LSR - Capítulo 4 | Fragmentos de memoria

4K 721 131
                                    

«La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez».

—Winston Churchill.


Sólo un par de horas bastaron para que las columnas de mi estabilidad comenzaran a tambalearse.

Me siento extrañamente liviana, a la par que me siento pesada. Desde que Russo rompió aquel aparato el agobio se ha apoderado de mi mente. No estoy acostumbrada a experimentar tantas sensaciones. Cuando me llevo mis manos al cuello en un intento por recobrar el aliento, puedo sentir un movimiento casi imperceptible, pero que es rápido y desesperado. Algo corre por allí, y pronto me doy cuenta de que es sangre. No estoy segura de cómo soy consciente de ello, pero el agobio se mezcla con la incertidumbre: ¿desde cuándo produzco sangre? Es evidente que algo anda mal conmigo, y cuando llevo mi mano a mi pecho puedo comprobarlo sin ninguna duda: allí, hacia la izquierda, puedo sentir un movimiento constante, que golpea contra mi pecho tan rápido que comienzo a creer que es este detalle uno de los causantes de mi inminente colapso.

¿Cómo podría alguien mantenerse en pie mientras que la sangre que corre por sus venas está cargada de emociones incontrolables? ¿Mientras algo golpea el pecho con tanta fuerza que parece que ese algo está a punto de salirse? No se puede, es totalmente imposible; lo sé porque mis piernas cedieron ante la angustia y ahora estoy arrodillada en este frío suelo intentando controlar mi respiración.

Este sinsentido de emociones ha comenzado a tomar control de mí. Russo me lo advirtió, y tal vez son aquellas palabras que él usó las adecuadas para describir lo que sucede conmigo: preocupación, miedo. No conozco la definición, pero algo dentro de mí me dice que son acertadas.

Moriré en pocas horas y el mero pensamiento de ello me provoca náuseas. Un extraño vacío recorre mi tórax, y ganas incontrolables de llorar se acumulan en mis ojos mientras mi garganta se cierra al punto de que no soy capaz de emitir palabra alguna. Me dejo caer sobre el suelo y abrazo mis rodillas como si esto fuese a ayudarme en algo. Tal vez sí existe un pequeño factor reconfortante en esta acción, como si sentirse cubierto por algo pudiese separarlo a uno del mundo exterior.

¿Pero qué es el mundo exterior realmente? Observar la proyección holográfica del bosque frente a mí ahora se torna en un tormento. Lo que antes me causó tranquilidad, comienza a aumentar mi nerviosismo. No puede existir un mundo exterior si todo se limita a los bordes invisibles que han sido trazados por el Distrito Capital. Moriré sin haber conocido lugares distantes; moriré encerrada por torres de concreto y una ciudad desolada y rodeada de cuerpos sin vida.

Pero lo más preocupante de todo es que daré mi último respiro sin saber quién soy realmente. La falta de una identidad propia provoca estragos en mi mente, como si faltase la pieza fundamental de mi existencia. Russo lo dijo, yo era algo antes y ahora no lo soy. No soy humanoide, no soy humana. No soy el soldado 120521; pero tampoco soy Abigail Reed. ¿Qué sentido tiene que todos me llamen de aquella forma, si mi cerebro no logra conectar aquel nombre con algo concreto?

Y entonces me doy cuenta de que el mero hecho de morir, de dejar de respirar, no es lo que está provocando este calvario en mí: es el ser consciente de que no sé nada, ni siquiera de mí misma; es ser consciente de que nunca podré entender mi conexión con Martin, ni conocer al dueño de los ojos mercurio; es ser consciente de que cientos de personas que protestaban fuera del Distrito Capital conocían mi rostro, mi nombre, y yo ni siquiera sé por qué. Es ser consciente de que arrebaté vidas inocentes. Y para culminar con algo incluso peor: es ser consciente de que absolutamente nada cambiará cuando yo muera.

Observo a mi alrededor con el escozor de las lágrimas acumulándose en mis ojos. Cuatro paredes blancas, un paisaje falso, una puerta blindada. Esto no es vida, aunque ni siquiera sé qué significa vivir realmente. Y lo pienso sin siquiera tratar de refutarlo: tal vez morir sea lo mejor que pueda sucederme. Justo ahora no existe peor martirio que saber que soy un ente andante en un mundo que no conozco, completamente sola.

DisidenteМесто, где живут истории. Откройте их для себя