Capítulo 7 | Tras líneas enemigas

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«Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo; no sea que te chamusques a ti mismo».

—William Shakespeare.

Suelen existir pequeños momentos en la vida de cada individuo en los cuales las decisiones a tomar cuestionan los principios que una vez se juraron seguir. Nunca encontraría reposo si no calmaba mi turbia mente, si no le daba el tiempo justo para meditar sobre asuntos que nunca pensé que invadirían mis pensamientos con tanto ímpetu, pero ahora no queda tiempo de nada y, aunque me cueste admitirlo, ni siquiera puedo seguir un orden de ideas que me lleven a respuestas lógicas.

A pesar de encontrarnos en una situación en la cual se juegan nuestras vidas, de forma literal y simbólica, decidí de manera casi inmediata que seguiría los mandatos de mi enemigo. Después de enseñarme sobre libros hace tres días, Lugh me llevó a una reunión con Gannicus, Martín, Tom y Samuel; una reunión que se podría tachar tanto de descabellada como de una gran pérdida de tiempo; descabellada porque Gannicus nos hizo jurar obedecer a sus soldados cuando saliéramos en la misión de rescate del disidente que él, sin ningún tipo de vergüenza, llamó 'secuestrado' por el "ser más maligno sobre la tierra", refiriéndose a mi madre; y una pérdida de tiempo porque no nos dio ningún detalle respecto a dicha misión.

Los demás estaban tan consternados acerca de jurarle obediencia al enemigo más mortífero de la raza humana, que ni siquiera notaron los libros que llevaba en mis manos. Ahora, después de tres interminables días y a poco tiempo de encaminarnos en aquella misión de rescate, los libros reposan sobre la mesa de noche de la habitación que me otorgaron los disidentes; una habitación ubicada en aquel alto edificio de luces blancas donde por poco doy una segunda paliza a Ariana en la cafetería, o bueno, donde por poco ella me da una segunda paliza a mí.

Resulta curioso observar cómo estas habitaciones que nos han sido otorgadas se asimilan en extremo detalle a las casas, habitaciones y oficinas de la Gran Nación, con la ironía de que precisamente el "extremo detalle" es que carecen del mismo: habitaciones blancas, con puertas eléctricas; dotadas de un cuarto de baño del mismo color, con luces del mismo color; con ducha y retretes automáticos. No quiero siquiera pensar en si los humanoides usan los cuartos de baño, pues el mero pensamiento de ello resulta extraño.

Cuando por fin me llaman ya he tomado una larga ducha, aunque he tenido que volverme a poner el mismo sucio uniforme del EMA. Antes de salir de la habitación la vista de aquellos dos libros llama mi atención de forma desesperada; como si esos dos objetos tuvieran la capacidad de llamarme, de pedirme que los use. Me acerco y tomo uno de ellos en mi mano, sin poder evitar que automáticamente mis dientes comiencen a morder mis mejillas con fuerza. Han pasado tres días, tres días en los que la curiosidad me ha matado, encerrada aquí junto a estos objetos; tres días en los que estos libros rondan mis pensamientos incluso en los momentos en los cuales nosotros, los debiluchos, como nos llaman algunos humanoides, salimos a cazar ardillas y aves para no morir de hambre en este lugar olvidado por la humanidad. Tres días, casi interminables e insoportables, en los que no he sido capaz de comenzar a leer las palabras encerradas aquí, porque dentro de mí, a pesar de la inmensa curiosidad, un sentimiento de miedo a comenzado a surgir.

Ese miedo ha evolucionado con el pasar de los días y me ha hecho pasar por largos insomnios, observando los libros sobre la mesa de noche como si fuesen monstruos que me vigilan desde la oscuridad. Me ha tomado un tiempo acostumbrarme a la idea de que le temo a dos objetos inofensivos, pero durante ese mismo tiempo he tenido que admitir que si les temo, es porque son más peligrosos que nada. Podría afirmar, con extrema certeza, que son más peligrosos que los mismos humanoides, porque en ellos se esconden escritos que, a juzgar por las palabras de Lugh, negarán todo lo que he conocido durante mi corta existencia. ¿Cómo puede uno acostumbrarse al sentimiento de que todo le está siendo arrebatado? La dignidad, el honor, el hogar, las costumbres, los conocimientos que han estado arraigados al ser desde que se tiene memoria.

DisidenteWhere stories live. Discover now