Capítulo 40

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Ruiz volvió a la oficina abierta con su chaqueta deportiva colgando de un dedo.

Su camisa azul claro estaba de dos colores por culpa del sudor.

—Os he traído un regalo de Sotheby 's.

Poché se levantó de la mesa.

—Adoro los regalos. ¿Qué es, un Winslow Homer? ¿La Carta Magna?

—Mucho mejor. —Le entregó un papel doblado—. Me han dejado imprimir una página del calendario de Outlook de Barbara Deerfield. Siento que esté toda arrugada. La humedad ahí fuera es brutal.

Poché cogió la hoja como si pudiera sacar algo en limpio de ella.

—Está húmeda.

—Sólo es sudor.

Mientras desdoblaba la hoja y la leía, Sebas giró en su silla de oficina y tapó su teléfono.

—Nunca he visto a un tío que sudara tanto como tú, colega. Darte la mano es como apretar el culo de Bob Esponja.

—Sebas, eso se piensa, pero no se dice. —Calle se levantó para mirar la hoja por encima del hombro de Poché.

—Bien, tenemos nuestra... — Poché pareció sentir que Calle se estaba acercando demasiado, así que le pasó la hoja y estableció cierta distancia—. Tenemos nuestra confirmación de que Barbara Deerfield tenía una cita para tasar las obras de arte en el apartamento de Matthew Starr la mañana que fue asesinado.

—Y la mañana que ella fue asesinada —añadió Calle.

—Probablemente. Aún estamos esperando la confirmación de la hora de su muerte por parte del Departamento Forense, pero podemos decir que es una suposición segura. — Poché utilizó la punta fina del rotulador para meter la cita de tasación de Barbara Deerfield con Starr en la línea de tiempo de la pizarra, y luego le puso la tapa.

—¿No vas a añadir también su muerte en la pizarra? —preguntó Calle.

—No, segura o no, aún es una suposición.

—Vale. —Y añadió—: Tal vez para ti.

Ruiz la informó de todo lo que se había enterado sobre la víctima gracias a sus compañeros de trabajo. Todo Sotheby 's estaba consternado y horrorizado por las noticias. Cuando alguien desaparece te esperas lo mejor, pero ésta fue la confirmación de sus peores miedos. Barbara Deerfield tenía una buena relación con sus compañeros, todo indica que era una persona estable, adoraba su trabajo, parecía disfrutar de una vida familiar feliz; con sus hijos en la universidad, y estaba muy emocionada planeando unas vacaciones a Nueva Zelanda con su marido.

—Tiene buena pinta —dijo Ruiz—. Allí ahora es invierno. Nada de sudores antiestéticos.

—Bueno, contrástalo con el punto de vista de su familia, de sus amigos y de sus amantes para curarnos en salud, pero mi instinto me dice que no va por ahí, ¿y a ti?

Ruiz estaba de acuerdo con ella y se lo hizo saber.

Sebas colgó el teléfono.

—Era el Departamento Forense. ¿Qué queréis primero, las novedades o las novedades? —Vio la mirada de la detective Garzón e inteligentemente decidió que ése no era momento para jueguecitos—. Hay dos resultados para ti. Primero, el tejido del balcón encaja con el de unos vaqueros de Pochenko.

—Lo sabía —dijo Calle—. Cabronazo.

Poché ignoró su arrebato. El corazón se le estaba acelerando, pero actuó como si estuviera allí sentada, escuchando la información de la Bolsa de Tokio mientras esperaba el informe del tráfico en la radio. A lo largo de los años, había aprendido que cada caso tenía una vida. Éste no estaba aún cerca de ser resuelto, pero estaba entrando en la fase en la que por fin tenía datos consistentes para hacer una criba. Era necesario escuchar cada prueba, y la emoción, especialmente la suya, lo único que hacía era ruido.

—Y segundo, tenías razón. Había unas huellas por fuera de aquellas ventanas que daban a la salida de incendios. Y sabemos de quién.

—Claro —dijo Calle.

La detective se sentó un momento a reflexionar.

—Bien. Así que tenemos una pista que apunta a que Pochenko tiró a Matthew Starr por el balcón, y tenemos otra que nos dice que, en cierto momento, intentó sin éxito entrar por una ventana. —Volvió a la pizarra y escribió el nombre de Pochenko al lado de «tejido». En un espacio en blanco escribió «¿acceso?» y lo rodeó con un círculo.

Mientras estaba allí de pie, pasándose el rotulador de una mano a otra, una nueva costumbre de la que se había dado cuenta, su mirada iba de la foto del anillo hexagonal a las marcas del torso de Matthew Starr.

—Detective Ruiz, ¿hasta dónde estás de visionar el vídeo de la cámara de vigilancia del Guilford?

—¿Hasta las narices?

Ella le puso una mano en el hombro.

—Entonces vas a odiar tu siguiente tarea. —Retiró la mano y la secó discretamente en el muslo.

Sebas se rió entre dientes y tarareó la canción de BobEsponja.    




3/3




Bye ✌

Buen fin de semana.... 😉

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora