LSR - Capítulo 25 | Las profundidades de la nación

3.1K 376 193
                                    

«Sólo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos pueden descubrir hasta dónde se puede llegar».

—T. S. Eliot


No he visto a Lugh en una semana, o más bien, él no me ha visto a mí. Cada vez que pasa a mi lado ignora mi mirada y mi presencia como si se tratase de aire. No obstante, ha dejado de doler, al menos intento que no duela; uso la rabia como escudo y es lo único que logra evitar que mi corazón se encoja nuevamente.

No sé si la verdad logrará empeorar las cosas o mejorarlas, últimamente no logro pensar en estrategias lógicas y claras que ayuden a nuestra causa; sin embargo, después de pensarlo por días, he decidido decírselo a Gannicus. No veo ningún punto en dejar que los demás sepan la verdad de su origen si esto podría causar un revuelo y, en tiempos como estos, un revuelo es lo último que necesitamos. El líder de la rebelión sabrá qué hacer, al menos eso espero.

Pero no podré ser yo quien vaya a ver a Gannicus, él será quien venga a verme a mí en unas horas. Las predicciones de Russo no fueron erradas, mi cuerpo ha sucumbido ante el poder de los nanos. Ahora es difícil levantarme de la cama, es difícil respirar. La sangre que corre por mis venas ahora es más lenta, casi imperceptible; cuando toco mi pecho no puedo sentir los latidos de mi corazón, ni siquiera un deje de ellos. Sólo Russo puede sentir lo que queda de los mismos a través de un estetoscopio.

Cada cinco horas toma mi dedo índice y lo pincha con una pequeña aguja. La sangre es cada vez más espesa y azul. Me ha dicho que, cuando el proceso se complete, ya ni siquiera lograremos que la sangre salga a través de ningún tipo de herida, pues los nanos congelan este nuevo líquido casi por completo, ya que mi corazón no necesitará del mismo, pues mi corazón dejará de latir.

La fiebre es tan alta que siento como si estuviera recostada en una cama de brasas calientes. Mi cuerpo tiembla con ímpetu, no puedo controlarlo.

Russo me observa en silencio, hasta que finalmente deja salir lo que parece que ha estado reteniendo por horas:

—Buscaré a Lugh.

Tomo su brazo con la poca fuerza que me queda ahora.

—Por décima vez: no —impido, mirándolo de manera amenazadora.

Él traga saliva y se remueve con nerviosismo en su lugar.

—Él debe saber que ya está pasando.

—Él no quiere verme.

Asiente, acomodándose los anteojos.

—La negación puede durar días, semanas.

—Me importa un carajo lo que sienta, es un egocéntrico —expreso entre dientes.

Nuestra conversación es interrumpida cuando Martin entra a la habitación y pone sobre la mesa de noche un proyector portátil, pues parece que en Tebas no sirven los que están en las ventanas o espejos, o tal vez esta ciudad fue abandonada incluso antes de que esa tecnología fuera implementada.

Elisa Woods da su reportaje habitual: en las últimas semanas la Gran Nación ha estado envuelta en caos, pues la ley marcial se ha apoderado de todo el país, tal como Egan, o más bien, Renée, ordenó hace un tiempo; las ciudades continúan con toque de queda a las tres de la tarde, el comercio de comida y otros artículos todavía está limitado a una vez por semana y aún continúa vigente la recompensa por mi muerte. Todo bajo la excusa de que la disidencia está atacando al país.

Algunas ciudades muestran signos de lucha, hubo incendios e incluso derramamiento de sangre. La próxima imagen en aparecer en pantalla es la de cientos de ciudadanos que han sido arrestados por arremeter contra el orden público. Todos sabemos lo que significa una ley marcial: los militares pueden hacer lo que les entre en gana, incluso arrestar a civiles sin motivo alguno. Todo esto para continuar alimentando la narrativa de que los humanoides están provocando estos estragos.

DisidenteOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz