Capítulo 33

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Treinta minutos después, la detective Garzón salió del ascensor del Guilford en el sexto piso y se dirigió hacia el vestíbulo donde estaba Ruiz con un poli delante de la puerta abierta del piso de Starr. En el marco de la puerta había una pegatina de las de escenario del crimen y la pertinente cinta amarilla. Amontonados sobre la alfombra del lujoso vestíbulo, al lado de la puerta, había unos envases de plástico con la tapa de cierre a presión y con unas etiquetas en las que se leía «Forense».

Ruiz la saludó con un gesto de la cabeza y levantó la cinta de la policía. Ella se agachó para pasar por debajo y entró en el piso.

Santo Dios —exclamó Poché, girando en redondo sobre sí misma en medio del salón. Levantó la cabeza para observar y miró de arriba abajo las paredes, hasta el techo abovedado, intentando asimilar lo que estaba viendo, aunque perpleja por la imagen. Las paredes estaban completamente desnudas y lo único que quedaba en ellas eran los clavos y los marcos.

Aquella sala había sido el autoproclamado Versalles de Matthew Starr. Y aunque en realidad no era un verdadero palacio, como sala única que era, ciertamente podía considerarse la cámara de un museo con sus paredes de dos pisos de altura adornados por algunas valiosas, si bien no coherentemente seleccionadas, obras de arte.

—Es increíble lo que le sucede al tamaño de una habitación cuando se vacían las paredes.

Calle se le acercó.

—Es verdad. Parece mayor.

—¿Tú crees? Yo iba a decir que me parecía más pequeña.

Calle hizo un rápido movimiento de cejas.

—Supongo que la concepción del tamaño depende de la experiencia personal.

Ella le dirigió a Daniela una mirada furtiva en plan «tranquilízate» y le dio la espalda. Cuando lo hizo, Poché tuvo la certeza de que había visto un rápido intercambio de miradas entre Ruiz y Villalobos. Bueno, o al menos creía estar segura.

Hizo un forzado paripé para volver al trabajo.

—Villalobos, ¿estamos totalmente seguros de que Kimberly Starr y su hijo no estaban cuando se llevaron todo eso? —La detective necesitaba saber si había un secuestro de por medio.

—El portero de día dijo que se había ido ayer por la mañana con el niño. — Rebuscó entre sus notas—. Aquí está. El portero recibió una llamada para que la ayudara con una maleta de ruedas. Eso fue sobre las diez de la mañana. Su hijo estaba con ella.

—¿Dijo adónde iban?

—Él les pidió un taxi para Grand Central. Desde allí, no lo sabía.

—Ruiz, sé que tenemos su número de móvil. Llámala a ver si contesta. Y ten un poco de tacto cuando le des la noticia, ha tenido una semana infernal.

—Ahora mismo —contestó Mario, que luego señaló con la cabeza al par de detectives del balcón—. Sólo para asegurarme, ¿somos nosotros los que estamos investigando esto, o los de Robos?

—Dios no lo quiera, pero creo que vamos a tener que colaborar. Está claro que es un veintiuno, pero nosotros no podemos excluirlo como parte de nuestra investigación por homicidio. Aún no, de momento. —Sobre todo con el descubrimiento de la Desconocida que aparecía en el vídeo de vigilancia y de un anillo donde ella había muerto que probablemente perteneciera a Pochenko. Hasta un policía novato lo relacionaría. Lo que faltaba era descubrir cómo—. Espero que seáis amables con ellos. Pero no les enseñéis nuestro saludo secreto, ¿vale?

___

La pareja de Robos, los detectives Gunther y Francis, se mostraron proclives a colaborar, pero no tenían mucha información que compartir. Había claros indicios de que habían forzado la puerta de entrada; habían usado herramientas eléctricas, que obviamente funcionaban con batería, para forzar la puerta principal del piso.

—Aparte de eso —dijo el detective Gunther—, todo parece estar en orden. Tal vez las ratas del laboratorio descubran algo.

—Hay algo que no me encaja —comentó Poché—. Para llevarse este botín han sido necesarios tiempo y mano de obra. Con apagón o sin él, alguien habrá tenido que ver u oír algo.

—Estoy de acuerdo —corroboró Gunther—. Había pensado que podríamos separarnos y llamar a algunas puertas para saber si alguien había oído algún golpe por la noche.

Garzón asintió.

—Buena idea.

—¿Falta algo más? —preguntó Calle. A Poché le gustó su pregunta. No sólo porque era inteligente, sino porque la alivió ver que había dejado a un lado las insinuaciones de niña de doce años.

—Todavía lo estamos comprobando —informó Francis—. Obviamente, sabremos algo más cuando la inquilina, la señora Starr, eche un vistazo, pero, hasta ahora, parece que sólo las obras de arte.

Entonces Sebas hizo lo que todos ellos seguían haciendo: mirar las paredes desnudas.

—Colega, ¿Cuánto han dicho que valía esta colección?

—Entre cincuenta y sesenta mil dólares, lo tomas o lo dejas —respondió Poché.

—Decididamente, parece que se han inclinado portomarlo —dijo Calle.   




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Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora