Capítulo 48

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Garzón, Roach y Calle esperaban en la recepción de la oficina del forense jefe en Kips Bay cuando los carceleros llegaron con Gerald Buckley y su inseparable abogada.

Poché lo miró de arriba abajo.

—El mono le favorece, señor Buckley. ¿Rikers es tan divertido como se esperaba?

Buckley le torció la cara a Garzón como hacen los perros cuando fingen que no han sido ellos los que han depositado el zurullo que tienen a su lado en la alfombra nueva. Su abogada se interpuso entre ellos.

—Le he aconsejado a mi cliente que no respondiera a ninguna otra pregunta. Si tiene una causa, preséntela. Pero no más entrevistas, a menos que le sobre el tiempo.

—Gracias, abogada. Esto no va a ser una entrevista.

—¿No va a haber entrevista?

—Eso es. —La detective esperó mientras Buckley y su abogada intercambiaban miradas confusas, antes de continuar—: Vengan por aquí.

Poché encabezó el séquito integrado por Buckley, su abogada, los Roach y Calle. En la sala de autopsias, Mariana Camacho estaba de pie al lado de una mesa de acero inoxidable cubierta con una sábana.

—Eh, ¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Buckley.

—Gerald —dijo su abogada, y él frunció los labios. Luego ella se dirigió a Poché—: ¿Qué estamos haciendo aquí?

—¿Le pagan por hacer eso? ¿Por repetir lo que él dice?

—Exijo saber por qué han arrastrado a mi cliente hasta este lugar.

Poché sonrió.

—Tenemos un cadáver que necesita ser identificado. Creo que el señor Buckley podrá hacerlo.

Buckley se inclinó sobre la oreja de su abogada y murmuró:

—No quiero verlo... —Pero Garzón ya le había hecho una señal a Mariana, que levantó la sábana de la mesa y dejó el cadáver a la vista.

El cadáver de Vitya Pochenko todavía estaba vestido como lo habían encontrado. Poché había llamado antes para hablar del tema con su amiga, que dijo que ver un cadáver desnudo listo para ser sometido a una autopsia causaba un impacto difícil de superar. Garzón se las arregló para convencerla de que el gran lago de sangre seca de su camiseta blanca era más evocador, y así fue como la forense se lo presentó.

El ruso estaba tumbado boca arriba, con los ojos abiertos para causar la máxima impresión. Tenía el iris completamente dilatado y sólo se veía la pupila; era como la más oscura de las ventanas hacia su alma. Su cara carecía de cualquier color, excepto por las manchas color púrpura cerca de la mandíbula, donde la gravedad había lanzado la sangre en la dirección de su caída en el banco. Estaba también esa horrible roncha chamuscada de color caramelo y salmón que cubría uno de los lados de su cara.

Poché vio cómo las mejillas y los labios de Gerald Buckley palidecían hasta quedarse a sólo un par de capas de pintura de ferretería de igualar a Pochenko.

—Detective Garzón, si me permite interrumpirla —dijo Mariana—, puede que tenga el calibre del arma.

—Discúlpeme un momento —le dijo Poché a Buckley. Él dio un prometedor medio paso hacia la puerta, con sus ojos incrédulos aún clavados en el cadáver.

Sebas se acercó para acorralarlo y él se detuvo antes de chocar con él.

Gerald Buckley se quedó tal cual estaba, sin dejar de mirar. Su abogada había encontrado una silla y estaba sentada de lado, en el ángulo apropiado para ver la obra. Poché se puso un par de guantes haciéndolos chasquear y se unió a la forense en la mesa. Mariana sujetó con manos expertas el cráneo de Pochenko y lo giró para mostrar el orificio de bala que tenía detrás de la oreja. Había un pequeño charco de fluido cerebral sobre el brillante acero inoxidable, bajo la herida, y Buckley gimió al verlo.

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora