Capítulo 37

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Los tres detectives y Calle mantuvieron un tenso silencio mientras Poché volaba por entre el tráfico de la ciudad hacia el puente de la calle 59. Había avisado con antelación por la radio de Sebas, y cuando llegaron al acceso del funicular bajo la Isla Roosevelt, Tráfico había bloqueado las vías de servicio para ella y pasó como un rayo. El puente era todo suyo y de los dos coches patrulla que la acompañaban.

Apagaron las sirenas para evitar que los oyeran mientras salían disparados de Queensboro Plaza y giraban por Nothern Boulevard. La dirección pertenecía a un taller de coches de una zona industrial no demasiado alejada del cambio de agujas del ferrocarril de Long Island. Bajo la línea de metro elevada de la Avenida 38 localizaron al pequeño grupo de coches patrulla de la comisaría de Long Island City que ya estaba esperando a una manzana al sur del edificio.

Poché bajó del coche y saludó al teniente Marr, de la 108. Marr tenía porte militar, meticuloso y tranquilo. Le dijo a la detective Garzón que éste era su espectáculo, pero parecía deseoso de describir la logística que había desplegado para ella. Se reunieron alrededor de la capota de su coche y él abrió un plano del barrio. El taller de coches ya estaba marcado con un círculo rojo, y el teniente dibujó una «X» azul en las intersecciones de las manzanas de alrededor para indicar dónde había situado más coches patrulla, cortando eficazmente cualquier salida que los sospechosos pudieran tomar desde el lugar una vez que cayeran sobre ellos.

—Nadie saldrá de ahí a no ser que le crezcan alas —dijo—. Y aunque así fuera, tengo un par de ávidos cazadores de patos en mi equipo.

—¿Y qué hay del edificio en sí?

—Lo normal por estos lares —anunció, desplegando un plano arquitectónico de la base de datos del Departamento de Bomberos—. Básicamente, una caja de ladrillo de un solo piso. La fachada principal del taller está aquí. El taller mecánico y los lavabos aquí, en la parte de atrás. El almacén aquí. No hace falta que le diga que el almacén puede ser complicado, con recovecos y huecos, mala iluminación, así que tendremos que estar muy atentos, ¿de acuerdo? La puerta está aquí delante. Hay otra al lado del taller. Tres puertas enrollables de acero, dos grandes al lado del aparcamiento y otra que lleva al patio en la parte trasera.

—¿Y la reja? —preguntó ella.

—Alambrada recubierta de vinilo. Alambre de espino todo alrededor, tejado incluido.

Poché recorrió con el dedo una línea divisoria en el plano del vecindario.

—¿Qué hay sobre esta reja trasera?

Él teniente sonrió.

—Cazadores de patos.

Fijaron en cinco minutos la hora del asalto, se pusieron el chaleco antibalas y volvieron a sus coches. Dos minutos antes de salir, Marr apareció en la ventana de Garzón.

—Mi observador dice que la puerta enrollable contigua está abierta. Supongo que querrá entrar en ella primero.

—Gracias. Sí, claro.

—Le cubriré las espaldas, entonces. —Miró su reloj de una forma tan casual como si estuviera esperando un autobús y añadió—: El observador también me ha dicho que la furgoneta con su matrícula está en el patio.

Poché notó cómo el corazón se le aceleraba unos cuantos latidos por segundo.

—Es un buen comienzo.

—¿Esos cuadros tienen mucho valor?

—Probablemente el suficiente para pagar los intereses de un día del rescate de Wall Street.

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora