Capítulo 18 | Babilonia

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«Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver».

—Proverbio.

Hace muchos años me encontraba con Martin corriendo por el bosque cercano al Distrito Capital; recuerdo que era un caluroso día de verano, el uniforme de la escuela se pegaba a mi cuerpo de forma sofocante y mi cabello comenzaba a sentirse mojado por el sudor que emanaba de mí. Ese día era la celebración del cumpleaños de Egan Roman, el misterioso y casi invisible dirigente de la Gran Nación, porque sólo se le ve en fotografías y vídeos. Como sucede cada año, todas las instituciones del país paralizan sus actividades y se preparan para el festejo; irónicamente, aunque es un día feriado es obligatorio asistir a la escuela, la universidad y el trabajo. La manera en la que se 'celebra' el cumpleaños del gran y enaltecido dirigente es escuchando su historia por ocho horas seguidas: desde el momento en que nació hasta el instante en el que tomó el poder, todos sus logros, hazañas y acciones son rememorados a través de las mismas fotografías, los mismos vídeos y las mismas narraciones.

Aquel día Martin y yo decidimos que estábamos hartos de escuchar la misma aburrida historia cada año, por lo que nos escapamos de la escuela. Realmente no fue difícil, todos estaban tan concentrados en organizar la celebración que el caos interno de la escuela era propicio a ofrecer rutas de escape en las cuales a nadie le importaba fijarse en si alguien las cruzaba o no. Así fue como terminamos en el bosque a las afueras. Nuestro instinto explorador nos guió a tratar de saber qué había más allá de las mallas y murallas que rodean la ciudad. Sentíamos intriga por el mundo exterior con la naturalidad con la cual un niño siempre se pregunta sobre cosas que no conoce. Lo realmente preocupante es cómo nos arrebatan esa curiosidad a medida que crecemos; a ningún ciudadano le interesa salir del Distrito Capital, o al menos nunca lo expresan explícitamente, porque eso conlleva graves consecuencias.

En aquel momento sentimos una extraña sensación de libertad; nadie nos estaba vigilando, nadie nos estaba diciendo qué podíamos o no hacer. Era como si el bosque fuese nuestro. De manera ilusa pensamos que podríamos llegar al límite de la ciudad y simplemente continuar corriendo más allá de las montañas, explorar el mundo que nos rodeaba y que siempre resultó tan intrigante. No obstante, poco sabíamos que aquellas ilusiones eran absurdas, porque pronto apareció en nuestro campo de visión, a lo lejos, la gran muralla fronteriza, la cual siempre se encontraba estrictamente vigilada. Nos detuvimos jadeantes y mientras recuperábamos el aliento nos enfrentamos a la más desgarradora realidad: no se podía salir del Distrito Capital. Ninguno de los dos se atrevió a decirlo en voz alta, porque hacer eso conllevaba admitir que no había salida. Sólo quedaba continuar imaginando qué había más allá, cómo lucían las Ciudades Base, qué tan grande era la Gran Nación. Imaginar el mundo a partir de soñar despiertos y nada más.

Martin fue el primero en dar media vuelta y comenzar a correr de regreso. Pude ver la desilusión en su rostro y aunque no pudiera verme a mí misma sé que yo tenía la misma expresión grabada en mi cara. Le di un último vistazo a la muralla y, decepcionada, comencé a correr tras él. Por mi mente comenzaron a cruzarse diversos pensamientos, interrogantes y suposiciones, pero ninguna parecía tener una respuesta lógica. Para mí no tenía sentido el tener que vivir mi vida encerrada en la misma ciudad, pero al observar el comportamiento de los adultos poco a poco me di cuenta de que yo terminaría siendo como ellos: ya no me importaría encontrar respuestas a mis preguntas. Y resulta triste admitir que así fue.

Mientras corría tras de Martin mi mente distraída no dejaba espacio a la atención, la cual debía estar prestando mientras corría. Fue allí cuando repentinamente, en un abrir y cerrar de ojos, mis pies ya no tocaban la superficie sólida de la tierra sino que de repente había un vacío, el cual provocó en mi interior un revoltijo y un montón de escalofríos que recorrieron mi espina dorsal. De un momento a otro todo mi mundo comenzó a dar vueltas y es entonces cuando comprendí que había caído rodando por una pequeña pendiente. El dolor que sentí y el castigo que nos dio mi madre horas después no son dignos de mención justo ahora; lo que realmente importa es aquella sensación de que el mundo estaba dando vueltas.

DisidenteWhere stories live. Discover now