LSR - Capítulo 24 | La verdad oculta

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«Nunca es igual saber la verdad por uno mismo que tener que escucharla por otro».

—Aldous Huxley


El día se ha tornado un tanto frío, puedo notarlo por el viento que mueve las hojas de los árboles; sin embargo, a duras penas puedo sentirlo, es como si mi piel estuviese perdiendo la sensibilidad ante los cambios climáticos.

Dejamos Tebas atrás con prontitud. Lugh permanece callado, aunque cada tanto me dedica miradas para ver cómo me encuentro. No puedo evitar sentir que hay algo que lo tiene inquieto, incluso molesto, aunque sus ojos permanecen apagados. Tal vez estoy exagerando, tal vez es cierto lo que dijo: necesita despejar su mente.

Han sido días intranquilos, es innegable, incluso entre los humanoides puede sentirse la tensión. La Gran Nación se encuentra en ley marcial, los rebeldes de Heracles quieren extinguir a Gannicus y a la humanidad, y Torclon ha creado nuevos humanoides cuyos sistemas ni siquiera logramos comprender. Lo único de lo que estoy casi segura es que ellos, al igual que los originales, han de estar hechos de humanos.

Repentinamente, recuerdo estar con Martin en una camioneta: nos dirigíamos al palacio presidencial, palacio que ahora sé que nunca fue habitado por la persona que todos creíamos. Pero el palacio es lo de menos, lo que importa realmente es el hecho de que el Distrito Capital se encontraba completamente abandonado, y la Gran Nación inventó una ciudad ciudad base que ni siquiera existe en los textos que proyectaban en la Universidad Distrital, todo con el fin de culpar a los humanoides de orquestar un bombardeo que nunca cometieron.

Al momento del bombardeo, aquella ciudad base recién inventada, la 36, estaba habitada por personas que no pertenecían a ese lugar, ciudadanos de una ciudad ajena. Tal vez esté comenzando a enloquecer, pero los puntos comienzan a conectarse en mi cabeza. De no ser así, ¿de dónde salió todo un ejército de nuevos humanoides?

Al torbellino de pensamientos se suma la conversación que acabo de tener con Russo. Incluso aunque todavía sea impactante, comienzo a acostumbrarme a la idea de que existen verdades ocultas que, durante estos tiempos tan caóticos, siempre terminen saliendo a la luz.

Veritas filia temporis.

El humanoide del que escuché aquella frase por primera vez me guía a través del bosque de piñones y encinos. He aprendido que a los humanoides les gusta erigir sus ciudades en zonas boscosas y alejadas, usualmente cerca —o dentro de— antiguas y abandonadas ciudades humanas. Sin lugar a duda, Tebas no es la excepción, aunque esta pequeñísima ciudad humanoide no se compara con la grandeza de Babilonia, aquella ciudad única, tan alejada de la humanidad que ni siquiera sus luces rojas podrían delatarla. Aquella ciudad que ahora pertenece a los rebeldes.

A medida que caminamos los árboles comienzan a desaparecer poco a poco, dando paso a una vista hermosa, la cual me recuerda a la ocasión en la cual fui partícipe del ritual de bienvenida de Babilonia. Hemos llegado a un risco no muy alto, cuya posición nos permite observar un pequeño lago que se expande ante nosotros. Esta noche la luna está siendo constantemente cubierta por las nubes grisáceas, por lo que la visibilidad se oscurece cada tanto.

No obstante, y aunque continúe teniendo una capacidad visual mayormente humana, pareciese que la falta de luz no me afecta del todo, como si mi visión nocturna hubiese mejorado en un porcentaje que, aunque mínimo, hace una gran diferencia en comparación a lo que podía ver antes.

Lugh permanece callado. Da media vuelta y comienza a descender por un pequeño camino que no había visto antes. Lo sigo sin pensarlo, hasta que llegamos a una playa de guijarros que conecta directamente con el lago. Un muelle medio hundido y descuidado indica la presencia humana hace quién sabe cuántas décadas.

DisidenteWhere stories live. Discover now