Capítulo 56

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La ola de calor llegó a su fin esa noche, casi de madrugada, y no lo hizo discretamente. Un frente procedente de Canadá que descendía amenazante por el Hudson colisionó con el aire caliente y estancado de Nueva York y dio lugar a un espectáculo aéreo de luces, vientos huracanados y lluvia lateral.

Los meteorólogos de la televisión se daban palmaditas en la espalda y señalaban manchas rojas y naranjas en las imágenes del radar Doppler mientras los cielos se abrían y los truenos retumbaban como cañonazos en los cañones de piedra y vidrio de Manhattan.

En el Hudson, a la altura de Tribeca, María José redujo la velocidad para no empapar a los clientes apiñados bajo las sombrillas de fuera del Nobu que rezaban en vano para conseguir algún taxi libre que los llevara a los barrios residenciales en medio de aquel aguacero. Giró en la calle de Daniela y aparcó el coche de policía en un espacio libre en una zona de carga en la manzana de su edificio.

—¿Sigues enfadada conmigo? —preguntó.

—No más de lo normal —admitió, y puso la palanca de cambios en punto

muerto—. Me quedo callada siempre que resuelvo un caso. Es como si me

hubieran vuelto del revés.

Calle tenía algo en la cabeza, y vaciló.

—De todos modos, gracias por dejarme acompañarte en todo esto.

—De nada.

La luz tipo Frankenstein estaba tan cerca que su resplandor les iluminó la cara al mismo tiempo que estalló el trueno. Diminutas piedras de granizo empezaron a repiquetear sobre el techo.

—Si ves a los cuatro jinetes del Apocalipsis —dijo Calle—, agáchate.

Ella esbozó una débil sonrisa que se convirtió en un bostezo.

—Lo siento.

—¿Tienes sueño?

—No, estoy cansada. Estoy demasiado agotada para dormir.

Se quedaron allí sentados escuchando la ira de la tormenta. Un coche pasó lentamente a su lado con el agua por los tapacubos.

Finalmente, Daniela rompió el silencio.

—Oye, he estado pensando mucho, pero aún no sé cómo jugar a esto.

Trabajamos juntos. Bueno, algo así. Nos hemos acostado, de eso no cabe duda. Hemos practicado sexo apasionadamente una vez, pero luego ni siquiera nos hemos cogido de la mano, ni en la relativa privacidad de un taxi. Estoy intentando imaginarme las reglas. Esto no está equilibrado, es más un tira y afloja. Durante los últimos días he llegado a la conclusión de que no te gusta mezclar el sexo ardiente y el romance con la concentración que requiere el trabajo policial. Así que me pregunto si la solución para mí es romper nuestra relación laboral. Dejar a un lado mi investigación para la revista para que podamos...

Poché la agarró y la besó intensamente. Luego se apartó de ella y dijo:

—¿Quieres callarte?

Antes de que Daniela pudiera decir que sí, ella la agarró de nuevo y volvió a pegar su boca a la de ella.

Daniela la rodeó con los brazos. Ella se desabrochó el cinturón de seguridad y se acercó a Calle. Sus rostros y su ropa estaban empapados en sudor.

Otro flash de luz iluminó el coche a través de las ventanillas empañadas por el sudor de sus cuerpos.

Poché la besó en el cuello y luego en una oreja.

—¿De verdad quieres saber lo que pienso? —le susurró entonces.

Calle no dijo nada, se limitó a asentir.

El grave estruendo del trueno finalmente las alcanzó. Cuando fue disminuyendo, Poché se sentó, cogió las llaves y apagó el motor.

—Esto es lo que pienso. Pienso que después de todo esto, tengo energía que quemar. ¿Tienes algunas limas, sal y algo divertido y embotellado?

—Sí.

—Entonces creo que deberías invitarme a subir y ya veremos qué nos depara la noche.

—Cuidado con lo que dices.

—Espera y verás.

Salieron del coche y echaron una carrera hasta su edificio. A medio camino, Poché la cogió de la mano y se puso a su lado riéndose mientras corrían juntas por la acera. Se detuvieron en las escaleras de la entrada, sin aliento, y se besaron como dos amantes nocturnos empapándose bajo la refrescante lluvia.









Bueno hasta aquí se termino la historia, espero y les haya gustado tanto como a mi.  

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora