LSR - Capítulo 9 | Sensaciones

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«Pero existe algo que el tiempo no puede, a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz».

—Julio Cortázar.


Nos hemos dirigido a un edificio más, y ya estuve aquí antes. A pesar de que esta es una ciudad rodeada de concreto y grandes rascacielos, por algún motivo todo se siente natural. El cielo se refleja de manera espléndida en los cristales de cada edificio, y a pesar de que los edificios negros hacen contraste con el bosque que rodea Babilonia, el reflejo del cielo provoca cierta ilusión que por momentos confunde la vista: es como si el cielo fuese infinito y se expandiese hacia cada rincón que observes.

No obstante, durante la noche los edificios emanan una luz rojiza, lo cual resulta contradictorio al pensamiento principal. Una vez el sol cae ya nada se siente natural, por el contrario, la oscuridad iluminada por los tintes rojos sólo provoca darle al lugar una sensación de artificialidad.

Él me ha traído nuevamente a este lugar, al que me han dicho que fue alguna vez mi habitación. Continúa desordenada, como recuerdo haberla visto hace poco. Lugh fue por su equipo médico, y me ha dejado sola en este lugar lleno de recuerdos, y a la vez de vacíos. Sé que puedo conectarme a viejas memorias si permanezco aquí, pero no sé cómo hacerlo. Por ahora, sólo puedo observar a través de la gran ventana, como si la de Babilonia pudiese darme las explicaciones que con tanta urgencia necesito.

Y aunque parece extraño, por un instante siento que la ciudad me habla. Toda su esencia parece llena de vida: desde las pequeñas siluetas de aquellos que caminan por las calles hasta los edificios y rascacielos que contienen a sus habitantes. Incluso la luminiscencia que se refleja en el cielo parece quererme decir algo, como si las nubes rojizas estuviesen a punto de formar un rostro, cuya boca se abriría de par en par hasta pronunciar palabras de alivio para mí.

Sin embargo, aunque observo con extrema fijeza a la nube más grande, nada sucede. El silencio continúa dominando mis oídos, y la quietud a mi alrededor pronto comienza a sentirse aterradora. Sólo los pasos que se acercan por el corredor logran sobresaltarme.

Cuando Lugh entra en la habitación la sensación de nerviosismo hace presencia una vez más. No doy la vuelta, no lo observo, mis ojos continúan puestos sobre el cielo. Puedo escuchar el sonido de un mueble al ser arrastrado por el piso, y a juzgar por la pesadez del mismo puedo deducir que se trata del pequeño sillón. Sólo doy media vuelta una vez observo por el reflejo de la ventana que él me ha dado la espalda.

Ha colocado el sillón frente a la cama, sobre la cual hay un maletín que antes no estaba allí. De la nada, sus ojos se posan sobre mí con tal rapidez que no puedo evitar sobresaltarme una vez más. Él entrecierra los ojos ante este gesto, y me invita a tomar asiento en la cama, frente al sillón.

—Quítate el abrigo —pide—. Pero esta vez no lo pierdas, por favor —bromea.

Me lo quito con nerviosismo y lo dejo sobre la cama, mientras tomo asiento en la misma. Coloca a mi lado el maletín, de tal forma que al abrirlo queda al alcance de sus manos. Comienza a organizar las cosas que necesita y entro hay aparatos que no reconozco, además de frascos, plantas, jeringas, y otros artilugios. Comienzo a pensar en lo extraño que es el que un humanoide tenga un pequeño equipo de medicina, ¿por qué lo necesitaría?

—¿Dónde conseguiste esto? —inquiero.

Mi pregunta parece tomarlo por sorpresa, pues interrumpe lo que está haciendo y dirige sus ojos inexpresivos hacia mí.

—Existen cientos de ciudades abandonadas que alguna vez contuvieron vida, las cuales disfrutaba explorar. Sin embargo, los medicamentos los robé.

—¿A quiénes?

DisidenteWhere stories live. Discover now