Capítulo 22 | El inicio del fin

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«Agradezco no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas».

—Rabindranath Tagore.


No puedo permitirme dormir mucho tiempo mientras me encuentro en territorio enemigo. Esto es algo que mi cuerpo tiene presente. Me remuevo en la pequeñísima cama con incomodidad y una corazonada que no parece indicar nada bueno golpea con fuerza contra mi pecho. Entonces mis ojos se abren de repente y una bocanada de aire entra con violencia a mis pulmones, como si en los últimos minutos no hubiese podido respirar con regularidad. El aire que tomé parece estancarse a medio camino de mi laringe cuando lo primero con lo que mis ojos se encuentran son dos soldados de la Gran Nación de pie frente a la cama. Mi instinto de supervivencia se activa y siento la necesidad de atacarlos, incluso aunque me encuentro en una posición indefensa. Pero cuando veo a mi hermano de pie junto a uno de ellos entonces recuerdo por qué estoy aquí y un sentimiento melancólico inunda mi ser.

Me obligan a ponerme de pie y a ambos nos empujan hacia la salida, con sus rifles contra nuestra espalda. El silencio espectral del ambiente de repente parece un indicador de que algo malo está a punto de suceder. Nadie dice nada, sólo puedo escuchar nuestros pasos pesados sobre la baldosa lisa y mi respiración irregular saliendo a través de mi boca. Observo a mi hermano con miedo, un sentimiento que no puedo disimular. Él me devuelve la mirada con sus ojos irritados y llorosos, pero no me dice nada; ni siquiera puedo leer su expresión. Ha vivido tanto tiempo con miedo que el mismo parece ser sólo un sentimiento más.

He venido a entregarme porque me enteré de que ejecutarían a Martin por traición. ¿Acaso nos dirigimos a nuestra muerte?

Cuando nos adentramos en el ascensor permanezco de frente al cristal que da vista a la ciudad, y los edificios abandonados del Distrito Capital se desenfocan cuando mis ojos se concentran en mi propio reflejo: estoy pálida como la nieve, mis labios temblorosos y mi posición rígida son indicadores del alto nivel de cortisol que mi cuerpo ha librado. No puedo procesar la información: ¿será este el último día de mi vida? ¿Será el cielo grisáceo lo último que mis ojos vean cuando me fusilen en la plaza? ¿Será este el fin de mi corta historia? No podré presenciar el día en el que todo ciudadano de mi nación conozca la verdad; ni podré presenciar el día en el cual los disidentes acaben con nuestra dictadura. Ni siquiera podré vivir para ver aquellos ojos mercurio una vez más.

Llegamos al lobby y salimos por las grandes puertas principales. Mi hermano se lleva ambas manos a sus ojos y entonces puedo deducir que no ha visto la luz del día en mucho tiempo. Afuera está lloviendo a cántaros; ya no queda nieve en el suelo, dando por finalizado el invierno. Tan pronto nos adentramos en la plaza me doy cuenta de que no hay pelotón de fusilamiento. Sólo hay, en el medio, una camioneta negra blindada, con dos soldados esperando por nosotros. No tengo tiempo de analizar la situación; en cuestión de segundos me encuentro en el asiento trasero junto con mi hermano, y la camioneta ha comenzado a moverse con rapidez. Me abrazo a mí misma mientras me encojo en el abrigo de Lugh. La fría lluvia ha provocado escalofríos repentinos en mi espalda, pero ignoro esto tan pronto la camioneta es encendida. En la parte frontal del vehículo los soldados tienen la vista al frente, ni una palabra sale de sus bocas. Recorremos las calles vacías del Distrito Capital y de repente un recuerdo estremecedor golpea en mi memoria: ¿dónde están los ciudadanos que habitan en la capital?

Mis ojos se dirigen a Martin rápidamente, él está sumido en sus pensamientos, completamente alejado del mundo que lo rodea. Mi corazón se aflige al verlo en este estado de sonambulismo, ¿queda siquiera una pizca de mi hermano en este cuerpo que parece carente de vida? Pero sé que todavía puede razonar, incluso aunque esté lleno de temores; sólo espero que mi presencia le otorgue un poco de tranquilidad. Desde el abrazo que nos dimos cuando entré a la celda no he percibido más alegría de su parte; pero las lágrimas que derramó en nuestro encuentro y la previa conversación en la que declaró confiar en mis intenciones me indican que todavía existe una parte en él que me recuerda como su hermana, aunque sea sólo un poco. Le han lavado el cerebro, le han metido en la cabeza que lo he traicionado con los disidentes y debo asegurarme de mantenerlo alejado de ese tema de conversación si no quiero que su lado agresivo vuelva a surgir, aquel lado que rompe mi corazón y que es producto de semanas de torturas y soledad.

DisidenteWhere stories live. Discover now