Capítulo 49

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Mientras volvían de la oficina forense, Poché no necesitó darse la vuelta para saber qué Calle estaba enfadada en el asiento trasero. Aunque se moría de ganas de hacerlo, porque ver su tormento le habría producido un malévolo placer.

Sebas, que iba sentado atrás con Calle, le preguntó:

—Eh, Holmes, ¿te encuentras mal? ¿Te mareas?

—No —respondió Calle—. Aunque tal vez haya pillado un resfriado cuando me mandaron al pasillo en el momento en que Buckley iba a hablar.

Garzón tuvo la tentación de girarse con cara de pena.

—¿Un poco de teatro? Me echaste a patadas durante la última escena.

Ruiz frenó en el semáforo de la Séptima Avenida y dijo:

—Cuando algo está a punto de destaparse, cuantos menos, mejor. Y lo último que quieres es que haya una periodista delante.

Poché se apoyó en el reposa cabezas y echó un vistazo al termómetro digital del JumboTron del Madison Square Garden. Treinta y siete grados.

—De todos modos, seguro que sabes qué nombre dijo Buckley, ¿no, Calle?

—Dímelo y te diré si es el que pensaba.

Eso provocó algunas risitas entre dientes dentro del Crown Victoria.

Calle resopló.

—¿Cuándo se ha convertido esto en una novatada?

—No es ninguna novatada —dijo ella—. Quieres ser como los detectives, ¿no? Haz lo que nosotros hacemos y piensa como uno de nosotros.

—Menos como Ruiz —advirtió Sebas—. Él no piensa bien.

—Incluso te ayudaré un poco —se ofreció Garzón—. ¿Qué sabemos? Sabemos que los cuadros eran falsos. Sabemos que habían desaparecido cuando el equipo de Buckley llegó allí. ¿Continúo, o ya te lo imaginas?

El semáforo cambió y Ruiz siguió conduciendo.

—Estoy desarrollando una teoría —dijo Calle.

Al final, ella acabó por apoyar el codo sobre el asiento para mirarla a la cara.

—Eso no es exactamente decir un nombre.

—Vale, está bien —dijo, e hizo una pausa—. Agda —soltó—. Calle esperó una respuesta, pero sólo obtuvo miradas de asombro, así que llenó el silencio. —Tenía vía libre para acceder al apartamento ese día. Y he estado pensando en su entrevista. No me trago su pose de niñera ingenua ni los inocentes masajitos de hombros. Esa cría se estaba tirando a Matthew Starr. Y creo que él la abandonó como hizo con el resto de sus amantes, sólo que ella se enfadó lo suficiente como para querer vengarse.

—¿Entonces fue Agda quien lo mató? —preguntó Garzón.

—Sí. Y robó los cuadros.

—Interesante —dijo, y se quedó pensando un momento—. Y supongo que también te habrás imaginado por qué Agda mató a la tasadora de arte. Y cómo se llevó los cuadros.

Los ojos de Calle perdieron contacto con los suyos y descendieron hacia sus zapatos.

—Aún no he atado todos los cabos, todavía es una teoría.

Ella miró alrededor para sondear a sus compañeros.

—Es un proceso. Lo aceptamos.

—¿Pero tengo razón?

—No lo sé, ¿la tienes? —dijo Poché, y se pasó el resto del camino mirando hacia delante para que Daniela no viera su sonrisa.  

Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora