LSR - Capítulo 22 | La espera de lo desconocido

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«Esperar es la única manera de conocer la verdad y prepararnos para ella».

—Gandhi


Hemos tomado el auto todoterreno con el cual escapamos de Torclon, el cual Forseti recargó con combustible que encontró en otros automóviles en aquel pueblo abandonado. Al menos en las primera horas de viaje, no hay señal alguna de la Gran Nación. Esta antigua carretera en medio del desierto está tan desolada como el desierto mismo, y no sé si esto es algo que debería preocuparnos. ¿Por qué la Gran Nación decidió dejar de seguirnos anoche? Éramos fácilmente rastreables, eso es seguro. Pero no lo hicieron y ahora ese pensamiento carcome mi cabeza.

Me encuentro sentada atrás, en el medio de Lugh y Alai, mientras que Alice, Forseti y Martin van adelante. Soy más que consciente de que los humanoides habrán escuchado algún ruido de anoche, pero eso no me importa y parece que a ellos tampoco, pues todos guardan silencio; sé que su mayor preocupación es el nuevo ejército de humanoides que ha creado Torclon, nos encontramos al borde de un abismo y hemos de actuar con rapidez antes de que las cosas terminen peor de lo que pensamos.

Sin embargo, aunque mi mente es una masa de pensamientos revueltos, este torbellino logra ser apaciguado cuando soy consciente de que mi hombro está rozando el de Lugh. No hemos hablado desde que salimos de la cama. Sé que ambos sentimos que algo está fuera de lugar, pero no es el tipo de «fuera de lugar» que solíamos sentir antes; es agradable, de hecho, como si ambos supiéramos que a ojos de otros hemos hecho algo mal, hemos roto muchas reglas. Pero se siente bien, extrañamente bien. Le dije que lo amo, él me dijo que está enamorado de mí. ¿Cuántas cosas hicimos anoche que nunca pensamos que haríamos? Por primera vez en mucho tiempo hemos abierto nuestras mentes a la idea de que expresar los sentimientos no es algo malo, después de todo. Sí, a veces se sentía nauseabundo, pero descubrí que sólo se sentía así porque había muchas cosas esperando a ser expresadas, cosas que estuvieron guardadas en lo más profundo de nosotros sólo por miedo a decirlas, ¿por qué? Porque expresarlo nos hacía sentir vulnerables, aunque anoche nos sentimos en el lugar más seguro del planeta.

Ahora no hay sensación de náuseas, de querer huir o de desear que la tierra me trague; ahora todo eso ha sido reemplazado por un cosquilleo incesante en el estómago y una especie de calidez que llena el pecho. Estos somos nosotros ahora. Tal vez nos cueste entender por completo la complejidad de nuestros sentimientos mutuos, tal vez la palabra «nosotros» esté llena de incertidumbre, pues el futuro es siempre incierto, pero poco a poco aceptamos que, por más que lo intentemos, es imposible negar las cosas que sentimos, y esto puedo confirmarlo cuando su dedo índice comienza a acariciar el torso de mi mano.

Sonrío levemente. Es extraño sonreír en medio del desconcierto y la preocupación. Gannicus está cada vez más solo, ahora tenemos dos enemigos a los cuales enfrentar y por primera vez parece que ninguno de los presentes tiene alguna solución en mente. El tiempo apremia, pero las respuestas son nulas.

Según Forseti, la ciudad disidente a la que nos dirigimos se encuentra a cuatro horas de distancia; sin embargo, gracias a su imprudente forma de conducir seguro llegaremos un par de horas antes. Sólo cuando observo que el medidor ya se encuentra en los 150 kilómetros por hora comienzo a sentir náuseas. A juzgar por la palidez de mi hermano, la cual noto a través del espejo retrovisor, él no se encuentra mucho mejor.

Cierro los ojos e intento confiar ciegamente en Forseti, después de todo, he salido viva de todas las ocasiones en la que me he montado a un vehículo que ella esté conduciendo.

Llegamos a Tebas para el atardecer. El paisaje ha cambiado notablemente, pues todo el lugar está rodeado de bosques de piñones y encinos y las montañas reinan en el horizonte. Puedo ver el reflejo lejano de la pequeña ciudad disidente y una especie de preocupación crece en mí: no hace falta estar dentro de Tebas para notarlo, desde aquí puedo ver que no es una Babilonia o un Cartago, esta ciudad se ve tan pequeña que todas mis esperanzas caen al piso. Si esto es lo que nos queda como aliados, ¿qué tanto hemos perdido hasta ahora?

DisidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora