LSR - Capítulo 26 | El último ocaso

2.5K 361 193
                                    

«Nuestra existencia no es más que un cortocircuito de luz entre dos eternidades de oscuridad».

—Vladimir Nabokov


No tardo mucho en lograr salir del sótano y me sorprendo por el estado de abandono de esta antigua mansión. Creería que mi madre en verdad la usaba a nombre de Egan, pero el polvo que flota en el aire me dice lo contrario. Las cortinas que interrumpen la luz que entra en este enorme pasillo están sucias y arrugadas; los candelabros están cubiertos de telarañas, y las velas medio derretidas parecen no haber sido usadas en décadas, tal vez siglos. La vigilancia es nula, pues, aunque esperaba encontrarme con decenas de soldados, la realidad es que pareciera que me encontrara completamente sola; no obstante, puedo escuchar murmullos a la distancia, son voces que reconozco.

Comienzo a sospechar que una de las tantas mansiones de verano de Egan Roman no es más que una fachada. Entonces pienso en el hombre que se encuentra en el sótano, ¿es posible que lleve todo ese tiempo allí abajo?

Me acerco cada vez más a las voces, pero con cada paso que doy mi mundo da vueltas momentáneamente. El encontrarme con el misterioso hombre del sótano me hizo olvidar momentáneamente de los síntomas que mi cuerpo experimenta. Ahora que vuelvo a ser consciente de ello no puedo evitar notar que mi ropa está húmeda, porque el sudor frío no cesa.

Todavía puedo sentir la ambrosía corriendo por mis venas y, aunque me otorga fuerza y resistencia, no se siente bien, para nada bien. Russo me advirtió que me podría dar una sobredosis pues me encuentro en la etapa final de la transformación, pero no me advirtió cuáles serían los síntomas de dicha sobredosis. Sé que mi corazón se detendrá en cualquier minuto y cuando eso suceda dejaré de ser humana definitivamente. La taquicardia que experimento es tal que cualquier humanoide podría escucharme llegar a cualquier distancia.

Es entonces cuando me acerco a una enorme puerta doble y sé que los murmullos que escuchaba provienen del otro lado de la misma. Lugh y Gannicus, sus voces son inconfundibles.

Sin embargo, aunque permanezco atenta a la conversación, lo único que escucho son palabras de confusión. A pesar de que esperaba encontrarme con la voz de Renée la misma parece estar ausente. Entonces abro la puerta de par en par y me encuentro con una enorme estancia completamente vacía, con Lugh y Gannicus en medio de ella.

Los humanoides me observan con sorpresa, pero parece que lo que sea que estaban haciendo hace que sus mentes se encuentren completamente dispersas; en otra ocasión Lugh hubiese corrido hacia mí y me hubiese interrogado sobre el motivo de mi presencia en un lugar en el que se supone que no debía estar, pero su mirada seria me indica que hay un problema más grande.

Me acerco con rapidez a ellos y no tardo en notar que Sergen se encuentra inconsciente en el suelo, completamente atado. Entonces, cuando estoy de pie junto a ellos, puedo ver lo que tienen frente: sobre una pequeña mesa se encuentra un dispositivo de forma cuadrada, el aparato es delgado y cuenta con una pantalla la cual muestra números: una cuenta regresiva.

La pantalla marca que faltan cuarenta minutos y diez segundos para que la cuenta regresiva termine, sólo cuando la pantalla marca treinta y nueve minutos desvío mi mirada hacia ellos.

—No me sorprende que Renée no se encuentre aquí —expresa Gannicus con seriedad.

—Sí, sabemos que Renée nunca dice la verdad —afirmo—. Pero esto no es aleatorio, ella quería que lo viéramos.

El tiempo continúa corriendo en el pequeño dispositivo, pero no hay ni un solo indicio de qué pueda tratarse.

—¿Bombardeo? —inquiero.

DisidenteWhere stories live. Discover now