Capítulo 23 | La primera batalla

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«No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre».

—Andrew Bonar Law.


Una vez los humanoides entran en escena el lugar permanece silencioso; este silencio está cargado de distintas emociones provenientes de cada uno de los presentes. Cuando volteo sobre mi hombro y observo a los espectadores puedo notar la mirada de terror en la mayoría de ellos: nunca en su vida habían visto a un disidente y fueron enseñados, tal como yo, a temerles y odiarles. Algunos se han levantado de sus asientos y han retrocedido hacia el fondo del salón, con la mano puesta sobre sus abiertas bocas mientras su tez se torna pálida, como si en cualquier instante el vómito nervioso fuese a escaparse por sus gargantas. Observan a los disidentes como si fuesen animales salvajes a punto de atacar. Cuando el silencio se torna eterno, los murmullos comienzan a levantarse entre tanta pesadez una vez han asimilado, aunque sea en la más mínima medida, qué es aquello que tienen frente a ellos.

Yo soy la única que observa a los disidentes con una expresión de preocupación; he encogido tanto mis cejas que mi frente ha comenzado a doler. Sólo una vez experimenté la sensación de impotencia que se apodera de mí justo ahora, cuando vi a Martin, torturado y herido, a través de una pantalla mientras me avisaba que bombardearían a Cartago. Ellos están frente a mí, tan cerca que puedo apreciar a detalle el color de sus ojos, pero no puedo hacer nada para salvarlos.

Observo a Ariana con una mirada suplicante, como si mantener mis ojos fijos en ella fuese suficiente para que ladeara su cabeza hacia mí, pero esto no sucede. Ella se encuentra firme, inexpresiva, recta e inamovible, como los pequeños soldados de plástico que entregan a los niños en las escuelas como propaganda para que elijan el ejército en lugar de la universidad.

Martin se pone de pie instantáneamente. Puedo ver que tiene los ojos puestos en la disidente y dentro de él, en lo que puedo reconocer, han comenzado a surgir distintos sentimientos. Noto cómo sus puños se aprietan y no tengo más remedio que tomarle su mano. Confía en mí, le comunico con mi mirada. Él me observa con confusión. En su cabeza se ha desatado una gran batalla que intenta encontrar al ganador de esta sangrienta guerra.

—La Gran Nación asesinó inocentes —murmuro en su oído—. Los disidentes no han hecho nada, Martin. Conozco la historia, conozco los secretos que nos han ocultado; si confías en mí te lo contaré todo.

Él cierra los ojos, apretándolos con fuerza a la par que aprieta mi mano. Un pequeño gemido de dolor sale de mi garganta, pero soporto la sensación sólo para que él pueda sentirme cerca; tal vez el tacto de mi mano sea el tacto de la realidad.

—Martin, no quieres apoyarme porque sientes miedo. Ellos te han hecho creer que estar de mi lado traerá consecuencias, estás atemorizado. Pero vine aquí a morir contigo, es mi mayor muestra de lealtad. Confía en mí, te lo contaré todo, nos han ocultado tantas cosas...

Cuando abre sus párpados sus ojos cristalinos e inyectados de sangre sobresalen en su rostro. Sé que existe en él un rastro de memoria que puede traer al presente toda su vida conmigo, con su hermana.

—Viniste a morir conmigo —afirma con voz quebrantada.

—Sí.

—Sólo harías eso porque...

—Porque te quiero, eres mi hermano, mi sangre —finalizo una vez noto que las palabras se han atascado en su garganta.

Sus labios comienzan a temblar levemente. Jamás en mi vida había visto a mi hermano sentir tanto miedo hasta que la Gran Nación hizo de las suyas con él. Pero estamos vivos, y eso sólo puede indicar que todavía nos necesitan. ¿Para qué? No lo sé. Pero Martin dio información secreta a los disidentes y yo me uní a su bando, hemos cometido alta traición y el precio es la muerte. Sin embargo, aquí estamos, y si no logro recuperar su confianza antes de nuestra inevitable ejecución, que en algún momento llegará, no podré perdonarme a mí misma, ni siquiera más allá de la muerte, si es que existe algo.

DisidenteWhere stories live. Discover now