Capítulo 3: Un amigo

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• Rose •

Cerré los ojos sintiendo el frío viento de la mañana chocar contra mi piel y sacudir mi cabello en todas direcciones. Mientras cabalgaba rumbo a casa de los Maindor, dejé atrás las calles de piedra de la ciudad y llegué al campo de las afueras, donde el olor de la tierra mojada seguía presente por la lluvia de anoche.

Iba camino a entregar unas prendas de ropa que le habían encargado a mi madre, Johanna. En la mayoría de las veces, las ganancias por los clientes del pueblo no eran muchas, solía hacer trabajos sencillos para los vecinos y soldados. Pero lo que nos permitía llevar una vida relativamente cómoda eran los trajes y vestidos que podía venderle a la clase alta. Le costó trabajo abrirse paso entre sus gustos específicos y actitud condescendiente ante una modista novata, pero desde hace años que reconocían la calidad de su labor y le pedían prenda tras prenda.

Sin embargo había ocasiones en que algún vestido no se vendía, y ya que mi madre no quería que se desperdiciara, terminaba por usarlo yo. Así que entre mis cosas, tenía ropa hecha a la medida para mí, de telas baratas pero que me gustaban; y, vestidos más caros, algunos que me quedaban ajustados, y otros grandes, pero que mi mamá se rehusaba a arreglar porque insistía en que "pronto los llenaría".

Llegué a la entrada de la casa y bajé de mi caballo, Appa, dejándolo atado a un poste cercano, como hacía siempre que venía. Por la ventana vi a una de las niñas llamando apresurada a su mamá. La señora Maindor abrió la puerta antes de que tocara.

—Pasa Rose, te estábamos esperando —dijo dándose la vuelta para llevar a su hija hacia la sala.

Ya había estado en casa de los Maindor muchas veces, la mayoría acompañando a mi mamá, pero aún disfrutaba de ver los adornos en las repisas, las pinturas de las paredes y la alfombra que se sentía suave bajo mis pies. A pesar de ser personas de dinero, sabía que la clase alta de la muralla Sina era mucho más rica; lo que me hizo preguntarme cuántas alfombras más podrían comprar, y si yo alguna vez tendría una en mi casa.

Luego de dejar la ropa y recibir el pago, me dirigí de vuelta a mi casa, aún divagando sobre la clase de vida que tendría como enfermera, en comparación a las personas que vivían en el muro interior.

Jean irá al muro interior.

Ese pensamiento vino de la nada, pero me hizo reflexionar. Ayer, ese tipo egoísta y malhumorado me dijo que se uniría a la Policía Militar, lo que le aseguraba llegar a tener una buena vida. Y yo respetaba eso, todos a quienes conocí buscaban lo mismo. Mi padre así lo quiso, y lo consiguió, aunque al final cambiara sus ideas por unas más altruistas.

Sin embargo, Jean parecía ser alguien peculiar; un tonto, sin duda, pero con algo más en su interior que sólo el deseo de una vida tranquila. Estaba segura que había más. Y yo quería conocer qué era lo que ocultaba de todos el chico de Trost.

Antes de darme cuenta, ya había llegado a mi casa. Dejé al caballo en el patio, entré y puse mis cosas en la mesa cuando mi mamá me llamó.

—Ayer no trajiste suficiente pan, y compraste verduras que no eran —dijo moviéndose por la cocina mientras preparaba de comer— ¿Qué pasó?

Se detuvo de lo que estaba haciendo y levantó la mirada hacia mí, esperando una respuesta. Intenté permanecer calmada para que ninguno de mis movimientos delatara los recuerdos que llegaban a mi mente.

Lo que pasó fue que la sensación de unas manos firmes en mis hombros me había distraído durante algunos puestos. Claro que, eso era algo que no iba a decirle; por lo que decidí omitir esa parte antes de contestar.

—Lo siento. Me distraje porque me encontré con un amigo.

• Jean •

—Es que en serio Jean, no puede ser que yo sea tu único amigo aquí ¿Por qué no dejas que los demás te conozcan un poco? —dijo Marco desde su cama— Tal vez, si no parecieras querer pelear con todos todo el tiempo...

—¿Qué estás intentando decir? —exclamé a la defensiva.

—Justo eso —respondió entre risas— Llevas un año aquí y prácticamente soy la única persona con la que puedes mantener una conversación... Y aun así parece que quieres golpearme a veces.

—Eso no es cierto...

—¿Lo de que soy la única persona o lo de querer golpearme?

—Ambos, creo —le sonreí y me encogí de hombros— Aunque, a veces... a veces en verdad me desesperas Marco. No puede ser que seas tan bueno todo el tiempo, tienes que causar algunos problemas de vez en cuando.

Hizo un gesto de sorpresa y soltó una risotada, burlándose de mí.

—Claro, gracias por el consejo. Sé que tienes experiencia en ese tema —dijo con un mirada divertida— Y... ¿lo de que no soy la única persona con quien hablas?

—Ah, sí... bueno... además de ti, hice una amiga —vacilé paseando la vista por la habitación.

Marco alzó una ceja, dudoso, y se movió en la cama para quedar sentado a la orilla, prestando atención a lo que digo.

—¿Y bien?, ¿¡quién es!? —preguntó, abriendo más los ojos— No te he visto con ninguna chica por aquí...

—Sucede que... en realidad no es recluta. Es una chica que conocí en Dokanes, cuando fuimos al mercado.

—Entonces no cuenta —dijo con un tono de decepción, que desapareció al instante para volver a verse interesado— Pero ya que estás hablando de ella, continúa.

—¿Para qué lo voy a hacer si no cuenta? —me excusé nervioso— De hecho, ¿por qué estamos hablando de esto? ¿Qué te importa si hago o no más amigos?

—Ay Jean, si te sigues comportando así vas a terminar luchando solo, sin nadie que te apoye.

Noté por el tono de su voz que hablaba en serio y le entristecía pensar que eso me pasara. Me obligué a intentar ser menos agresivo con los demás para contentarlo.

—Bien, bien, tienes razón —cedí, tratando de animarlo otra vez— Voy a ser tan amable como tú.

—Claro, quiero verte intentarlo —dijo sonriendo de nuevo— Pero ya déjate de cosas y cuéntame de esa chica ¿Estuviste con ella todo el tiempo en Dokanes, no es cierto? ¿Y no será la misma de la que hablo Connie el otro día?

—Sí, es justo ella. Se llama Rose, Rose... —arrugué las cejas al darme cuenta— No sé su apellido... Bueno, eso no es importante. Ella vive en el pueblo, y está estudiando para ser enfermera. Es muy agradable y divertida, creo. Es... todo lo que sé de ella. Diciéndolo en voz alta suena muy poco, pero, somos amigos... supongo.

Volteé hacia Marco y me di cuenta de que se esforzaba por no sonreír mientras me veía como si yo fuera un niño al que le seguía el juego sobre su amigo imaginario.

—¿Por qué me miras así? Te digo la verdad.

—No te miro de ninguna forma —respondió levantando las manos, cuando se le escapó brevemente una risa— Sólo que no pensé que, ya sabes... podías socializar como una persona normal.

—Ay, ya cállate Marco —dije lanzándole una almohada que este no tuvo problemaen atrapar. Me acerqué para darle un golpe en el hombro y comencé a caminar hacia la puerta— Mejor vámonos. Ya casi es hora de cenar, no hay tiempo para que sigas insultándome así... Parece que no necesitas andar por ahí causando problemas, con esa actitud es suficiente.

Rió una última vez antes de levantarse y seguirme hacia el comedor.

Por favor, vuelve | Jean Kirschtein | TERMINADAWhere stories live. Discover now