Capítulo 31: Una promesa

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• Jean •

Era temprano por la mañana y yo estaba en la sala bebiendo algo de té junto a Armin. Mikasa y Eren habían sido encerrados en las celdas del cuartel desde anoche por incumplir las órdenes del capitán Levi. Aunque este último terminó por decidir que fuera el comandante Erwin quien muriera, y Armin quien recibiera el suero de titán y devorara a Bertholdt.

—Iré a ver cómo están esos dos —dijo el rubio dirigiéndose hacia las escaleras del sótano.

Luego de que él saliera de la habitación dejé la taza en la mesa, usando el brazo que no tenía cabestrillo. Me levanté del sillón y subí a los dormitorios. Realmente era un mal día, se podía notar incluso en el aire. Todo lo que había pasado ayer en Shinganshina era demasiado para procesarlo aún. El viaje de regreso fue deprimente, nadie hablaba más de lo necesario y el silencio era abrumador. Cerca de doscientas personas partimos a la misión y sólo nueve de nosotros conseguimos salir con vida.

La gente en Trost no supo cómo reaccionar, algunos nos insultaron por volver a perder a tantos soldados, otros vitorearon por recuperar la Muralla María. Mis padres también habían salido a la calle principal a recibirnos. Sólo le di un abrazo a cada uno y seguí caminando. Creo recordar que mi mamá apretó el hombro de Connie con cariño, pero en realidad no presté mucha atención.

Dimos un informe rápido al comandante Pixis (guardándonos todavía la información de lo encontrado en el sótano) y enviaron la noticia de nuestra "victoria" a Mitras, en espera de que su majestad Historia nos convocara a una reunión. Salimos de la ciudad y nos dirigimos al cuartel de la Legión donde, a pesar del agotamiento, nadie pudo conciliar el sueño por más de un par de horas.

—¿Jean? —Rose estaba de pie en la puerta, mirándome con preocupación. No me di cuenta de en qué momento llegó.

—Hola, yo... —no sabía qué decir. Generalmente estaba emocionado por verla, pero ahora mismo el desánimo de la misión seguía ganando.

—Connie me dijo lo que pasó —se sentó a mi lado en la cama y puso su mano sobre la mía— Debió ser horrible... Podemos hablar de eso si quieres, o podemos evitarlo. Lo que necesites.

—Sólo quiero que todo esto termine -dije con un suspiro, apoyando mi cabeza en su hombro. Ella me rodeó con un brazo y comenzó a acariciar mi cabello— No sé cuántas muertes más pueda soportar.

Nadie merecía que su vida terminara en alguna de esas masacres: ni en Shinganshina, ni en Stohess, ni en los bosques de árboles gigantes..., ni en Trost. Aun después de todo lo que había visto, era su muerte la que me pesaba cada día. Era su rostro el que seguía apareciendo en mis sueños. Era nuestra última conversación la que no dejaba de sonar en mi cabeza. Eras tú, Marco.

Mucho había cambiado en mí desde aquellos días, pero mi mejor amigo jamás podría saberlo, porque la decisión que inició todo la tomé el día en que le dije adiós.

—Lo que más lamento... —empecé a decir en voz baja, enderezándome y sin mirar a Rose— es que Marco era el único capaz de ver la clase de persona que yo podía llegar a ser, pero no fue sino hasta después de que murió que comencé a convertirme en ese hombre. Es casi como... como si... —balbuceé, dejando que las lágrimas cayeran por mi rostro— hubiera usado su muerte como excusa.

—Jean...

—Esperé hasta perderlo para cambiar, yo...

—¡Oi! Eso no es cierto, tú no lo usaste como excusa —sostuvo mi rostro entre sus manos y me hizo verla. Su gesto, serio, sin titubear— Tú tomaste ese dolor y encontraste la fuerza necesaria para hacer lo que pocos en este mundo se atreven. Y no fue su muerte lo que te motivó sino él mismo, la clase de persona que era —pasó su pulgar por mis mejillas, secando el camino de lágrimas— No estás haciendo nada malo, Jean. Él estaría orgulloso de ti.

Por favor, vuelve | Jean Kirschtein | TERMINADAWhere stories live. Discover now