LSR - Capítulo 7 | Caos

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«Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos».

—José Saramago.


El ambiente silencioso con el cual me encontré al entrar a la sala ahora ha estallado en bullicio y caos. El humanoide de los ojos mercurio está gritando cosas que no logro comprender, mientras es retenido por otros; el humano Froy está hablando con ademanes desesperados con un humanoide cuyo rostro es cruzado por una cicatriz; entre los demás presentes, algunos me observan en silencio, otros murmuran entre sí. Me cuesta comprender que esta situación desordenada haya surgido por mi culpa, y el que Martin me observe con tanta fijeza no me ayuda a entender.

Él es igual al panfleto. Su expresión es extrañamente apacible a la vez que intranquila. Tiene sus ojos puestos sobre los míos, a tal punto que ni siquiera parpadea por un minuto entero. Remueve con nerviosismo sus manos contra su pantalón, y la tonalidad rosada de sus mejillas desaparece poco a poco hasta otorgarle una palidez casi anormal. Yo tampoco puedo dejar de observarlo, pues aunque no recuerde nada de él y no sepa más información acerca de nuestra relación aparte de la que me comunicó Froy, tan sólo tenerlo frente a mí produce en mi ser cierta sensación de paz. Froy me dijo que estamos unidos por la sangre, y cuando lo detallo con aun más fijeza puedo ver en su rostro facciones similares a las mías, recordando mi imagen en el espejo. ¿Es entonces posible que este joven sea, tal como me fue afirmado hace unas horas, mi hermano?

Las inmensas ganas de abrazarlo no desaparecen, y se suma a estas las ganas de salir corriendo, encerrarme en aquella habitación que me dijeron que me pertenecía, acurrucarme en una esquina y no salir de allí jamás. Es extraño percibir un espectro tan grande de reacciones ante mi mera presencia: reacciones adversas, confusas. Los pocos que al parecer se sienten felices de verme, en cuestión de minutos me observan como si yo fuese un ente sin definición, y es así como me siento.

Las palabras no salen de mi boca. Prefiero permanecer aquí, junto a él, que enfrentarme al torbellino de discusiones que han germinado al otro lado de la sala.

Repentinamente, Martin da un pequeñísimo paso hacia mí, como si tuviese la intención, o la necesidad, de observar mis ojos más de cerca. Entonces comprendo que tiene el mismo problema conmigo, el mismo que todos tienen.

Sin embargo, después de un par de segundos, sucede algo que no esperaba: se lanza en un abrazo hacia mí. Me encierra entre sus brazos con fuerza, como si temiese que yo saliera corriendo en cualquier momento, o como si pudiese desintegrarme de la nada. Es un poco más alto que yo, y entre sus brazos siento algo que no había sentido antes: me siento protegida, segura, en casa.

Yo sitúo mis brazos alrededor de su torso y cierro los ojos mientras inhalo el aroma de su abrigo. Es un aroma familiar, algo en mi cerebro se activa, aunque no hay imágenes concretas reproduciéndose en mi mente. Es como si una parte de mí lo hubiese reconocido tan solo con su aroma, su abrazo, incluso aunque no recuerde absolutamente nada de nuestra vida pasada.

Las lágrimas quieren salir una vez más, pero esta vez no están siendo acompañadas por un sentimiento doloroso. Esta vez, son lágrimas de alivio, como si hubiese corrido kilómetros enteros sin detenerme, y mi cuerpo suplicante por agua se topase repentinamente con un río cristalino, satisfaciendo por fin la necesidad de beber. No encuentro una mejor manera de explicarlo, pero no permito que las lágrimas salgan, porque incluso aunque siento cierta familiaridad con Martin, los gritos y el caos continúan estallando a nuestro alrededor.

Me separo de él, manteniendo la expresión más neutra que puedo; no obstante, me encuentro con la sorpresa de que es él quien ha dejado salir sus lágrimas. En su rostro puedo observar culpabilidad, remordimiento.

DisidenteWhere stories live. Discover now