Capítulo 3 | Cartago

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"La mayor prueba de coraje en la tierra es superar la derrota sin perder corazón".

 —Robert Green Ingersoll.

La única vez en mi vida que sentí como si estuviese flotando fue hace unos años cuando, en un entrenamiento del EMA en la intemperie en pleno invierno, mi hermano me dio a probar unos extraños hongos que encontramos en medio de la nada y con los cuales pensábamos calmar nuestra creciente hambre. Jamás hubiésemos imaginado que, en el ocaso de aquel día frío, terminaríamos cantando el himno de la Gran Nación mientras observábamos el cielo cambiando de colores de forma intermitente. El día siguiente fuimos encontrados en medio de la nada por un equipo de búsqueda y rescate que, al ver que dos de los soldados del EMA no habían regresado de un entrenamiento relativamente sencillo, no tuvieron de otra que buscarnos entre la nieve. Para ese entonces, el cielo ya no cambiaba de colores, pero la sensación de estar flotando en el aire seguía presente.

Así es como me siento ahora: desorientada, flotando y con un pitido incesante en mis oídos que no hace más que aumentar el creciente dolor de cabeza que ha estado presente desde que recobré la consciencia hace tan sólo unos minutos. Fácil sería poder describir en dónde me encuentro, pero la única verdad es que, al abrir mis ojos, no veo más que negrura. Me toma un poco de tiempo percatarme de la sensación de opresión sobre mis ojos, y es entonces cuando me doy cuenta de que hay algo amarrado en mi cabeza con el único objetivo de obstruirme la vista. Mi corazón se acelera sólo en el instante en el que, al intentar descubrir mis ojos, me doy cuenta de que tengo una especie de esposas en mis manos que de una forma u otra me atan a la silla en la que estoy sentada. Esta serie de pequeños detalles accionan en mi cerebro la palanca de la memoria, y aunque al principio no logro recordar nada que haya tomado lugar antes de perder la consciencia, los dedos temblorosos de Samuel señalando un objeto de metal en el suelo se reflejan en mi mente como si se tratase de un proyector, seguido del recuerdo del sonido fuerte de un estallido. Entonces el resto de recuerdos vuelven a mí de forma gradual, y la peor conclusión es la única que tiene sentido: hemos sido atrapados por los disidentes.

Cuando caigo en cuenta de esto, y a pesar de que todo mi cuerpo se ha activado en defensa con una serie de síntomas que incluyen la taquicardia y la necesidad de gritar y huir, logro mantener la calma y quedarme lo más quieta posible. La última respuesta que se debe dar en situaciones como esta son la angustia y la desesperación; permanecer sereno, o al menos intentarlo, podrá permitir que el cuerpo se regule y como mínimo pensar con claridad. Tantos años de entrenamiento han servido de algo, o eso espero. Sólo el sonido de pequeños gemidos de llanto llegan a mis oídos intentando distraerme. No obstante, permanezco callada.

Mi hermano es lo único que está en mi mente ahora; necesito saber si está aquí, si logró huir, o si está vivo siquiera. Mis manos comienzan a hurgar a su alrededor tanto como les es posible, y entonces me doy cuenta de que las esposas que tengo puestas con comunes, sólo con palpar parte de ellas doblando mis dedos de forma sobrenatural. En la parte interior trasera de mi pantalón siempre guardo uno pequeñísimo gancho de cabello sujeto a la etiqueta, por si algo. Sergen siempre ha insistido en que los métodos primitivos de abrir cerraduras nunca son confiables ni funcionan, pero yo he demostrado lo contrario en un par de entrenamientos. Aquellas pinzas negras, delgadas y alargadas que usamos para sujetar nuestro cabello al cráneo en los eventos especiales del ejército son útiles algunas veces. Cuando doy con ella y la sujeto entre mis manos, intento encontrar la cerradura de las esposas. Muerdo mis labios en señal de concentración con tal fuerza que están comenzando a doler.

Los gemidos asustadizos una vez más retumban en el lugar en el que nos encontramos, y la voz inmadura de un chico que logro identificar como Samuel, el lamebotas de Tom, llega a mis oídos.

DisidenteDove le storie prendono vita. Scoprilo ora