Capítulo 28

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Con indecisión, lentamente, se fueron acercando centímetro a centímetro, en silencio, sosteniéndose la mirada. Ella despreció cualquier resto de preocupación, incertidumbre o conflicto que hubiera podido sentir antes, como algo que la haría pensar demasiado. En ese momento, María José no quería pensar. Quería estar. Extendió la mano y le acarició la mandíbula con suavidad, donde la había golpeado anteriormente. Se irguió sobre una rodilla, se inclinó sobre Calle y la besó suavemente en la mejilla.

Poché  se quedó allí, suspendida en el aire, estudiando el juego de la luz de las velas y las sombras sobre su cara. Las suaves puntas de su cabello colgaban hacia abajo, rozándola. Calle se inclinó, separándole con suavidad uno de sus mechones, acariciándole ligeramente la sien. Inclinada sobre ella, Poché pudo sentir el calor de su pecho que subía hasta encontrarse con el suyo, e inhaló el agradable aroma de su colonia. El parpadeo de las velas hacía que pareciera que la habitación estaba en movimiento, la misma sensación que sentía Poché cuando el avión en el que viajaba atravesaba una nube. Se hundió hacia Calle y ella la recibió; no se movían, sino que se dejaban atraer ingrávidos la una hacia la otra, atraídos por alguna fuerza irresistible de la naturaleza que no tenía nombre, color, ni sabor, sólo calor. Y entonces, lo que había empezado tan suavemente, cobró vida propia. Volaron la una hacia la otra, uniendo sus bocas entreabiertas, cruzando alguna línea que los desafiaba, y ellas aceptaron el desafío. Se saborearon profundamente y se tocaron con el frenesí de la impaciencia encendida por el asombro y las ansias, ambas permitiéndose, finalmente, experimentar los límites de su pasión. 

Una de las velas de la mesa de centro empezó a chisporrotear y se apagó. Poché se apartó bruscamente de Calle, alejándose de ella, y se sentó. Con la respiración agitada, empapada en sudor, tanto suyo como de Daniela, observó cómo se apagaba la brillante brasa de la vela y, cuando la oscuridad la consumió, se puso en pie. Tendió la mano hacia Calle y ella la agarró, levantándose para ponerse de pie a su lado. Una de las velas había echado chispas y se había apagado, pero la otra todavía estaba encendida. Poché la cogió, e iluminó con ella el camino hacia su dormitorio.

Poché la guió en silencio hasta su dormitorio y dejó la vela sobre el tocador, delante del espejo de tres cuerpos, que multiplicó su luz. Se dio la vuelta para encontrar a Calle allí, cerca de ella, magnética. Le rodeó el cuello con los brazos y atrajo su boca hacia la suya; ella envolvió su cintura con sus largos brazos y la atrajo hacia ella. Sus besos eran profundos y urgentes y a la vez familiares, y la lengua de ella buscaba la profundidad y la dulzura de su boca entreabierta mientras Daniela exploraba la suya. Una de sus manos empezó a buscar su blusa, pero vaciló. Ella se la agarró y se la puso sobre su pecho. En la habitación hacía un calor tropical y, mientras ella la tocaba, Poché sentía cómo sus dedos se movían por encima de la mancha de sudor sobre la humedad de su sujetador. Ella bajó una mano buscándola, y Daniela gimió ligeramente. Poché empezó a balancearse, luego Calle también, ambas interpretando una lenta danza en una especie de vértigo delicioso. 

Calle la hizo retroceder hacia la cama. Cuando sus pantorrillas se encontraron con el extremo de la misma, ella se dejó caer lentamente hacia atrás, arrastrándola con ella. Mientras caían suavemente, Garzón la atrajo más hacia sí y giró, sorprendiendo a Calle al aterrizar sobre ella. Levantó la vista hacia ella desde el colchón. 

—Eres buena —dijo. 

—No sabes hasta qué punto —replicó ella. 

Se sumergieron de nuevo la una en la otra y la lengua de ella notó el leve deje ácido de la lima y de la sal. Su boca abandonó la de Calle para besarla en la cara, y luego en la oreja. Notó cómo los músculos de su abdomen se contraían contra ella mientras Calle inclinaba la cabeza hacia arriba para mordisquear la suave piel de la zona donde el cuello se juntaba con su clavícula. 

Poché se irguió y empezó a desabrocharle la blusa. Calle se estaba eternizando con los botones de su blusa, así que ella se levantó, se puso ahorcajadas sobre Daniela y se abrió la blusa de un tirón. Oyó rebotar un botón sobre el suelo de madera cerca del rodapié. Con una mano, Calle desabrochó el cierre delantero de su sujetador. Poché agitó los brazos para acabar de quitárselo, y se sumergió frenéticamente en Daniela. Sus pieles húmedas hicieron ruido cuando el pecho de ella aterrizó sobre el de Calle. Ella bajó una mano y le desabrochó el cinturón. A continuación le bajó la cremallera. 

Poché la besó de nuevo, y susurró: 

—Tengo algunas cositas en la mesilla de noche. 

—No vas a necesitar pistola —dijo ella—. Me comportaré como una perfecta Dama. 

—Espero que no. —Y saltó sobre Calle con el corazón latiendo rápidamente en el pecho por la excitación y la tensión. 

Una ola cayó sobre Poché y alejó todos los sentimientos conflictivos y los recelos contra los que había estado luchando y, simplemente, extremadamente, poderosamente, se dejó llevar. En ese instante, Poché se sintió liberada. Liberada de responsabilidades. Liberada de cualquier límite. Liberada de sí misma. Se aferró a Calle retorciéndose, con la necesidad de sentir cada parte de ella que pudiera tocar. Continuaron con furia, su pasión correspondía a la de ella mientras se exploraban mutuamente, moviéndose, mordisqueándose, hambrientas, intentando una y otra vez satisfacer aquello por lo que habían sufrido. 

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora