LLR - Prólogo

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El fin justifica los medios


Han pasado décadas desde que la Gran Nación usó las enormes bodegas subterráneas de Torclon.

Nadie hubiese pensado que una de las naciones más poderosas del planeta estuviese a punto de perder la Gran Guerra. El panorama no era esperanzador: el Bloque Oriental tenía una enorme ventaja, las armas nucleares eran indestructibles, inalcanzables, indomables. Habían pasado cientos de años desde las dos primeras guerras mundiales y el mundo moderno nunca imaginó la posibilidad de una tercera.

El clima político de la Gran Nación ya comenzaba a tornarse insoportable. Ni siquiera la prohibición temprana de las artes, décadas antes de la Gran Guerra, pudo domar a la población enardecida, una población obligada a alistarse en el ejército, a partir hacia su muerte; población que a tan solo un año desde que comenzó la Tercera Guerra Mundial llevó a cabo una rebelión contra MOC anterior a la disidente, rebelión que fue eliminada de la historia como los libros que alguna vez llegaron a contenerla.

Cuando el número de deserciones y fallecimientos se traducía en un ejército débil, inferior y agotado, la nación no tuvo otra opción más que otorgar a Torclon el poder militar, el poder de desarrollar su más preciado experimento, el cual terminaría acabando con el noventa por ciento de la población mundial.

Renée observa la enorme bodega mientras da sorbos a su taza de café. Una sonrisa se dibuja en sus labios mientras sus ojos continúan observando la grandeza de su poder. Esa sonrisa es de aquellas que sólo aparecen en el rostro humano cuando la mente hace un viaje interminable a través de los archivos de la memoria, cuando se rememoran tiempos de antaño que nunca más volverán. ¿Pero quién dice que nunca más lo harán, realmente?

Renée estuvo presente en la creación del primer ejército cuando aún era la mano derecha del entonces presidente de Torclon. Observar la evolución que tiene frente a ella no hace más que hacerle revivir uno de los momentos más magníficos de la historia de este país. Tan solo con cerrar sus ojos puede escuchar la marcha sincronizada de un ejército humanoide que alguna vez caminó por las calles de las ciudades; soldados que alguna vez tuvieron una vida, un nombre, pero que pronto se convirtieron en un arma de destrucción masiva. Un arma que, décadas después, sería la amenaza más grande para aquella organización que alguna vez los creó.

Pero esta vez no hay espacio para el error. Al abrir sus ojos, se encuentra con la enorme bodega una vez más, bodega de diez mil metros cuadrados que ahora está a la mitad de su capacidad. Observa con fijeza cómo sus científicos dirigen a los nuevos humanoides a sus posiciones, ordenándolos en cientos de filas a través del espacio antes vacío.

Estos humanoides de ojos rojos alguna vez fueron analfabetas, estudiantes y pobladores del Distrito Capital. Hace mucho tiempo, en la universidad, cuando los libros todavía rondaban en la Gran Nación, Renée se enamoró de la oscura y casi olvidada frase que por siglos permaneció en la memoria colectiva de la humanidad: el fin justifica los medios.

¿Cómo podría alguien pensar que esto es injustificable? La patria está primero, y la supervivencia de la misma es fundamental. Aquellos que se han atrevido a cuestionar sus métodos han terminado desapareciendo de la faz de la nación. La traición se paga con muerte.

Sólo sale de sus pensamientos cuando su asistente llega corriendo a ella. El chico joven y cansado tiene que poner sus manos en sus rodillas para intentar recuperar el aliento.

—Niño, no pierdas la oportunidad de ver lo que tienes frente a ti —señala, volviendo su vista al frente.

El joven hace caso, tal vez por miedo, tal vez por curiosidad. Sus ojos se abren de par en par mientras observa atónito lo que Renée le dijo que mirara.

—Las legiones romanas estarían celosas —comenta ella.

Él parpadea, carraspeando al tiempo.

—No sé qué es una legión romana, señora —admite.

—Nada comparado a esto, nuestra propia legión —expresa, sin explicar realmente nada.

El joven no se atreve a ahondar en el tema, ha venido por algo específico.

—Doctora Reed, funcionó: el líder de la rebelión ha caído.

Ninguna reacción se trasluce en el rostro de Renée, como si nunca hubiese tenido duda de que el plan iba a funcionar.

Ella da media vuelta, entregándole al joven su taza de café, por poco derramándola sobre él.

—Tenemos que alistarnos para nuestro invitado —ordena, comenzando a caminar.

—Doctora Reed, el humanoide que se hace llamar Heracles exige su parte del trato.

Ella se detiene ante un ascensor, cuyas puertas se abren unos segundos después.

—Divide y vencerás —pronuncia, antes de adentrase en él. 



*****

Próximo capítulo: miércoles 3 de enero.


P.D: Sólo el prólogo está narrado en tercera persona, el resto del libro es desde la perspectiva de Abigail, como siempre.

Buenaaaas, ¡nos encontramos otra vez! Los he extrañado un montón <3

Aquí comienza el tercer libro: La legión roja. Lo actualizaré una vez por semana. Estoy muy emocionada <3 Por cierto, ¡feliz año nuevo a todos! No puedo creer lo rápido que el tiempo ha pasado.

Quería agradecer a todos los que me han dado apoyo con la situación del contrato de disidente con Wattpad. Estaba bastante deprimida, pero ustedes siempre me hacen sonreír <3

Nos leemos el miércoles. ¡Abrazos!

DisidenteWhere stories live. Discover now