Capítulo 21 | Encuentros

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«Haz que tus familiares te admiren más que te teman, pues el amor sigue a la admiración, y el temor al odio».

—Demóstenes.

El cuerpo deja de sentir hambre cuando el miedo, mezclado con valentía, se apodera de cada órgano. Es como si toda necesidad física fuese eliminada en presencia de sensaciones profundas de índole mental; sin embargo, cuando el shock inicial desaparece poco a poco las entrañas comienzan a revolverse y las náuseas hacen presencia. No pensé que, incluso entre el agotador entumecimiento de mis músculos después de días de caminar por los fríos bosques y las carreteras abandonadas, aquello que mis ojos presencian fuese provocarme tal reacción.

Acostada entre los arbustos de una colina, los cuales me sirven de camuflaje, he de sostener mi vientre para calmar la agria sensación del vómito, pero incluso aunque intente controlarlo mi estómago casi vacío expulsa la poca comida que logré consumir la última noche y he de aguantar la horrible sensación de ardor que recorre mi garganta una vez todo ha terminado. Bebo los últimos tragos de agua disponibles en mi termo, la cual herví cuando la luna comenzó a emerger entre las lejanas montañas.

Soy consciente de que esta reacción de mi cuerpo no se debe a la falta de energía ni de alimentos. Vuelvo a asomarme entre los arbustos y dirijo mi vista hacia la ciudad que se extiende ante mí a lo lejos. Los rascacielos se alzan como garras oscuras entre la luz de la luna, rasgando el cielo. El único factor que logra provocar escalofríos a través de mi espina dorsal, además del hecho de encontrarme de nuevo con la ciudad que tanto odio, es que ni un solo edificio, casa o rascacielos se encuentra iluminado. Sólo Torclon, imponente, emana luz en la penumbra, y este mero hecho resulta tremendamente aterrador para mí.

Nunca en mi vida había sentido lo que siento ahora. El Distrito Capital ha pasado de ser mi hogar a convertirse en la cuna de mis peores pesadillas; tenerlo frente a mí es como volver a los rincones oscuros de mi pasado, un pasado en el cual no conocía las situaciones devastadoras que se desarrollaban a mi alrededor. Sólo en este momento, rodeada de la más abrumadora soledad, me doy cuenta de que volver a poner mis pies sobre las calles de este lugar implica que, de una forma u otra, volveré a ser absorbida por la oscuridad de la cual logré salir hace poco.

Por más que lo intente no puedo lograr contar las horas que he pasado agachada entre los arbustos de esta colina lejana; no se trata de cobardía, sino de confusión. Vine a entregarme por mi hermano, pero no esperaba encontrarme con la capital de la Gran Nación totalmente apagada, como si no hubiese ni un solo ciudadano habitando entre sus paredes. Jamás he visto la ciudad de esta forma, las luces de sus rascacielos y edificaciones son tan brillantes que el cielo se ilumina como si el sol nunca se hubiese ocultado en el horizonte. ¿Por qué de repente todo está oscuro? Definitivamente esto no es casualidad.

El hecho de que el rascacielos de Torclon sea el único iluminado no ayuda a controlar la extrañeza del asunto. Por un momento doy un vistazo hacia atrás, donde los árboles del bosque se expanden hacia una negrura infinita. ¿Y si mi hermano no se encuentra aquí? ¿Y si han evacuado a todos los habitantes del Distrito ante la amenaza disidente?

Vuelvo mi mirada hacia el único rascacielos que parece tener vida propia, el único que me habla desde la lejanía, como si supiese quién soy yo y qué vengo a hacer aquí. Sólo cuando me doy cuenta de que sea lo que sea que esté pasando no empeorará mi situación es cuando me pongo de pie y comienzo a bajar la colina hacia la carretera. Moriré de igual forma, incluso aunque el Distrito Capital se viese tan normal y activo como siempre. Pero a pesar de saber esto un sentimiento nada agradable comienza a encoger mi corazón cuando pongo mis pies sobre el concreto y comienzo a caminar hacia la ciudad. Apenas unos diez minutos después puedo divisar a lo lejos el gran portón de la entrada sur. Recuerdo cuando vine con Lugh, Ariana y Alai, sólo con acercarnos a la entrada ya teníamos varios pares de ojos militares sobre nosotros. Sin embargo, cuando me encuentro a veinte metros de la entrada un escalofrío recorre mi espalda cuando me doy cuenta de que la estricta vigilancia del Distrito ha desaparecido. Las puertas de no sé cuántos metros de altura se encuentran abiertas y solitarias, invitándome a entrar sin ningún problema. Sólo las cabinas de vigilancia se encuentran iluminadas, pero están tan vacías como el resto del lugar.

DisidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora