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( chapter nine — no more tears )
( temporada dos — episodio dos )
MEREDITH, CRISTINA Y CASSIE estaban esparcidas por el baño, después de una larga noche bebiendo (menos Cristina, que había pasado la noche disfrutando de un par de potes de helado).
Meredith estaba encorvada junto al inodoro, Cristina se sentó malhumorada en la ducha y Cassie estaba sentada contra la pared del fondo, mirando fijamente al otro lado de la habitación.
Meredith estaba ebria porque ella y Derek rompieron, Cristina estaba molesta porque ella y Burke rompieron y ella estaba embarazada de su hijo, y Cassie simplemente estaba tratando de olvidar el hecho de que el calendario decía 20 de junio.
—No somos nosotras, —dijo Meredith arrastrando las palabras ligeramente. —Son ellos. Ellos y sus estúpidos penes de chico. No me dijo que tenían esposa. Le mintieron a su mejor amiga. No dieron absolutamente ninguna advertencia de que iban a romper contigo.
—No es que Burke rompiera conmigo, es cómo rompió conmigo. Como si fuera un negocio. ¡Como si fuera una transición empresarial, como si él fuera mi jefe!
—Él es tu jefe, —interrumpió Meredith.
—Y lo que es peor, es que me importa.
—Voy a vomitar de nuevo. No. Espera. Falsa alarma.
Cristina suspiró. —Mira, el problema es el estrógeno.
—No, el problema es el tequila.
—Yo solía ser todo un negocio, y luego él va y me deja embarazada.
—Con el pene de chico estúpido.
—Ahora, estoy teniendo aumentos hormonales. Él me arruinó. Estoy arruinada. Me convirtió en esta chica gorda, estúpida y embarazada. ¡Estrógeno!
Izzie y George entran al baño, más que confundidos ante la vista.
—Penes, Izzie.
—Estrógeno, George.
Cassie no dijo nada, manteniendo sus ojos en el espacio vacío de la pared. 20 de junio.
—Está bien, —George se volvió hacia Izzie, —¿Qué me perdí?
—Llegué a casa con el drama de los vómitos, —señaló Izzie a Meredith. —Aparentemente, dejó a Derek, y... —señaló a Cristina —se ha estado acostando con Burke.
—Lo sabía, —George la despidió con un gesto, antes de mirar a Cassie, que estaba anormalmente callada. —¿Qué hay de ella?
—Ella, eh, —pensó Izzie. —En realidad, no sé cuál es su problema.
—No es de tu incumbencia, es lo que es, —espetó la chica en cuestión, sin apartar la mirada de la pared. Todos levantaron las cejas ante su tono, hasta que George cortésmente cambió de tema.
