Capítulo 5 | Sinsabores

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"Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano: la guerra contra su extinción".

—Isaac Asimov.

Con cada paso que doy un sentimiento abrumador se expande poco a poco en cada rincón de mi cuerpo. Me encuentro sumida en una tormenta mental; las conexiones de mi cerebro parecieran estar trabajando con más rapidez que la usual y mis pensamientos no logran tener un orden y un sentido lógico. La calidez de estos pasillos, con sus colores tierra y amarillentos y la luz de las antorchas cada tantos pasos me resulta fatigosa. En el Distrito Capital me he acostumbrado a la neutralidad del blanco y el negro, y pareciere inconcebible que exista un lugar en la Gran Nación donde el bochorno del fuego se refleje en una estructura interna como esta. No obstante, a pesar de esa sensación de calidez visual, el frío se escurre a través de las elegantes paredes de piedra. Pero el hecho de encontrarme en una ciudad disidente lo vuelve todo aún peor. En este lugar no existe calidez humana: está lleno de cientos de fríos robots que creen fervientemente, en lo más profundo de sus mentes artificiales, que están vivos.

Ya le he perdido el rastro a Lugh, quien terminó desapareciendo al voltear por un pasillo. Yo sólo camino y camino, satisfecha de encontrarme completamente sola, puesto que no me he cruzado con nadie más. Al menos, así, podré tener un par de minutos más de tranquilidad, incluso aunque mi mente esté hecha un nudo en estos instantes. El dolor, por lo menos, ha comenzado a reducirse. Aunque no ha desaparecido del todo mi cuerpo se ha acostumbrado a sentirlo. He de verme bastante miserable, con mi cara roja e hinchada y mi mano derecha enyesada. Si mi madre me viera en este momento estaría muy decepcionada de mí. Pero como me dijo Martin antes de salir a la misión: se requiere de la fuerza de tres para vencer la de un humanoide. Tal vez yo, con mi enrevesada forma de actuar, olvidé durante esos minutos de pelea la frase de Martin que pudo haberme ahorrado los golpes y las falanges rotas.

Ahora sólo nos queda esperar. La incertidumbre, en su forma más pura, es insoportable. La mente nunca deja de pensar; lo más cercano a ello es mi estado actual, en el cual mis pensamientos se amontonan, se enredan, se anudan. Tengo tantas preocupaciones que parece ser difícil elegir una sola en la cual concentrarme.

Al cabo de interminables minutos de divagación incoherente conmigo misma y de cientos de pasos sin rumbo por fin llego a lo que parece ser la entrada principal de este lugar y nuevamente, sin siquiera preverlo, mi boca se abre de par en par denotando la sorpresa de encontrarme con la visión de una estancia cuya belleza atrae a los ojos como un imán. Me encuentro en la parte superior de una gran escalera que da a una superficie plana en forma de cuadrado. Cada lado de ese cuadrado tiene un conjunto de escaleras: dos que suben un nivel, y dos que bajan un otro más; una de ellas, sin duda alguna, parece dirigir hacia la salida, pues es la más alargada y además lleva a tres grandes puertas de madera de las cuales una se encuentra abierta. Pero lo más impresionante de todo es que, a pesar del deterioro de esta antigua edificación, el mármol blanco del piso y de las paredes se extiende hacia arriba, terminando en una cúpula más pequeña que la del lugar donde nos interrogaron.

Me siento diminuta en este lugar, que justo ahora sólo cuenta con mi presencia. Bajo las escaleras lentamente, sin dejar de encontrarme maravillada por cada detalle de la exquisita decoración. Mis pasos hacen eco y se pierden en lo alto. El silencio es tal que si me concentrara tal vez podría escuchar el latido de mi propio corazón. Ni siquiera puedo imaginar qué era este lugar antes de la Tercera Guerra Mundial, hace ya tantísimo tiempo; no puedo concebir la grandeza que tuvo que haber representado, pues parece ser que mis antepasados se esforzaron de sobremanera en hacer lucir el lugar tan imponente que cualquier alma humana podría sentirse insignificante. Pero lo que más me intriga es el hecho de que esta bella creación humana haya terminado en manos de los humanoides, quienes no sienten respeto alguno por nosotros.

DisidenteWhere stories live. Discover now