LSR - Capítulo 12 | Verdaderos rostros

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«Es que no hay buena revolución que no sea traicionada, sólo las malas revoluciones no se traicionan a sí mismas».

—Carlos Fuentes.


No ha de haber mayor satisfacción para Heracles que tener a una humana arrodillada a sus pies. Incluso aunque poco recuerdo de este detestable ser, sus iris mercurio, tan oscuros y artificiales, arropan detrás un odio que ni siquiera intenta ocultar. La arrogancia y autopercepción de superioridad que emanan de él podrían ser olidas a metros de distancia. Él es el modelo perfecto de humanoide, pues cuando se trata de la raza humana pareciese que la mayoría de los disidentes sólo nos ven como sucias y miserables ratas, y así es como me siento ahora, observándolo desde el suelo en una evidente posición de inferioridad.

Si dijera que esta acción no ha herido mi orgullo, estaría mintiendo. Frunzo los labios con fuerza mientras siento cómo mi rostro se acalora con rapidez. Lo observo con odio, como si estuviese observando a la mismísima Renée Reed, y entonces me doy cuenta de que aquellos sentimientos que él me provoca no son más que emociones almacenadas en mi inconsciente humano, emociones que, hacia él, nunca han cambiado, incluso aunque no lo recuerde del todo.

Cuando intento ponerme de pie no logro prever lo que está a punto de suceder a continuación: frente a mí aparece la visión de las sucias suelas de sus botas, antes de que me lance hacia atrás con una patada en el rostro. La sensación más inmediata es la de dolor en mi mejilla, la cual experimento al tiempo que siento cómo aquella área se hincha levemente. Aunque siento que puedo aguantar estos golpes, al menos mejor que antes, tal parece que debo aprender a hacer uso apropiado de mis reflejos. Hubiese podido esquivarlo, y el no haberlo hecho es lo que más me molesta.

Pero entonces, cuando vuelvo a observar aquellos ojos burlones, una fuerza extraña comienza a crecer en mi interior, como si estuviese llenándome de aire, a punto de estallar. Repentinamente, mi cerebro parece traer a mi memoria un aspecto de mi personalidad que ahora estoy experimentando: la impulsividad. Tan pronto una sonrisa irónica se dibuja en mis labios, me levanto con tal ímpetu que ahora es él quien no pudo prever del todo el puño que acaba de impactar en su estómago, haciéndolo retroceder unos pasos.

Él comienza a reír, pero es una risa completamente vacía y carente de alegría; podría describirla como una risa de maldad, como si estuviese disfrutando la situación. Yo permanezco de pie a unos pasos de él, observándolo con furia. Apenas un minuto después comienzo a sentir un punzante dolor en mi mano, y repentinamente ese dolor aparece en mi sien también. Entonces un recuerdo rápido se reproduce en mi cabeza: se trata de mí, llena de ira, rodeada de cientos de disidentes en una especie de estancia antigua. Frente a mí está mi hermano, sujeto por dos humanoides mientras una disidente rubia le inyecta una sustancia rosácea en el cuello.

Lo siguiente que veo es que me enfrento a ella incluso aunque no tengo posibilidad alguna de ganar. Me rompo la mano tan sólo dándole un golpe en su vientre, justo como lo acabo de hacer con Heracles. Pero, aunque siento un dolor inmenso a medida que abro mi puño, esta vez parece que mis huesos están intactos, o al menos no están rotos.

Nuevamente puedo percibir la sangre corriendo por mis venas a medida que soy consciente del extraño efecto de la ambrosía.

Cuando Heracles deja de reír, su rostro se torna incluso más oscuro. Me observa de arriba abajo, con evidente desprecio, aunque esta vez existe algo distinto en su expresión, un detalle que no logro descifrar.

Comienza a asentir lentamente mientras se cruza de brazos.

—He de admitir que tu parte humanoide resulta medianamente atractiva —resalta con tono burlón, mientras se acerca lentamente a mí—. Una indefensa y tonta humana con un mediocre toque de resistencia y fuerza humanoide.

DisidenteOù les histoires vivent. Découvrez maintenant