Capítulo 11 | De máquinas y emociones

6K 944 205
                                    

"No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino. Escoger un camino significaba abandonar otros".

—Paulo Coelho.

El viaje transcurre silencioso; mi mente permanece silenciosa. Podrían ser muchos los recuerdos los cuales, en estos momentos, con mi emocionalidad gravemente quebrantada, tuvieran la capacidad de invadir mis pensamientos y llenarme de nostalgia, aumentar el dolor que siento tan dentro de mi ser, que resulta ser extrañamente ajeno a cualquier cosa que haya sentido en mi vida, pero simplemente no llegan a mí; tal vez aquella porción de cerebro que regula los recuerdos ha decidido apagarlos temporalmente, activando el instinto de supervivencia, el cual te dicta olvidarte de tus sentimientos si no quieres que ello te distraiga de tu lucha contra la muerte. No obstante, después de una hora de permanecer sentada en la misma posición dentro de este oscuro helicóptero, de repente mi voz interior me golpea nuevamente:

Hoy, por primera vez en toda mi vida, al menos de lo que tengo de memoria, lloré. Fueron tres los pilares cruciales que resultaron derrumbados en el transcurso de los eventos en Torclon, los cuales podría clasificar en tres grupos importantes: mi figura materna, la percepción sobre mi patria y la relación con mi hermano. Lloré por cada pilar derrumbado y todos duelen de distintas maneras.

Ya no soy hija de Renée Reed, como ella misma lo dijo.

Mi patria, y probablemente mi madre, asesinan inocentes, como pude presenciar en el búnker.

Abandoné a mi hermano en el Distrito Capital, donde nos consideran altos traidores.

La traición, todo lo que siento es producto de la traición: traicioné a mi madre y a mi patria al ayudar a los disidentes a entrar a Torclon; mi madre y mi patria me traicionaron a mí al asesinar inocentes secretamente, por algún extraño motivo; y mi hermano... traicioné a mi hermano al elegir irme con los humanoides, antes de quedarme con él. Todo esto duele tanto en la profundidad de mi corazón; es un dolor inexplicable, latente, horrible y seco, pues al parecer ya he agotado mi reserva de lágrimas. Ahora, en su lugar, mis ojos y mi cabeza duelen de manera punzante, como nunca antes me había sucedido. Por un momento debo cerrar mis ojos para intentar desviar mis energías hacia otra parte de mi cuerpo; si pudiese, haría que la pequeñísima herida de bala en mi pantorrilla doliera más que mi cabeza, pero no sucede; Lugh ha llenado dicha herida de un ungüento analgésico y por arte de magia, o más bien, de la ciencia, no siento ni cosquillas en ese lugar.

Al cerrar mis ojos escucho a Alai interrogar en voz baja a Lugh en la pequeña cabina del piloto. Al parecer, el humanoide rubio y mala clase —tan mala clase como Lugh— se encuentra inconforme con el hecho de que él haya ayudado a una miserable humana, además de expresar su preocupación sobre lo que dirán los otros cientos de disidentes cuando me vean entrar nuevamente por las puertas de Cartago, además de todo, sin Ariana. No pudimos rescatar al disidente secuestrado que buscaban y para colmo, perdimos a una más. Por algún motivo que no logro entender, sin embargo, Alai no le hace reclamos de forma tal que pareciera cuestionar su decisión. Se me hace difícil comprender la jerarquía de poderes que reina en los humanoides, pero de lo único que puedo estar segura es que Lugh es la mano derecha de Gannicus, y eso se puede notar incluso en la forma en la que otros se dirigen a él.

Hemos estado dando vueltas por una zona montañosa llena de bosques, con la intención de percibir si estamos siendo perseguidos. Lo que se le ha pasado de largo a Alai, incluso en su infinita sabiduría artificial, es que el helicóptero contaba con poco combustible. Ahora, comienzan a descender hacia un pequeño claro en medio del bosque donde, según los escucho, pasaremos la noche, debido a que yo necesito recargar energías para caminar los kilómetros que quedan hacia Cartago.

DisidenteWhere stories live. Discover now