir al turno de noche. ¿Por qué lo hizo?

—¿A qué se refiere cuando dice «por qué»?

—Pues exactamente a eso. ¿Por qué?

—Ya se lo he dicho, hubo un apagón. Ya sabe que esta ciudad se convierte en un maldito manicomio cuando la luz se va. ¿Cree que iba a salir así? Ni de broma. Por eso llamé para anular mi turno. ¿Por qué le da tanta importancia?

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora